Justina Díaz inspira nueva vida a libros usados
La escritora y guionista fue la creadora de la Pequeña Feria del Libro Usado en la comunidad Ranchos Guayama, en Salinas.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 1 año.
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Miles de libros que dormían en espacios casi olvidados, encontraron una nueva vida a través de la gesta que impulsó Justina Díaz Bisbal, creadora de la Pequeña Feria del Libro Usado en su comunidad Ranchos Guayama en Salinas.
El intercambio cultural, que inició en 2002, se convirtió en un punto de encuentro entre decenas de visitantes de toda la isla que, por años, llegaron al patio de su residencia en busca de una lectura que se ajustara a sus preferencias y necesidades en una enorme biblioteca sin paredes.
Ahí encontraban variedad de obras literarias, categorizadas según su género, disponibles para ser apreciadas por lectores de distintas edades, incluyendo aquellos que deseaban desarrollar el hábito de la lectura.
No obstante, la pandemia del COVID-19 frenó una actividad que era esperada anualmente, pero aún queda el recuerdo de un evento que rindió buenos frutos, pues Justina y su esposo, Carlos Lago Malavé, pusieron todo su empeño, sin otro interés que dejar huella en las futuras generaciones.
A sus 83 años, Díaz Bisbal asegura que su amor por la lectura comenzó desde pequeña, cuando su madre, Antonia Bisbal Torres, la llevaba al patio de su casa junto con sus otras dos hermanas para leerles un cuento.
“A mi mamá, le encantaba leer. Ella fue quien nos inspiró este amor por la lectura. El patio a donde vivíamos era bien grande y todos los días nos llevaba y nos leía un cuento. Me acuerdo como ahora de la novelita de Heidi… me encantaba ese cuento”, relató la hija de Justino Díaz Vázquez, quien murió cuando ella tenía un año de nacida.
“Recuerdo cuando en quinto grado, la bibliotecaria me dijo: ¿Qué tú estás buscando, si ya lo has leído todo? Es que los viernes, antes de irme para la casa, daba la vuelta por toda la biblioteca y me llevaba unos cuantos libros para el fin de semana”, confesó la fémina natural de Guayama.
De hecho, su pasión por la lectura permitió que Justina aprendiera a escribir guiones de cine. Fue pupila del fenecido cineasta puertorriqueño Rafael Mediavilla.
“Gané dos de sus certámenes. Uno de mis cortos fue presentado en el Festival de Cine de Cannes, Italia, en 2009; se llama ‘Boarding Pass’. Los cortos infantiles no compiten, pero los exhiben. Antes de eso, había presentado uno que se llama ‘¿Quién eres tú?’. Y también ganó en las competencias”, reveló la egresada de la Universidad de Puerto Rico.
“Para mí, escribir es un oficio porque tienes que estudiarlo, aprenderlo y conocerlo. Son 20 tramas universales, lo que cambia es el contenido, los personajes, conflicto y, la mayoría lleva un esquema, lo que cambias es la sustancia, pero el formato está establecido”, agregó.
De otra parte, la también líder comunitaria y escritora de cuentos para niños, detalló que, “para mí, los libros son un tesoro espiritual, un tesoro intelectual, un tesoro emocional, porque son parte de nuestra vida”.
“A veces, tengo una preocupación o un conflicto y el libro tiene la respuesta, o me aparece cómo entender el conflicto y manejarlo. Es una conexión de que llegue lo que estoy necesitando. En mi mesita de noche no cabe nada porque hay una pilita de libros para leer, releer, por turno”, apuntó.
La Pequeña Feria del Libro Usado
En su interés por darle un nuevo hálito de vida a miles de libros atrapados por el olvido, Justina abrió las puertas de su hogar para regalar estos textos a quienes llegaran.
Muy pronto, el intercambio de obras de manera gratuita se convirtió en un encuentro cultural al que se agregaron músicos, poetas, autores, actores y agricultores de la zona, que aprovechaban la oportunidad para vender sus cosechas.
“La idea de la feria la tuvimos primero para que la gente comenzara a llegar, pero fue algo bien sencillo. Hicimos un espacio con tarima y cuando vimos que la gente llegó entusiasmada, la ampliamos con agricultores con su mercancía, autores, actores y presentaron sus obras”, recordó.
“La gente traía sus libros usados y los ponían en una mesa a donde voluntarios los categorizaban, si eran para niños, novelas (entre otras categorías). La gente caminaba y escogía cuantos libros quisiera. No había límite, no costaba ni un centavo. Era bien maravilloso cómo funcionaba”, relató.
A pesar del éxito que tuvo la Feria desde su inicio en 2002, la pandemia del COVID-19 interrumpió la continuidad del evento, al punto que su última edición fue en 2019.
“Tratamos de que una organización comunitaria adoptara la feria, usando este mismo espacio (su casa), pero se ha hecho difícil. No se ha podido reanudar, pero tengo la esperanza de que vuelva porque era una actividad bien valiosa e importante”, lamentó.
“Una de las cosas que más nos ayuda a crecer interiormente, a que nuestro ser se pueda manifestar, es a través de la lectura. Encuentro que, quien no lee, está perdiendo una dimensión de su personalidad que es muy valiosa”, concluyó.