Los de aquí le dicen “gringo” y los de allá le preguntan que por qué no regresa a su país. Los de aquí le exigen que enumere sus gestiones por los puertorriqueños, mientras que allá la comunidad latina, sobre todo la mexicana, no le cree que no tenga vínculos con ese país azteca ante su incesante lucha por la reforma migratoria.

El congresista puertorriqueño Luis Gutiérrez dijo que las luchas son “largas, arduas y, a veces, peligrosas”. Seguramente, una de las más extensas para él es la defensa de su identidad puertorriqueña. A días de cumplir sus 60 años, aún continúa librando esta batalla en distintos frentes.

“Dos mujeres, de origen mexicano, que estaban visitando a Puerto Rico y eran de Chicago, le preguntaron a Soraida (su esposa) que de qué parte de México yo era. Le decían que era la única manera de explicar mi amor por los mexicanos y sus luchas”, recordó Gutiérrez al referirse a una de las muchas anécdotas que comparte en su libro biográfico No he dejado de soñar, que publicó en versiones español e inglés.

La publicación recoge episodios pocas veces divulgados en los medios de comunicación, los que se han centrado en dar a conocer su arresto como resultado de su desobediencia civil en Vieques, sus gestiones a favor de la reforma migratoria en Estados Unidos y su indignación por los macanazos a los universitarios puertorriqueños.

Gutiérrez optó por hablar de su crianza en Chicago, sus padres puertorriqueños, su mudanza a San Sebastián con 15 años de edad, su encuentro con sus raíces boricuas, sus días como taxista y exterminador, su incursión en la política y, por último, sus pasos en el Congreso.

“Quería aprovechar este momento de nuestra lucha (pro reforma de las leyes de inmigración) y decirles a los latinos que soy parte de una lucha mucho más larga y extensiva en Estados Unidos por los derechos civiles de los que vivimos aquí. Dicen que yo defiendo mucho a los mexicanos, pero la mejor manera de representar al puertorriqueño es siendo solidario. Ser puertorriqueño es ser intolerante al abuso y denunciarlo”, comunicó quien ha aprendido a lidiar con que “es demasiado puertorriqueño para Estados Unidos y demasiado norteamericano para Puerto Rico”.

“Cuando mami y papi vinieron junto con miles de puertorriqueños, en 1950, quizás no había nadie que los defendiera, pero de esa comunidad surgió otra que me dio voz y confianza. La solidaridad y unidad con propósito para mí es lo más importante”, agregó.

En los primeros siete capítulos, Gutiérrez da una vuelta por su niñez y su adolescencia, etapas en las que sus progenitores le inculcaron las tradiciones y costumbres puertorriqueñas. Para él, era necesario detenerse en estos años. “Quería decirle al público cómo me formé. Lo mal que se siente cuando te dicen: ‘Regresen de donde vinieron’. Eso es una experiencia tristemente común para los puertorriqueños. Quería decirles que por 15 años estuve escuchando eso y cuando finalmente regresé a Puerto Rico, me dijeron que no era de aquí. ¿A dónde se supone que yo vaya? Lo triste es que todavía estamos bregando con eso”, comentó.

“Y con todo y eso tengo una relación mágica con el pueblo de Puerto Rico que para describirla hay que caminar en estos zapatos. Soraida me dice que para los puertorriqueños soy un símbolo de éxito y están orgullosos de mí y para los mexicanos soy el campeón de sus derechos humanos”, añadió.

Confesó que al repasar su crianza, su juventud, sus luchas y su labor política ningún episodio lo frenó a continuar con su desahogo en el libro. Por tanto, si decide sentarse nuevamente para escribir, solo le gustaría detallar los pasos que dio, algunos solo y otros acompañado, en respaldo a los inmigrantes.

“No está la historia con lujo de detalle de lo que hicimos y logramos con la reforma de inmigración. Hay testimonios de los que deportaron y de cómo la gente iba cambiando desde la indiferencia a los inmigrantes hasta la aceptación”, señaló sobre esta asignatura pendiente.