Cuando el 10 de abril de 1970 Paul McCartney anunciaba en el Daily Mirror que dejaba a The Beatles por diferencias financieras, creativas y personales, oficializaba la ruptura de la banda que, a decir de su otro líder, John Lennon, llegó a ser “más popular que Jesús”.

Esa frase, expresada en una entrevista con Maureen Cleave para el periódico británico London Evening Standard, hecha en 1966, fue quizá la que mejor definió la carrera del grupo. Fueron las palabras más controvertidas y escandalosas que ninguno de los miembros de The Beatles realizó y, de hecho, fueron las que ubicaron a los músicos del rock como abiertos enemigos del establishment.

Al momento que Lennon hizo esa declaración, The Beatles llevaba solo dos años en la cúspide de su carrera. Sus canciones iban directo al número 1 en las listas de Estados Unidos e Inglaterra y sus discos acumulaban récords de ventas, uno tras otro.

En ese breve lapso sus presentaciones debieron llevarse a los grandes estadios deportivos, porque los teatros y escenarios musicales resultaron insuficientes, con lo que sus conciertos pasaron de ser para unos pocos cientos a más de 50 mil espectadores (Shea Stadium de Nueva York).

“Somos más populares que Jesús” no encerraba mentira alguna, los jóvenes de esa época preferían pasar su tiempo escuchando las melodías del grupo y, desde luego, preferían gastar su dinero en discos y artículos relacionados con The Beatles y otras estrellas musicales.

Cuando en Estados Unidos las palabras de Lennon desataron una ola de ira e indignación que llevó a comunidades del sur estadounidense a quemar sus discos y llamar a boicotear sus presentaciones, se inició de facto una especie de cacería contra las estrellas del rock que, hasta ese entonces, solo escandalizaban a las buenas conciencias por sus movimientos estrafalarios de caderas (Elvis Presley) o su apariencia desaliñada y sensual (Mick Jagger).

A partir de “somos más populares que Jesús” otras bandas fueron señaladas y perseguidas, incluso artistas fueron detenidos y llevados a juicio, por sus excesos, por sus adicciones y en años posteriores, por las letras de sus canciones, ya que se buscaban mensajes ocultos; a las portadas de los discos se les empezó a censurar, y en general lo relacionado con el rock se empezó a marginar.

Para The Beatles, esa frase hizo que las presentaciones en vivo se volvieran insoportables por el fanatismo de sus seguidores (pero también por el aumento de seguridad ante las amenazas contra su integridad física), al extremo de dejar los conciertos ese mismo 1966.

A la larga, el haber abandonado las presentaciones en vivo significó la explosión creativa que los llevó a crear obras cumbres del rock como el “Sgt. Pepper’s Lonely Heart Club Band”, “El Álbum Blanco” y “Abbey Road”. Pero también fue un factor que jugó un papel clave en la ruptura del grupo.

Al alejarse de los escenarios, The Beatles perdieron un engrane que los hacía funcionar como banda de rock. Encerrarse en los estudios trajo consigo fricciones y mucha de la energía que podía canalizarse en un concierto se desahogó en discusiones y peleas entre ellos.

Las diferencias creativas crecieron al igual que sus egos y el divorcio entre los cuatro fue inevitable. Entre todos los factores que se unieron para la ruptura de The Beatles estuvo también el terrible peso de ser la banda que fue “más popular que Jesús”.