Las muestras de cariño no faltan, aun cuando la entrevista no comienza; aun cuando no hay una cámara fotográfica cerca para plasmar las imágenes de la unidad familiar y el cariño que une a tres generaciones de los Mayol.

Don Jaime Luis, el abuelo, está en la terraza, sentado a la mesa en una mañana serena, con su sombrero y sus botas, las que delatan su amor por el campo. Su hijo, quien desde la sala acaba de notar su presencia, se acerca para saludarlo. Y el abuelo se levanta con pausa para abrazarlo y darle un beso. Esa timidez de plantar un beso en la mejilla a un hijo varón no cabe en la mente del abuelo, aunque tiene 87 años de edad. Tampoco en la de su retoño –quien lleva su mismo nombre y es un hombre adulto– ni en la del resto de la familia.

Con esta misma filosofía de vida ha sido criado el menor de los Jaime, quien pronto se une al grupo y con orgullo confiesa que “yo he tratado lo mejor posible de seguir los pasos de estas dos grandes personas que ya han pasado más graduaciones de la vida que yo”.

No es casualidad que los considere “grandes ejemplos a seguir, incluyendo lo que es la familia, todo el valor y el lugar que le dan a la familia”. De inmediato, Jaime Luis Mayol, el papá del animador de Pégate al mediodía, lo interrumpe para decir “Dios y familia, siempre ha sido número uno. Eso está escrito por todos lados aquí”. A su vez, el abuelo secunda su comentario.

Un susto inolvidable

En el curso de la conversación, rodeados del verdor de la finca en Caimito, afloran las anécdotas de la niñez del animador, incluidas las que tienen que ver con la disciplina, como cuando se quedó dormido debajo de la casa. “Esa no estuvo tan chévere”, rememora mientras su papá lo mira y le dice: “Esa sí fue pelúa”.

El también modelo narra que “fue un día común y corriente. Mami hizo hamburger de almuerzo y yo no quería, no tenía ganas de comer hamburger. Dije ‘no quiero’, y me fui y me escondí debajo de la casa. El problema de que me escondí debajo de la casa es que me quedé dormido. No sé cuánto tiempo me quedé dormido”, a lo que el abuelo lo interrumpe para decir consternado: “¡Para nosotros, pasaron como 10 horas, porque estábamos asustados!”.

Su nieto retoma la narrativa para mencionar que, “cuando yo me desperté, me percato de que estaba toda la familia buscando al nene, porque para ese entonces yo tenía cinco o seis años”. Su papá, su mamá, “todos los tíos, abuelo, como locos, dando vueltas porque no aparecía el muchacho por todo el barrio, hasta que salgo de debajo de la casa y una de las vecinas me ve y dice: ‘¡Mírenlo ahí!’ Y me dije: ‘Ay… (ríe) algo bueno no está pasando’. Ahí me asusté y dije: ‘¡Ay, Dios mío, espérate!’ Y cuando veo a papi y a mami con mi hermano en los brazos… Tengo esa imagen todavía grabada. Yo creo que ha sido la única nalgá que me he ganado en la vida, ¿verdad?”, pregunta a su papá, quien confirma pensativo que “la única nalgá que yo le he dado a Jaime es esa”.

El debate respecto al método de disciplinar de hoy día en comparación con hace décadas no deja de surgir. El papá del animador comenta que la clave está en la comunicación y en negociar. “La disciplina era psicológica”, explica. “Cuando yo hablaba con los hijos y quería lograr algo de ellos o algo que no hicieran, siempre había que estar dispuesto a negociar”, había que “llevar muchos huevos en la canasta para que ellos sintieran que había un give and take porque eso de que ‘sí, porque me da la gana’, no, eso no, yo nunca usé eso”.

Para el abuelo, padre de cuatro varones y dos mujeres, “antes la disciplina era un poco de ejemplo y de respeto”. Y recuerda que su padre “no le daba a nadie. Pero si estaba enojado, él levantaba la cara y miraba a uno y tú sabías lo que estaba pasando y ahí se acababa el problema. Ahora haces eso y es capaz que te den en la cara los muchachos”.

Ser el mejor

Su padre es abogado y su abuelo –o papa, como cariñosamente le dice su nieto– se desempeñó como ingeniero y desarrollador por toda una vida. A Jaime, quien tiene su grado en comercio internacional, lo motiva la animación de televisión. Y si bien le hace feliz cada logro en su andar, por nada del mundo cambiaría la felicidad que le da saber que cuenta con el apoyo de los suyos. “Ser competitivo, quizás salirte del montón de alguna manera en que lo hagas. Tratar de destacarte. Creo que eso lo he llevado toda mi vida”. Su papá añade que “yo siempre les dije a los hijos míos: ‘Estudia lo que quieras, pero procura ser el mejor, sean médicos, mecánicos, lo que sean, pero traten de ser el mejor’”. Y confiesa que “le doy gracias a Dios por los hijos que tengo”.

Para el abuelo, el orgullo también sale a flor de piel. Y mientras contempla a su nieto, reflexiona que “es tremenda persona, es un ser humano especial, igual que el hermano, Carlos Antonio”, y sin duda alguna admite que consentir a sus nietos ha sido una de las mayores gratificaciones. Para probarlo, está su nieto, quien añade que “abuelo, desde que tengo uso de razón, nos ha alcahueteado. Todavía llega: ‘Mira, te compré un sombrero nuevo de vaquero para que te lo pongas’”. Y reitera que “papa siempre impulsó lo que siempre nos ha importado muchísimo, que es la unión familiar”.

Reflexiones del menor de los Jaime 

La amistad

“Papi y yo, y abuelo, nos sentamos allá abajo y nos damos par de cervezas y hablamos y chisteamos como si fuéramos tres panas”

Un aprendizaje

“Hacer lo mejor que puedas, creo que desde pequeño, hasta en deportes, papi siempre dijo de ser el mejor”

Le da orgullo

“No hay familia perfecta. Hay muchísimas cosas que pasan, pero siempre hemos mantenido algo bien importante, que es la comunicación siempre abierta”

La dinámica familiar

“Siempre nos gusta pegarnos vellones y yo creo que es parte de la familia. Nos encanta reírnos en las reuniones, siempre buscamos cuentos célebres para hacer”

¿Quieres ser papá? 

“¡Claro! Yo quiero coger todas esas cosas que yo he aprendido de esas dos grandes figuras que están ahí (abuelo y papá) y poder enseñarlas también, a ver si puedo hacer el mismo papel”

¡Pesó nueve libras! 

Todavía está fresco en la mente del papá del animador el momento del nacimiento de su hijo mayor. “Fue cesárea y me sacaron del quirófano y entonces me quedé afuera esperando”, recuerda emocionado. “Estoy parado en el nursery y sale la enfermera y saca a ese pedazo de muchacho y lo pone en la balanza… ¡Nueve (libras) con 11 (onzas)! Y yo le dije: ‘¡Le voy a comprar la lonchera y la libreta porque se va mañana para la escuela!’”.