A sus 92 primaveras, María Hernández Hernández irradia una personalidad vibrante, llena de alegría y, cuando sale a la calle, todos la saludan con un cariño genuino.

Precisamente, ese amor que le profesa su gente es una muestra de las huellas que “La Dominiqui” ha dejado en su pueblo de Trujillo Alto. Es que Doña María, oriunda de las Aguitas de Villas de Henares, en la República Dominicana, se dio a conocer como la conserje “alcahueta” de la Escuela Superior Medardo Carrazo, del municipio trujillano. Allí, fueron muchos los consejos que les dio a los jóvenes; otras veces, abogaba por que los disciplinaran.

“Yo los cuidaba a todos, varones y nenas, a todos. En la escuela había muchos empleados, pero era a mí a quien respetaban. Ahora tengo miles de pollitos y pollitas de la Medardo Carrazo, son miles y les tengo cariño a todos”, expresó Hernández Hernández.

Así como hace la “mamá gallina con sus pollitos”, María siempre exhibía un instinto protector y el respeto que ganó fue tal que cuando levantaba su escoba, que era una de las principales herramientas de trabajo, los alumnos seguían sus instrucciones.

“Si había una pelea, yo estaba en medio de la pelea con el palo de escoba. Les decía: ʿvamos, aquí se viene a estudiar, la gallera es por allá… ¡Vamos a estudiar!ʾ. Y, todos me hacían caso y me trataban con mucho respeto”, recordó la nonagenaria.

Así mismo confesó que, muchas veces, los sacó de situaciones delicadas y los aconsejaba, tal como lo haría una madre.

“Había un principal que me mandaba a chequear a los muchachos, entonces yo iba al baño a sacarlos y los encontraba tomando vinillo y yo les decía: ‘vamos, que aquí se viene a estudiar para que ustedes saquen 4 puntos de A’. Los mandaba para los salones y yo callaíta, cogía las llaves de la cobacha y botaba todo eso”, recordó doña María.

Esa forma de ser le ganó el cariño y la confianza de los estudiantes, quienes recuerda que hasta la invitaban para los eventos especiales de la escuela.

“Yo iba a los senior proms, porque ellos me invitaban y hasta me sacaban a bailar con ellos”, dijo con evidente satisfacción.

Es tanto el cariño del pueblo hacia Dominiqui, que el pasado 16 de diciembre, exalumnos de la escuela le organizaron una fiesta en la plaza pública para celebrar sus 92 años de vida.

“Me hicieron una fiesta de cumpleaños. Estaba la clase del 84 y me fueron a buscar y me dijeron que se querían tirar una foto. Entonces pusieron como una caseta con papel y adentro estaba uno que le decían ‘el boxeador’, quien vino expresamente de allá afuera a verme en mi cumpleaños. Cuando me dijeron que abriera el papel que habían puesto salió él, y me abrazaba y me besaba. Lloramos porque eso fue una cosa… olvídate”, rememoró la conserje retirada, quien también trabajó en el pueblo como cocinera de la Taza de Oro, un cafetín que había para la década del 1960.

Doña María llegó a la Isla cuando tenía 20 años para trabajar como niñera en la casa de Arturo Fournier, en Santurce. Allí se desempeñó durante ocho años hasta que conoció a Rufino Andino, un chofer de carros públicos con quien se casó y se trasladó a tierras trujillanas, específicamente al barrio Cuevas. Allí nació su hijo Nelson Andino, trompetista y director musical.

Y, mientras conversaba con Somos Puerto Rico, fueron muchos los cumplidos que recibió doña María de todo el que notaba su presencia; incluso la llamaron “El Tesoro de aquí”. Al preguntársele qué siente por todo ese cariño del pueblo que la adoptó como hija trujillana no titubeó en responder “con el corazón”. “Me siento y soy trujillana. Todo el mundo me conoce y siempre me dan cariño. Trujillo Alto ha sido maravilloso, ha sido mi vida. Los trujillanos conmigo han sido…”, dijo la mujer, quien no terminó la línea de pensamiento embargada por la emoción.