El coquí “invade” Colombia
Se asegura que esta especie antillana llegó a Barranquilla de manera intencional desde Puerto Rico.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 1 año.
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Entre las calles de algunos de los más acaudalados y exclusivos barrios de Colombia hay una especie invasora (declarada así por entidades gubernamentales). Es una rana pequeña que se dedica a cantar. En Puerto Rico fue la musa del Grupo Menudo en varias de sus canciones. En Colombia es conocida como aristócrata o “gomela” pues suele vivir entre coloridos y costosos jardines, dando serenata todas las noches con la misma letra en un tono agudo: coooo-qui, coooo-qui, coooooo-qui. Es la rana coquí antillano.
Los investigadores creen que la rana coquí antillano (Eleutherodactylus johnstonei) entró a Colombia probablemente por Barranquilla, en los años noventa. Es nativa de más de 30 islas de las Antillas menores y se cree que fue introducida de manera intencional por alguien que la trajo desde Puerto Rico.
Tanto la antillano como su pariente la coquí común (Eleutherodactylus coqui) han sido declaradas como especies invasoras, debido a las consecuencias negativas que pueden producir en la biodiversidad local al ser vectores de transmisión de enfermedades, desplazar la fauna nativa y ser las responsables de la disminución en la calidad de vida de algunos habitantes.
Aunque la rana coquí común fue la primera en ser declarada invasora por el Ministerio de Ambiente, hoy ya no hay registros de su presencia en Colombia. En cambio, la rana coquí antillano aparece cada vez más como protagonista de diversas investigaciones científicas.
De hecho, en iNaturalist, el proyecto de ciencia ciudadana en el que las personas reportan avistamientos de especies, hay innumerables registros de coquí antillano en muchas partes del país. Esto es algo que no sorprende ya que, de hecho, la antillana es reconocida como la segunda rana más ampliamente distribuida en el mundo. Su presencia se ha documentado, incluso, en lugares tan lejanos del Caribe como el Jardín Botánico Kew, en Londres (Inglaterra).
En Colombia, según los datos que se tienen, esta especie se mueve usando plantas ornamentales como vector para su distribución. Es por eso que casi todos los registros científicos de su ubicación son en lugares donde existen amplios y coloridos jardines, la mayoría en barrios de altos estratos.
“Invasora” controversial
El antillano divide a los científicos, pues hay quienes piensan que es urgente que se tomen medidas para frenar su expansión, y hay quienes creen que su presencia en el país no es tan grave. Según explica la investigadora principal del Centro de Colecciones y Gestión de Especies del Instituto Humboldt, María Piedad Baptiste, el coquí antillano ha ido acumulando todos los factores de un proceso de invasión biológica: es una especie exótica introducida; se reproduce por sí sola sin el cuidado del ser humano, por lo cual ya está establecida; tiene diferentes sitios donde se han identificado numerosos individuos que se pueden autosostener y, adicionalmente, se está dispersando.
“En muchas ocasiones, no necesariamente se tiene que esperar a que se hagan evidentes los impactos, porque a veces puede tardar más la generación de esa información que la expansión de la especie exótica. Por eso se toman medidas precautorias para definir acciones de manejo”, enfatiza Baptiste.
Son varios los factores que hacen que el coquí antillano tenga un alto potencial invasor. Por ejemplo: pone entre 10 y 30 huevos en el piso y no necesita de cuerpos de agua (como otros anfibios) para que crezcan sus crías. Se reproduce dos veces al año, no requiere de mucho alimento ni mucha agua para sobrevivir y tiene una fácil de adaptación a climas cálidos en alturas entre los 0 y los 1,500 metros sobre el nivel del mar.
Camilo Estupiñán, biólogo e investigador que ha estudiado al coquí antillano en Cali, resalta que el canto, que podría parecer inofensivo para muchas personas, puede afectar a otras especies de anfibios, ya que puede alejarlos y hacer que se desplacen de sus zonas nativas. Sin embargo, Daniel Osorio, biólogo e investigador de este anfibio en el departamento del Valle del Cauca, señala que hay varias características que ponen en duda su caracterización como invasora, entre ellas, que no suelen darse muchos registros fuera de la escena urbana, que se mueve muy poco diariamente y que, hasta el momento, no hay registro de que logre llegar a ecosistemas naturales.
“Está contenida en los ambientes urbanos. No hay ningún registro, ni en Colombia ni en otros países del continente, de que logre invadir espacios naturales. En las ciudades donde se ha establecido es fácil hallarlas en arbustos verticales como el crotón, la ixora, la bromelia, la duranta, la lantana y la buganvilla o bugambilia”, señala.
El doctor en Genética Evolutiva e investigador de la Universidad del Norte Rafik Neme asegura que el coquí antillano debería considerarse como introducida y no como invasora, porque sus impactos son menores. El experto, que próximamente publicará un mapa de ubicación de este animal en Barranquilla, ha analizado junto con sus estudiantes más de 3,000 audios aportados por personas que todas las noches escuchan a la rana.
Un canto que gusta
La primera vez que Estefanía Pardo escuchó a el coquí antillano era una niña. Vivía en la casa de su abuela, en la zona norte de Barranquilla. En aquel entonces pensó que era un grillo y su sonido le gustaba “porque sentía que me acompañaba”.
Ahora, a sus 25 años, ya no la escucha con tanta frecuencia porque se mudó a un barrio del suroccidente de la ciudad, una zona con menos jardines y zonas verdes que al coquí, parece, no le gusta visitar. Daniel Hoyos, de 24 años, tiene una historia similar. Recuerda el sonido como una memoria imborrable de su niñez, de la casa de su abuela con un patio grande y lleno de arbustos ornamentales.
Como ellos, son miles de personas las que todas las noches escuchan los sonidos del coquí en ciudades como Barranquilla, Cali, Ibagué, Cúcuta o Bucaramanga. Dos notas cortas y agudas que se encuentran entre los 2,000 y los 3,500 hertz, y que se han convertido en un paisaje sonoro amado por algunos y odiado por otros.
Su particular ruido hace parte del ritual de apareamiento del animal y es desarrollado por los machos, pues su inconfundible “co”; sirve para repeler a otros machos y establecer un territorio, mientras que el “qui” permite atraer a las hembras. A pesar de que la presencia del coquí antillano se ha registrado en, al menos, tres de las grandes capitales colombianas (Barranquilla, Atlántico; Bucaramanga, Santander; y Cali, Valle del Cauca), solo en el departamento de Valle del Cauca se han tomado medidas para frenar el crecimiento de sus poblaciones y se han documentado detalles de los daños ambientales que provoca.