Desde elegir un juguete hasta decidir en qué universidad estudiar, los niños de todas las edades enfrentan decisiones constantemente. Es crucial que desde pequeños se les brinde la oportunidad de tomar decisiones acordes a su edad, con la guía y apoyo de sus padres. Este acompañamiento es esencial para que los niños desarrollen la capacidad de razonar adecuadamente y aprendan a gestionar sus emociones.

Una forma efectiva de iniciar este proceso es permitiéndoles elegir entre dos opciones que sean igualmente aceptables. Por ejemplo, pueden decidir entre zapatos marrones o negros, o elegir entre dos platillos del menú en un restaurante. Darles la oportunidad de tomar este tipo de decisiones diariamente les ayudará a practicar el razonamiento necesario para tomar decisiones de mayor envergadura en el futuro.

Otra estrategia útil es que los padres piensen en voz alta al tomar decisiones cotidianas, como qué preparar para la comida o a dónde ir de vacaciones. Al compartir con los niños las ventajas y desventajas de cada opción se les enseña el proceso de evaluación que subyace en la toma de decisiones.

A medida que los niños maduran es beneficioso involucrarlos en conversaciones sobre decisiones que les afecten directamente. Por ejemplo, podrían discutir si asistir a la fiesta de cumpleaños de un compañero de clase o visitar la casa de otro amigo. Preguntarles sobre las razones detrás de su elección y cómo se sentirían los demás involucrados, como el compañero que celebra su cumpleaños, fomenta la empatía y la consideración de las consecuencias de sus decisiones.

Los niños aprenden de forma vicaria y al modelar una toma de decisiones reflexiva, los padres les enseñan una habilidad para la vida. Este proceso les transmite a los niños que sus pensamientos y opiniones son valiosos, y que hay múltiples factores a considerar al tomar una decisión.

Es importante también enseñarles a pensar en otros elementos, como si hay alguna norma escolar o una hora de llegada que deba respetarse, cómo les hace sentir la decisión tomada y si hay un plan B. Asimismo, deben aprender que algunas decisiones son más trascendentales que otras y que en ocasiones es necesario decidir rápidamente. Por ejemplo, no importa tanto si eligen alitas de pollo o carne guisada para el almuerzo, pero sí es importante decidir rápido para no llegar tarde a la siguiente actividad.

A medida que demuestren ser capaces de tomar decisiones pequeñas se les puede permitir tomar decisiones un poco más grandes, como elegir su propia ropa siempre que sea adecuada para la ocasión, o decidir cómo celebrar su cumpleaños.

Brindarles más autonomía ayuda a moldear su carácter permitiéndoles desarrollar cualidades esenciales que todos los buenos tomadores de decisiones poseen: confianza en sí mismos y en sus opiniones, reflexión, pensamiento analítico y empatía.

La influencia de los padres en este proceso es fundamental. El coeficiente intelectual no lo es todo en la toma de decisiones; lo que se aprende de los padres tiene un gran impacto en la capacidad para resolver problemas. Los elementos emocionales, como la ecuanimidad, seguridad y serenidad en la toma de decisiones, así como al enfrentar problemas, deben ser modelados por los padres para que los niños los internalicen y los apliquen en su vida diaria.

(La autora es fundadora y directora ejecutiva de Renacer Social.)