La trova es su vocación
La maestra retirada Teresa de Jesús Feliciano Orengo cultiva en los niños y jóvenes de Yauco la pasión por la música puertorriqueña.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 3 años.
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La educadora yaucana, Teresa de Jesús Feliciano Orengo, se ha caracterizado por cultivar las raíces de la música puertorriqueña desde que inició su labor como maestra del Sistema de Educación Pública cuando ponía a cantar a sus alumnos de kínder en una escuela cercana al cerro El Rodadero.
Así se dio a conocer en cada plantel escolar que pisó durante sus 30 años en el servicio público a partir de 1976, incluyendo escuelas en los barrios Almácigo Bajo, Sierra Alta, poblado Castañer, entre otras, a donde llegaban padres para que “Teresita” desarrollara a sus respectivos retoños en el arte de la trova y la décima espinela.
Pero su compromiso se acentuó cuando su padre, Rubén Feliciano Pacheco - quien se distinguió por promover la música típica a través del programa radiofónico Estampas Yaucanas en WKFE 1150 AM – tuvo que retirarse debido a complicaciones de salud y su avanzada edad.
“Empecé allá arriba, en la escuela del Rodadero, cuando la carretera no era muy buena, que ibas en un Jeep y cuando llovía quedabas de frente y yo, embarazada. Fue una de las épocas más lindas porque aquellos nenes eran tan dulces… era la época de la inocencia, que uno ve a esos nenes campo adentro”, recordó la gestora cultural oriunda del barrio Sierra Alta de Yauco.
“Cuando tuve la oportunidad, me fui para Sierra Alta, en la escuela del Burén, y luego me fui a la (escuela) Segunda Unidad de Castañer y cuando surgió el tercer grado en la Arturo Lluberas en el 1988, ahí me quedé. Creo que en mi salón era el único en que se cantaba y, había estudiantes que decían: ‘No me pongas con la maestra que canta, porque rápido pone a cantar a uno’. Decían así, pero, después no querían salirse”, agregó.
De esa manera, pidió a su amigo, José Antonio ‘Junior’ Aponte Florenciani, director del Grupo Café Colao, que acudiera al plantel a mediodía para así ayudarla a desarrollar a sus estudiantes de la trova, pues no podía salirse del protocolo escolar.
“Primero Junior llegaba, pero después se le hizo difícil, y, en julio de 2007, me fui del sistema, pero no me fui de la cultura. Junior dijo que hablaría con el entonces alcalde Abel Nazario para integrar esa escuela al Departamento de Estado y en junio de 2009, pues con el apoyo de Abel Nazario se inscribió en el Departamento de Estado y nos íbamos a diferentes lugares de Yauco”, relató.
De esa manera, nació la Escuela de la Trova y la Espinela José Ángel Ortiz, el Jíbaro de Yauco, cofundada por Feliciano Orengo y Aponte Florenciani, a donde se han formado más de 400 estudiantes de Yauco y otros pueblos de la zona sur.
Su primera sede fue el Museo Amaury Veray Torregrosa, una antigua casona a donde vivió el célebre compositor, músico y cantante, conocido por su obra maestra el “Villancico yaucano”.
“Para mí, era un orgullo y les decía a los niños: ‘Cuántos estudiantes quisieran tener este lugar de sede. Cuántos en Puerto Rico y el mundo entero que conocen el Villancico Yaucano, una canción que nos da a conocer, quisieran tener la oportunidad que ustedes tienen. Ustedes conocen aquí hasta el baño que iba Amaury Veray’. Y así corríamos la casa y ellos sentían ese orgullo. Y les decía: ‘Fíjate cómo Dios nos ubica aquí’. Pero, después la estructura se fue deteriorando y nos fuimos para el Museo Franceschi. También tuvimos que movernos”, resaltó.
“En nuestra trayectoria siempre han surgido inconvenientes, pero, al contrario, eso nos hacía seguir hacia adelante, no quitarnos. Estuvimos dando clase hasta en la plaza pública y allí la gente llegaba, bajo ese aire fresco de los árboles, la gente se arremolinaba para escuchar a los nenes. Hasta lo último que llegamos al Museo Cecilia Cátala, allí nos quedamos hasta que llegaron los terremotos y la pandemia y tuvimos que aguantar”, agregó.
Señaló la aportación del trovador adjunteño, Edgardo Rivera, que enseñó a sus alumnos el arte de la improvisación.
“De allí salieron estudiantes que improvisaban y que escribían porque nosotros, además de cantar y de fomentar la décima, se le enseñaba a escribir. Cuando ya se iban para la universidad era un poquito difícil conseguirlos, pero se iban unos y llegaban otros hasta el punto de que muchos de los jóvenes que pasaron por esta escuela se casaban y siguen enseñándole a sus hijos las décimas y a cantar”, manifestó al mencionar a Gabriela Sánchez Martínez como una de sus laureadas alumnas.
“Muchos niños han ganado premios a través del programa que enaltece y reconoce a los escritores de Puerto Rico. Casi todas las décimas que se cantaban aquí en Yauco, no sé cómo lo hacía, pero casi todas las escribí yo, en aquel salón lleno de exámenes a donde llegaban los nenes al salón o personas de cualquier otro pueblo a decirme que si podía ayudar a ese niño. Y yo, decía: ‘Cómo le digo si estoy a punto de que me boten de esta escuela”, recordó.
De otra parte, destacó que una de las aportaciones de su proyecto cultural es la seguridad que desarrollaron esos niños, quienes con el pasar del tiempo se trepaban en una tarima a cantar frente a un público diverso, al igual que perdieron el miedo a la oratoria.
Al cumplir 45 años en su gesta patria, Teresita agradeció la oportunidad de ayudar a perpetuar la música puertorriqueña.
“Primeramente, le agradezco a Dios que me diera esa oportunidad para llegar a este pueblo y a la cultura, porque que cuando me crie escuchaba esa música y llegó el tiempo en que se estaba perdiendo. Esas raíces que se estaban tan profundas, pero no daban frutos. No importa los inconvenientes que hemos pasado, al contrario, eso nos ha hecho más fuertes y ver a esos niños que aman esta música porque como les digo, que si no aman las cosas no van a sentir el deseo de desarrollar y tenemos que estar bien orgullosos de nuestro país”, acotó.
“Se me ha hecho difícil con la pandemia porque no me atrevo a exponer a los nenes, pero, cuando surgen oportunidades, me voy a un lugar al aire libre porque, aunque no esté físicamente con ellos en un salón, les envío música a través de las redes sociales, escribiéndoles, desarrollándoles y cuando llega el momento, nos reunimos ya sea en la ermita de Barinas, o sea en la plaza o el parque”, agregó.
Aunque la pandemia la separó un poco de la labor presencial, esta yaucana asegura que continuará “hasta que Dios diga”.