Maripily, Alomar y los silencios elocuentes
La vista en la que se discutirán los hechos de violencia doméstica está fijada para el próximo viernes 20 de agosto en ese tribunal, a las 9:00.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 15 años.
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Tampa.- Parecía otra. No: era otra. El primer indicio de su transformación fue la ausencia de un escote pronunciado en su vestuario, un conjunto blanco con rayas negras. Había escote, pero escueto. Maripily entró a la corte sin siquiera mirar de reojo los lentes fotográficos, sin hablar.
“Tranquila”, “confiada”, se describió mientras las mejillas se le ahuecaban debido a la pérdida de masa corporal. Aún preservaba sus pupilas empequeñecidas luego de detenerse a contemplar apenas cinco segundos el rostro de una escultura representativa de la justicia, con los ojos sellados, frente al decimotercer tribunal de distrito de Florida. Guardias de seguridad la protegían y su inseparable asistente, Yara Soto, la sostenía del brazo derecho.
Ésas fueron las únicas palabras que salieron de su boca al tiempo que una decena de periodistas se le arremolinó antes de empezar la audiencia para mover de fecha una vista en la que solicita la extensión de una orden de protección contra su aún esposo, Roberto Alomar.
Él es una estrella mundial del béisbol; ella, una modelo y comerciante famosa en Puerto Rico por su constante aparición en programas televisivos y portadas de revistas y periódicos.
Pero los trabajadores de los medios de comunicación presentes en la vista la prefirieron a ella. Comités, carreras y relevos de cámaras y grabadoras se combinaron en una turbonada de intentos por capturar sus expresiones, a pesar de que, como había adelantado su abogado Rick Calzada a este diario, lo único que se discutiría sería la posposición de la audiencia y las condiciones en que Alomar recogería sus pertenencias en la casa de ambos.
María del Pilar Alomar, su nombre legal en Estados Unidos, no flaqueó. Se mantuvo seria, con el rostro erguido. Fue, verdaderamente, parca, adjetivo con el que se viene describiendo hace varios años sin honrarlo. Si mantener esa postura es un signo de seguridad, entonces Maripily estaba segura.
Los gestos de Roberto Alomar eran distintos. Tampoco habló, pero sus cejas se arquearon en varias ocasiones y miraba hacia abajo con frecuencia. Se veía triste, pasmado, como si no esperara esta cobertura. A él, que presuntamente cometió la violencia, los periodistas también le insistieron para que rompiera su silencio, pero no lo abordaron tanto como a su esposa, quien prácticamente no podía caminar sin que alguno se le acercara –incluido este periódico– porque “hay que hacer nuestro trabajo”.
Maripily entró a la sala 302 a las 9:35 de la mañana, en constante compañía de Calzada, un hombre alto y sin canas ni arrugas. El abogado de Alomar, David Maney, saludó al de su aún cónyuge, pero entre ella y él no hubo cruce de miradas.
Cuando el juez Raúl Palomino le preguntó en inglés si aceptaba haber cometido los actos que se le imputan, Alomar se mantuvo en silencio. Miró a su abogado y luego a su traductora y, 15 segundos después, le dijo algo al oído a ésta y contestó finalmente “lo niego” (denied).
Él utilizó más la traducción que la empresaria, quien, por no saber inglés, también tuvo una intérprete.
“Queremos resolver todas las diferencias con la otra parte”, añadió Maney. Acto seguido, las luces de la sala se apagaron de repente, como si fueran un signo de la culminación del suspenso. Con una broma, el juez quebró el silencio.
En ese momento, Maripily dejó escapar una tímida sonrisa, la primera desde que llegó a la corte. La vista terminó y Roberto abandonó la sala inmediatamente. Su esposa, en cambio, llamó a tres guardias y a su abogado, y se quedó adentro planeando la salida secreta que efectuó cinco minutos después.
La vista en la que se discutirán los hechos de violencia doméstica está fijada para el próximo viernes 20 de agosto en ese tribunal, a las 9:00 de la mañana.