Vuelve a casa la sonda Hayabusa
Regresará el 2020 con información que podría ser vital para la existencia
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 5 años.
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Los científicos aún no conocen cómo fueron los primeros momentos de la formación del Sistema Solar. El conocimiento sobre nuestro vecindario espacial es incompleto y, por ello, los cosmólogos buscan dar respuesta a las interrogantes sobre el origen de los planetas y de la vida en la Tierra.
Para ello, las misiones espaciales buscan pistas que puedan ayudar a explicar todas estas interrogantes, y no hay mejor lugar para buscar respuestas que en los objetos espaciales más antiguos de nuestros sistema planetario.
Una de las misiones que tiene este objetivo es Hayabusa2, de la agencia espacial japonesa Jaxa. Esta nave espacial emprendió hace 6 días el retorno a la Tierra portando valiosas muestras del asteroide Ryugu, un cuerpo cósmico situado a 340 millones de kilómetros, cuya superficie albergaría restos de carbón y agua formados durante el nacimiento del Sistema Solar hace unos 4,600 millones de años.
Hayabusa2 regresará a la Tierra en 2020 con las muestras extraídas (rocas y polvo) por tres de sus instrumentos, pero las observaciones del explorador de superficies de asteroides franco-germano MASCOT (acrónimo de “Mobile Asteroid Surface Scout”), que viajó a bordo de la sonda, ya han proporcionado información sobre el contexto geológico original de su composición: cómo está expuesto a los cambios de temperatura, cómo se desgasta, etc.
¿Por qué esto es importante? “No sabemos cómo se formaron los planetas al principio”, explicó a la AFP Ralf Jaumann, del centro aeroespacial alemán. “Y para entender eso, (debemos) ir a los cuerpos pequeños, primitivos, primordiales en la historia en su evolución, para comprender los primeros 10 a 100 millones de años de formación planetaria”.
¿Cómo se logró explorar el asteroide? MASCOT, que llegó a Ryugu el 3 de octubre de 2018, se desplazó sobre la superficie tomando muestras de la temperatura y otras mediciones. Su cámara captó imágenes que muestran que el asteroide está cubierto con rocas y piedras de dos categorías diferentes: oscuras y rugosas, y con una superficie parecida a un coliflor, o brillantes y lisas.
“Lo interesante es que muestran que Ryugu es producto de algún tipo de proceso violento”, indicó Jaumann.
Ryugu podría ser el “hijo” de dos cuerpos que chocaron, se rompieron, y luego se unieron por la gravedad, explicaron los investigadores. Otra teoría es que podría haber sido golpeado por otro cuerpo que creó diferentes condiciones de temperatura y presión interior, dando como resultado dos tipos diferentes de material.
Muchas de las rocas también contienen pequeñas “incrustaciones” azules y rojas, un material que quedó atrapado en la roca durante su formación. Esto las hace muy parecidas a las condritas carbonáceas, un tipo de meteorito raro y primitivo que se encontró en la Tierra.
“Este material es primitivo, es el primer material de la nebulosa solar”, es decir, la nube de polvo y gas interestelar que formó los planetas de nuestro sistema, detalló Jaumann.
Conocimiento que podría salvarnos
El estudio de los asteroides no solo permite echar un vistazo al pasado, sino también prevenir situaciones futuras: la supervivencia de la humanidad podría depender un día del conocimiento adquirido sobre estos cuerpos celestes.
De acuerdo a la órbita que describe, Ryugu se mueve fundamentalmente entre la Tierra y Marte. Aunque a veces se acerca bastante, nunca llega a convertirse en una amenaza para la vida en este planeta, pero otros asteroides sí podrían llegar a serlo.
Si la composición de esos otros cuerpos es similar a la de Ryugu, intentar destruirlos con un misil probablemente solo consiga partirlos en rocas más pequeñas, que igualmente seguirían su curso hacia la Tierra.
Por esta razón, una posibilidad para intentar alterar su curso y evitar la colisión sería confeccionar una gran vela solar reflectiva y colocarla sobre la superficie, de modo que la presión de la radiación solar pudiera desviar su trayectoria, dijo Jaumann.
Cualquiera que sea la estrategia adoptada, tanto Jaumann como otros astrónomos dicen que está claro que estos pequeños y enigmáticos cuerpos son vecinos de una importancia no tan pequeña en el Sistema Solar.