Quebradillas. Juan Pérez Ramos tiene 81 años y todavía se acuerda cómo se escapaba de su casa para cantar en los velorios de Reyes Magos que hacían en el barrio Charcas de Quebradillas, a donde se crió.

Para ese entonces, a Juanito no le importaba el jalón de orejas que se llevaría al día siguiente, pues solo quería disfrutar de una pasión que apenas florecía y que, más adelante, marcaría una huella difícil de ignorar.

Aunque trabajó desde muy joven para que su familia no pasara hambre, este quebradillano pudo concretizar su paso en la música puertorriqueña a través de la trova con letras que nacieron de su interés en dar a conocer la historia de su pueblo.

“Yo tuve que abandonar la escuela a la edad de 17 años porque éramos 11 hermanos más mi papá y mi mamá. O sea, 13 en la familia. Llegó un momento en que tuvimos que hospitalizar a mi papá y en aquella época no había la ayuda de hoy, no había nada”, recordó el hijo de Antonio Pérez y Andrea Ramos.

“Entonces hablé con un señor que tenía una finca en el sector La Hacienda, en el barrio San Antonio. Eran cañaverales por todos lados. Conseguí un permiso agrícola para trabajar porque era menor. Trabajaba 45 horas a la semana de lunes a sábado, pero le llevaba la comprita a mi familia, porque no quería que ellos pasaran hambre”, confesó.

Así, Juan se levantaba de madrugada para laborar a cinco kilómetros de su hogar, a donde iba a cortar caña. También fue carbonero y recogió café.

“Cuando picaba caña cobraba $12.50 a la semana, pero estaba feliz de poder ayudar a mi familia. Yo también fui carbonero; el saco lo vendía en 35 chavos; se sacaba del barrio que hay mucha madera,y fabricamos la carbonera”, relató el viudo de María del Carmen Cuevas, con quien tuvo cinco hijos y una decendencia de catorce nietos y siete bisnietos.

Con tantas experiencias vividas desde pequeño, sumado a su amor por la música, la pasión por la trova le llegó de manera natural: “Desde chamaquito, que yo recuerde”.

“En mi barrio, había una familia, primos míos, que eran músicos. Tocaban guitarra, otro tocaba cuatro y yo quería aprender a tocar güiro. Entonces seguí practicando y aprendí a tocar el güiro. Es música de oído”, sostuvo Juanito, quien vino al mundo el 29 de enero de 1942.

“Me le escapaba a mi papá, porque en el barrio mío hacían muchos velorios de Reyes y para entonces los viejos de nosotros no nos permitían que saliéramos. Hasta el otro día que me daban un jalón de oreja, pero a mí no me importaba. Yo quería estar ahí pa’ cantar y tocar güiro. Eso no me quitaba el sueño porque era mi pasión”, insistió.

Igualmente, mencionó que en el arte de la composición, primero viene la letra y luego la música. Así ha fluido en toda su trayectoria.

“Mi pasión siempre fue cantar. Yo escribo los temas y después le pongo música. En estos días escribí una poesía que tiene que ver con el árbol de yagrumo, que es indígena. Ese árbol le daba el aviso a los tainos cuando venía el mal tiempo. Soy muy observador y siempre me interesó saber las cosas de este pueblo”, expresó.

“Me inspiré en el aguinaldo jíbaro, la décima con los cantadores de aquellos tiempos: Ramito, Moralito, Chuíto el de Bayamón. Estoy inscrito en el libro de Alborada Cultural Quebradillana. Toqué güiro con el Conjunto de Maso Rivera, el Conjunto Los Echevarría de Isabela, Los Típicos Lareños, Rey Delgado de Guayanilla y en el 2016, grabé un cedé de música típica puertorriqueña”, detalló.

De hecho, Juanito ha sido consistente en educar sobre la historia del jíbaro puertorriqueño, sus costumbres y tradiciones; empeño que ha mantenido con su participación en la Fiesta Jíbara de su barrio Charcas, así como en la estampa del alambique.

“He sido feliz. Me siento complacido con todo lo que me ha regalado Dios, especialmente por permitirme poder cantar, que es mi pasión”.