Jelmén: el poeta de Loíza
José Manuel Fuentes Carrasquillo se ha ganado el cariño de sus compueblanos con sus canciones y poesías.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 4 años.
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LOÍZA. Suele andar por las calles de Loíza, cargando el maletín donde guarda preciadas pertenencias en forma de versos y recortes de noticias, anuncios y reconocimientos. Allí todos conocen a “Jelmén”, quien es toda una leyenda, es el poeta que declama alabanzas a su pueblo, a las bellezas naturales, al amor.
José Manuel Fuentes Carrasquillo, a quien todos conocen por Jelmén, va camino a cumplir 77 años y, aunque dice estar cerca de retirarse, todavía trabaja como jardinero embelleciendo las plazas y parques de Loíza. Nació en el sector El Mamey, en Medianía Baja, y se dio a conocer desde jovencito por sus habilidades poéticas.
“Comencé escribiendo dado las circunstancias de que yo siempre me pasaba recogiendo diplomas por todo Loíza, pa’ las monturas... ese era mi ‘hobby’. Y a la vez era un caminante. Me decían el poeta a principios de por allá de los 72 (1972), como un caminante. Y siempre trataba de darme a conocer escribiéndole a las fiestas de Santiago Apóstol, Día de las Madres, Día de los Padres, fiestas de navidades”, relató.
Luego “me dio esa curiosidad de colaborar por radio”, con algunos de los artistas más conocidos de entonces, sobre algunos de los caballos de carrera más conocidos como Rebelde, Cardiólogo, Camarero.
Asimismo, colaboraba con programas de música del ayer, “que siempre me ha gustado”, y así logró darse a conocer por la radio, “y eso me dio más entusiasmo, porque caminaba por todas las calles de Loíza recogiendo diplomas, más en dondequiera que había una vellonera dejaba un poema, sea para el día de los enamorados, para las madres, para los padres y fiestas de Santiago Apóstol”.
Jelmén solía dejar su arte yendo negocio por negocio. Con el tiempo la gente le empezó a pedir “poesías para el cumpleaños del nene, para el cumpleaños de la esposa que murió”.
Luego se inventó buscar un auspiciador, para exponer un anuncio en varios negocios, “y eso me entusiasmaba, además iba dándome de vez en cuando un palito, de la tierra, que yo siempre he dicho que aunque es prohibido por ley, siempre eso me dio esa alegría. Porque también en navidades, aunque no sepa tocar bien el güiro, pero eso del palito de pitorro me ayudaba, y es la sangre nuestra de Puerto Rico para el que celebra la Navidad”.
La inspiración para sus poesías y canciones surge de las mujeres. “Siempre fueron mi inspiración. Digo, con todo respeto, pasaba una muchacha y yo le cantaba con el güiro, y me inventaba cualquier canción... ‘ahí va la mujer, que yo admiro’... por ahí seguía. Y algunas decían, ‘este tiene que estar medio jalao en Navidad’, pero después me decían, ‘a que no se atreve a hacer un poema’”, y entonces daba riendas a su creatividad.
De inmediato, Jelmén se torna en ese personaje del poeta y comienza a declamar uno de sus poemas, a esa novia que nunca llegará a abrazar, pues recién sale de la iglesia casada con otro.
El reconocimiento lo llevó también a escuelas, a actividades de homenajes, a hacer poesías para enamorados “en parte como algo comercial”.
Mientras relata ese pasado en los barrios de Loíza, vuelve a entrar en personaje y deja escuchar sus versos, esta vez cantando a las tradiciones e historia loiceña, con toques de picardía.
Su arte ha trascendido fronteras, y tiene una página de redes sociales “que tiene sobre 110,000 personas desde España, Estados Unidos, Latinoamérica, y dondequiera que hay un loiceño, pues ven mi página”.
Jelmén está también detrás de una de las leyendas más conocidas sobre Cueva María de la Cruz, que se considera uno de los primeros lugares que sirvieron de refugio a los indios que poblaron Borinquen hace miles de años.
Cuenta que esa leyenda surgió cuando “fui allí a darme un palo de pitorro cuando tenía apenas 16 años”, pero se encontró allí a una viejita que le dijo que no podía entrar. “Entonces me recordó que uno de los abuelos míos me había dicho que una vez había estado allí y que una bruja habitaba esa cueva. Entonces yo como que la comparé”. De ahí sacó la leyenda “que todo el que entraba a la cueva, enseguida venía una ventolera y lo sacaba de la cueva. Y era, según mi leyenda, que esa señora tenía tal fuerza que nadie podía visitar la cueva. Y entonces se hizo tan famoso así, sin que nadie viera su presencia, que en los mismos sectores las personas decían, ‘mire no se acerquen, pueden mirar todo alrededor, pero no entren a la cueva, que ahí hay una señora que tiene que ser como una bruja que cada vez que entra la gente viene una ventolera y los saca’. Y eso fue así hasta que el líder de una excursión se atrevió a entrar y vio allí a la señora muriendo en el suelo de la cueva, y fue bajando el soplo del viento hasta que expiró. Y desde ese día todo el mundo entra a Cueva María de la Cruz”.
Y como era de esperarse, la conversación con este poeta no podía terminar de otra manera que escuchándole declamar otras de sus poesías, junto al Río Grande de Loíza, alternando entre una inspirada pose mirando a la lejanía, y anécdotas y bromas que arrancan carcajadas.