La convención nacional del Partido Demócrata de los Estados Unidos celebrada días atrás en Chicago subió al escenario a varios artistas que realizaron presentaciones a favor de la candidatura a la presidencia de Kamala Harris, entre ellos el legendario Stevie Wonder, quien interpretó “Higher Ground”; John Legend, quien versionó a Prince con “Let’s Go Crazy”, y la cantante Pink, que en la última jornada tocó “What About Us”.

Muchos se quedaron con las ganas de ver una aparición sorpresa de Beyoncé, que aunque no estuvo en Chicago se ha convertido en protagonista de la campaña de Harris porque la autorizó para usar “Freedom”, tema con un mensaje contra el racismo que ahora suena como el himno no oficial de los mítines de la candidata. Si bien la estrella de pop aún no ha anunciado su apoyo explícito a la actual vicepresidenta, en el pasado respaldó a Barack Obama, a Hillary Clinton y a Joe Biden, mientras que su equipo legal amenazó en 2016 con demandar a Donald Trump para que dejara de usar sus canciones.

Una situación similar ocurre con Neil Young, uno de los autores más influyentes del rock norteamericano. En 2020, el veterano artista presentó una demanda contra Trump por el uso no autorizado en sus mítines de “Rockin’ in the Free World”, argumentando que no podía quedarse con la “conciencia tranquila si permite que su música se use como tema principal para una campaña divisiva y antiestadounidense de ignorancia y odio”. Esta vez, sin embargo, cedió los derechos de esta misma canción para que fuera usada por el compañero de fórmula de Harris, Tim Walz, durante la Convención Demócrata.

Desde Lincoln a “La Macarena”

Se trata de un capítulo más en la larga relación entre la música y la política estadounidense. Ya en el siglo XIX se solían componer canciones o adaptar temas folclóricos, como en 1869 con “Lincoln y la libertad”. Muchas versiones quedaron en la historia, como “Just Wild About Harry”, una canción de Broadway usada por Harry Truman en 1948; “I Like Ike”, compuesta para la campaña de Dwight D. Eisenhower en 1952, y “High Hopes”, de Frank Sinatra, reconvertida en la canción de John F. Kennedy en 1960.

Ya en el plano de las canciones “prestadas”, ha habido casos muy exitosos, como “La Macanera”, del dúo español Los del Río, cuya coreografía contagió a los demócratas en la campaña de Bill Clinton en 2016. Pero la asociación musical no siempre ha sido afortunada: el ejemplo más citado es el de “Born in the USA”, de Bruce Springsteen, que fue usada sin consentimiento en 1984 por el republicano Ronald Reagan por su supuesto coro patriótico, aunque el mismo autor -un reconocido votante demócrata- ha explicado que en realidad la letra es una crítica a la guerra de Vietnam y al trato que recibían los veteranos al volver al país. Pero eso poco le importó al equipo de Trump, que en la campaña de 2016 insistió en tocarla sin permiso.

Trump y los derechos de autor

Probablemente nadie ha tenido más problemas con la industria musical como Trump. El propio Springsteen, Aerosmith, Rihanna, Phil Collins, Pharrell Williams, John Fogerty, R.E.M. y Guns & Roses han rechazado el uso de sus canciones en los spots y en los actos proselitistas en las campañas anteriores del republicano, y han enviado cartas de notificación de cese y desista. También los han hecho herederos de artistas fallecidos, como Leonard Cohen, Tom Petty y Prince, así como artistas británicos como The Rolling Stones, que prohibieron el uso de “Start Me Up”; The Beatles, con “Here Comes the Sun”, y Adele, con “Rolling in the Deep”.

Elton John, de quien el expresidente es fanático declarado, también le cerró la puerta: “Conocí a Donald Trump y fue muy amable conmigo, no es nada personal. Sus opiniones políticas son las suyas; las mías son muy diferentes. No sería republicano ni en un millón de años”, declaró el cantante.

En la actual campaña, Trump también ha tenido dificultades para encontrar su banda sonora. La familia del ícono del soul Isaac Hayes, fallecido en 2008, demandó a su campaña por infringir 134 veces los derechos de autor y exigen una indemnización por $3,000,000 por el uso de “Hold on I’m Coming”.

El equipo de la canadiense Céline Dion también rechazó una reproducción de “My Heart Will Go On”, e ironizó que se eligiera el famoso tema de la película “Titanic”.

“Céline Dion no respalda este ni ningún otro uso similar... Y, en serio, ¿Esa canción?”, señaló.

De todos modos, Trump ha obtenido la aprobación de algunos músicos famosos, como Kid Rock y Lee Greenwood, conocido por su patriótica “God Bless the USA”. En sus mítines también se suele escuchar “Y.M.C.A.”, de Village People.

Según Cathay Smith, codirectora del Intellectual Property Law Program del Illinois Institute of Technology, quien ha estudiado la relación entre la política y los copyrights, se trata de un tema controvertido.

“Generalmente los candidatos necesitan algún tipo de permiso para usar una canción protegida por derechos de autor durante los mítines políticos. A veces, por ejemplo, pueden basarse en una licencia del lugar donde se celebra el mitin, sea un estadio o un auditorio. Pero con mayor frecuencia deben obtener una licencia para campaña política de una organización de derechos de interpretación, como Broadcast Music Inc. (BMI) -la cual tiene un catálogo de unas 20 millones de canciones- o la American Society of Composers, Authors and Publishers (ASCAP). Y si la canción no está cubierta por esas licencias, el candidato necesitaría obtener permiso del propietario de los derechos de autor de la canción”, explica.

Pero hay una serie de resquicios legales que se usan, señala Smith, “ya que algunas campañas argumentan que el uso político de obras estaría exento de derechos de autor debido a la fuerte protección del discurso político bajo la Primera Enmienda de EE.UU.”, que consagra la libertad de expresión.

Otro debate es la posible vinculación entre el artista y la candidatura. “El uso de una canción puede sugerir un respaldo -y a veces, como en el caso reciente de Donald Trump y Taylor Swift, que el candidato directamente miente sobre haber recibido un respaldo-, pero es una infracción de derechos de autor incluso si no hay un respaldo percibido”, señala Mark A. Lemley, director del Stanford Program in Law, Science, and Technology.

El asunto se ha politizado cada vez más. “Muchos músicos sienten una conexión personal profunda con sus obras; pueden tener fuertes opiniones políticas y, comprensiblemente, no quieren que se asocien con partidos o ideologías (...) Y esto se está convirtiendo en un problema mayor en EE.UU. por la polarización política”, opina Smith.