Nieta de Don Cholito comparte algunas memorias a 20 años de la partida del comediante
José Miguel Agrelot falleció el 28 de enero del 2004.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 6 meses.
PUBLICIDAD
A “Don Cholito” se le recuerda como un abuelo al que muchos puertorriqueños y puertorriqueñas quisieron como parte de su familia.
Quien visita el Coliseo de Puerto Rico José Miguel Agrelot lo ve sonriente en el vestíbulo a través del busto que se ubicó en la popular arena cuando se bautizó con el nombre del querido comediante.
Su arte para la comedia se puede disfrutar todavía en los videos que a través del tiempo la gente ha colgado en la plataforma de YouTube.
Pero nadie lo conoció más que su familia. Esas personas que aún recuerdan cómo era cuando no estaba en la radio o la televisión.
La nieta, Ana Yolanda Agrelot, compartió una carta a los medios de comunicación al conmemorarse hoy, 28 de enero, los veinte años de la partida física de quien fue uno de los pilares de la comedia puertorriqueña. A continuación la reproducción de la carta:
20 años sin mi abuelo
Por: Ana Yolanda Agrelot (nieta)
Jamás olvidaré al “niño ruso” que fue el centro de una polémica en torno a su adopción en el 2004. Arnas ya es un mangansón que creció en Lituania, pero aquella tarde del 28 de enero llamé a mi abuelo para decirle que le tenía la entrevista con la embajadora de Rusia en la isla para la próxima mañana en “Su alegre despertar”, y raramente, no me contestó.
Llegué a mi casa a relevar a mi abuela que ese día se quedó cuidando a mi nena… ”Dile que le tengo lo del niño ruso” y por allí salió para no guiar en lo oscuro, sin saber que llegaría a encontrarse a su novio adorado desde la escuela superior, su Giuseppe, ya sin vida.
Como siempre, el 28 de enero desayunó en la panadería de Bayamón donde lo esperaban a diario al amanecer, con el cafecito y los periódicos, para prepararse para el programa mañanero. Dibujaba un cuadro grande apretando el bolígrafo muy fuerte para poder arrancarle a la página del diario la noticia del momento, y así las encontré, papelito tras papelito junto con innumerables libretas con sus hojas fechadas enumerando los temas a cubrir en cada minuto de lo que lo hacía tan feliz: comunicarse con su pueblo por aquel micrófono y llevar la información con justicia y objetividad de una manera sana y amena.
Ese día no fue inusual. Se quedó un ratito en la estación para compartir un sandwichito con Aurorita, Viviana y Román. Compró loto y jugó un cuadrito que para variar, no se pegó; se detuvo a buscar leche y pan, y regresó a su casa a tomar una siesta de la cual no despertó. Me alegra que no sufrió y que se fuera de sopetón, con la mente clara y las botas puestas. Pero no hay un día que pase que no me haga falta escuchar su voz, su tún tún de la mañana que nos levantó a mi y a mi hermano Carlo cada día de nuestras vidas escolares y que nos hiciera la envidia de nuestros compañeros que al igual que a nosotros, no nos dejaban escuchar otra cosa de camino a la escuela.
A 20 años de su partida, no pasa un día que no lo recuerde, porque su presencia sigue latente. Cuando digo mi apellido, todavía me preguntan si soy su familia, ¡A mucha honra! A esta pregunta le sigue alguna historia de cuando esa persona lo conoció o sobre la foto con él que todavía conservan. Y es que compartimos a mi abuelo toda la vida. Cuándo salíamos a cualquier lugar, mi hermano siempre preguntaba el porqué había que detenerse a saludar a todo el mundo, y era por el simple hecho que mi abuelo era de su pueblo.
Mi última salida con él fue para acompañarlo a un concierto de Reyes, al cual lo invitó su querido amigo, el fenecido tenor César Hernández, para compartir el escenario. Como para toda presentación, venía preparado con sus notitas, temblando de los nervios por la preocupación de que su trabajo lograra entretener y hacer reir a su adorado público. Antes de subir al escenario me dijo que su mayor ilusión era que lo recordaran por haberle llevado alegría a la gente.
Después de las risas y los aplausos, regresó con el pecho inflao’, y orgulloso me comentó pícaramente y en secreto: “Todavía estoy pegao”. Hoy día tengo la suerte que no tienen otros, de que la vida de Papa está plasmada en videos, fotos y otros recuerdos que no solo sirven para que el pueblo lo recuerde, sino para que sus bisnietos -de los cuales solo mi hija Mariana le conociera y quien pudo ser parte de la entrega de su premio Guinness-, puedan aprender y seguir su legado. ¡Cómo le hubiese gustado ver a sus bisnietos crecer!
Quien le iba a decir que 20 años después todavia está pegao’, y que su nombre sigue presente en boca de nuevas generaciones. A estas alturas, todavía brinco cuando escucho a un artista decir que se va a presentar en el “Choliseo”. Quizás no fue una casualidad que días antes de su partida, discutía en la radio ideas para el nombre del mayor estadio dedicado al entretenimiento en nuestra isla que estaba pendiente a ser inaugurado. Su mayor satisfacción en vida fue recibir el aplauso del público y estoy segura de que cuando cada artista los recibe en el Coliseo de Puerto Rico José Miguel Agrelot, él se los está gozando.
El arte de hacer reir no es fácil. Mi abuelo sentía un gran compromiso y responsabilidad de aportar a la salud mental de los puertorriqueños. Era un tema muy cercano a su corazón y se dedicaba en cuerpo y alma a lograr su cometido, aunque en muchos momentos su realidad estuviese muy lejos de ser comedia. Es por esto que la Fundación José Miguel Agrelot dispone el aportar al mejoramiento de la salud mental de nuestra isla por medio de las artes y la educación. Es el mayor aplauso que puede recibir y que con cada logro los sigue disfrutando.
Papa, estoy segura que sigues allá arriba velando por nosotros, por tu islita, y haciendo reír a todos los angelitos. ¡Encabuya, vuelve y tira!