Ivelisse Ortiz Martínez  aún  no  es  madre, pero conoce  de cerca cómo  brindar   un  amor  maternal y  desmedido a    53   hijas.

Así ella nombra  a  la población  juvenil  de chicas   de  13  a  21  años  que  reciben ayuda   en tres   centros    terapéuticos   de salud   mental  en Bayamón, dirigidos  por  la trabajadora  social de  29  años.

La  realidad   de  estas  menores  que   ingresan a los  centros  referidas   por el Departamento  de  la Familia trastoca  la  vida  de quien  conoce las tristes  y  tétricas   historias de las chicas   que  han  sido  víctimas  de maltrato,  abuso  sexual, abandono familiar  y problemas  de salud  mental, entre otros.

Ortiz  Martínez no fue la  excepción. Conoció  de   estos  centros   en el  2010   y  supo  desde  ese  entonces  que   su norte y  misión es   extender  su  mano a las   menores  que  la identifican  en ocasiones    como   una figura   materna,  o como     esa   amiga  confiable que  escucha,  abraza y   no  juzga.

“No tengo  hijos todavía, pero tengo  53  hijas  que anhelo sean mujeres de bien. Tengo que  garantizarles los  servicios   básicos de  un hogar  y  todo  el cuidado a  nivel  profesional desde psicólogos, trabajadores  sociales, educación  y  otros  servicios que las ayude a la  inserción de la comunidad y, ellas  logren una autonomía”,  subrayó  la  mujer  de  Barranquitas, quien   prefiere  no  identificar  los   nombres  de  los  centros  por seguridad   de las  menores.

Las jóvenes  que  están   ingresadas en los  tres centros  exclusivos  para  población  femenina  llegaron  a   este  lugar luego  de pasar  por  múltiples   escenarios familiares, hogares  sustitutos  y  de crianzas.

En muchos   casos  las menores  no  se  ajustaron  a  esos   sistemas,   y  es  ahí  cuando  ingresaron   a  los centros  diseñados  como  una  residencia  donde se  comparten  las áreas  comunes como   baños, cocina  y  sala, además   de las   habitaciones.

Las  chicas viven  con lo necesario   y  cada  una  posee  un  espacio individual  para   guardar  sus pertenencias. Las exclusiones son para  las  jóvenes  adictas  a   sustancias  controladas   y  las  embarazadas.

“Aquí  llegan chicas  con mucha  resistencia y  por  diferentes   razones  de  vida  llegan  en un deterioro  que ni  siquiera se  saben  bañar  bien.  Nos  dicen: ‘Ustedes  no  son mis papás’...  y  tienen razón. Están   rebeldes. Muchos  de  los casos  son   de  abusos  sexual    intrafamiliar,  negligencia y ves   niñas que  desde antes de los  12  años ya  son amas  de casa. Se trabaja  desde  lo  básico, que  es  decir  un   ‘buenos  días’,  hasta    lograr  que  reciban  un   tratamiento adecuado,  elevar su  autoestima   y que  sean mujeres   independientes   que  puedan   velar por su  futuro”,  mencionó la fémina,  que   al  preguntarle si  existe  algún  caso   de  una  niña que  le  haya  impactado más  aseguró   que  “todos   te  conmueven; son  historias  desgarradoras”.

Dentro de las situaciones de la jóvenes enfatizó que en la mayoría existe  como común denominador el   que,  independientemente  de  las  circunstancias  vividas,   anhelen  tener la figura de  los  padres  en sus vidas.

Es ahí como ella y los otros 60  empleados  que  laboran en los tres centros se  convierten en esa familia  extendida.    

“Esto es  un trabajo  de 24  horas.  Esto  no  un trabajo  que  tú  puedas  desligarte  de ellas  y  te puedas   ir  tranquila a  tu  casa pensando en que  ellas   están bien. Esto  es un trabajo que  requiere dedicación  y  esfuerzo. Esto  es  una  vocación”,  concluyó  con la  satisfacción  de  ver  cómo  a diario   la  chicas se  esfuerzan por  tener  buenas notas,  desarrollarse  en el deporte o tener   una   nueva  oportunidad de  éxito en la  comunidad.