Ismael Miranda goza su cosecha
Celebra 50 años de trayectoria complacido de todas sus vivencias personales y profesionales
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 7 años.
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Caguas. Hay un solo lugar en el mundo –y ha visitado muchos países junto a las Estrellas de Fania y como solista- donde Ismael Miranda es plenamente feliz: en su patria, Puerto Rico.
Dos momentos, en sus 67 años de vida, que dan muestra de su amor por esta tierra caribeña los tiene frescos en su memoria e indudablemente en su corazón. Su voz cambia y hasta se le corta cuando los recuerda.
El primero lo remonta a su infancia. Tenía cuatro años cuando sus padres tomaron la decisión de dejar su casita en Aguada para probar suerte en la ciudad de Nueva York. Fue una “primera vez” para muchos cambios en la vida del conocido “Niño bonito”.
“Cuando a mí me sacaron de aquí, eso fue como arrancarme tres cuartas partes de mi corazón, porque yo vivía en Aguada, en una casita de madera y allí teníamos un palo de pana, uno de mangó, había una quebradita al lado de mi casa, mi abuelo tenía un caballo negro brutal, yo vivía en ese ambiente. Vivía descalzo, con mi pantaloncito cortito, mi camisetita, ese era mi estilo de vida”, recordó desde su escritorio en la oficina que aún decora con fotografías, premios y honores recibidos en su excelsa carrera.
“Me llevaron a un lugar en Long Island, y la gente era bien buena, y me comencé a sentir más cómodo, pero en la noche tuvimos que ir a un sótano a dormir y por la mañana -que eso a mí nunca se me va a olvidar-, me trepé en un banquito y cuando miré por la ventana, todo estaba blanco y los palos estaban secos. A mí eso jamás se me va a olvidar, y desde ese momento empecé a extrañar a Puerto Rico”, compartió con la voz quebrada.
Desde entonces regresaba a la Isla todas las navidades y veranos, y a partir de los ocho años, cuando comenzó a trabajar limpiando zapatos, aportaba económicamente para su viaje. “Así de heavy es el amor que le tengo a mi patria”.
La otra memoria lo ubica convertido en una de las Estrellas de Fania. Estaba viviendo toda la vorágine de la fama, desde lo positivo hasta lo no tan positivo. Fue un cambio de vida tan abrupto, tan dramático, que todavía reconoce que no lo podía manejar.
“Yo no tenía escuela, un octavo grado. Me crié en un barrio que era, si tú me pegas, yo te pego para atrás, y cuando me veo con tanto artista en ese grupo, digo: ‘Wow’. Pero cuando uno es joven, y está rodeado del dinero, de la fama, de todo el glamour, de todo lo que pasa cuando uno es un artista que está bien arriba, pues todas esas cosas me pasaron a mí. Lo único malo de todo eso era que yo no tenía cabeza. No podía bregar con eso. El principio para mí fue bien difícil, porque me dejaba llevar por otros compañeros que no estaban donde estaba yo y me arrastraban para todas partes y yo me iba”, rememoró el artista, a quien este domingo se le dedicada el Aniversario de la Salsa, de Salsoul, en el estadio Paquito Montaner en Ponce.
Era el año 1972 e Ismael había contraído matrimonio por primera vez, y veía la obligación de cambiar, pero la ilusión la sembró en su mente Aníbal Vázquez, un bailarín, tío de Roberto Roena.
Se encontró con este señor después del éxito del concierto de La Fania en el icónico Yankee Stadium en Nueva York.
“‘Ismael, tú estás tan pegao en Puerto Rico. En Nueva York estás aguantando frío. Nunca te vas a ganar lo que te ganarías en Puerto Rico’”, fueron las palabras que marcaron otra etapa.
En el mismo 1973, acabando de estrenar una casa familiar que le regaló Jerry Masucci -uno de los gestores de Fania-, le pidió a su esposa que le preparara una maleta con dos o tres cambios de ropa para viajar a la Isla. “Estuve tres años sin salir de Puerto Rico. Me llamaba Jerry Masucci para ir a Cuba, a Venezuela con Las Estrellas de Fania, y yo de aquí no voy a salir, le decía. Esos fueron los años fuertes. Ahí grabé En fa menor, Este es Ismael Miranda, hasta el 80, que hice No me digas que es muy tarde ya. Estuve un montón de años que no paraba. Yo no sé cómo yo balanceaba, yo lo que sé es que me lo disfruté. Nacieron mis hijos, empezamos a disfrutar y fue una cosa bien bonita, y déjame decirte que todavía no se me ha quita’o. Yo no me voy de aquí. Yo salgo de aquí cuando el Señor me venga a buscar”, afirmó el padre de cinco hijos, abuelo de 12 nietos y bisabuelo de dos biznietos.
¿Visualizó que tendría una carrera tan extensa?
Para empezar yo le había hecho una promesa a mi mamá, porque a mí me botaron de la escuela a los 15 años, y a mí no me gustaba la escuela. Le pedí que me diera un año para tratar convertirme en cantante, en artista, o en un músico (percusionista), porque eso era lo que yo quería y ella a regañadientes me dijo que sí porque ya me habían botado de la escuela. Pero a los cinco meses, yo estaba cantando en un lugar con el hermano de Larry Harlow, Andy Harlow, y vino un señor y me abordó: ‘Eres un muchacho joven, hoy en día está pasando esto en la música y hay un lugar donde te puedo poner para que empieces a convertirte en un profesional’, y grabé mi primer disco con Joey Pastrana.
Los padres estaban en la faena de hacer pasteles cuando él los sorprendió con su álbum debut, Let's Ball (1967).
“Le digo: ‘Yo no sé quién canta ahí’. ‘Pues déjame ver la carátula’, porque él era un fanático de la música, y cuando miró la parte de atrás, ahí estaba yo y ese hombre ha pegado un grito y empezó a decir: ‘Mira Ana, mira a Junior, mira a Junior’. Y mi mamá: ‘Pero qué es esto’. Y yo: ‘Mami, yo te dije a ti que me dieras un año, pero Dios me puso ahí en cuatro meses’ (ríe). Le dije de hoy en adelante el mundo es mío”.
Y lo ha sido. A Larry Harlow le agradece las enseñanzas, el haberlo convertido en una voz privilegiada para la música afroantillana. Igualmente vive agradecido de Jerry Masucci, de Johnny Pacheco, y de sus amigos dentro de lo que popularmente se llama salsa.
“En mis comienzos me relacioné mucho con Héctor; Héctor y yo éramos hermanos e íbamos a los bailes juntos, salíamos de los bailes y nos íbamos a pasear por todo Nueva York, a divertirnos. Luego cuando me mudé a Puerto Rico tuve oportunidad de compartir con Santitos Colón que se convirtió en mi compadre, y Cheo (Feliciano), que toda la vida estuvo a mi lado. A Pacheco no lo puedo dejar afuera porque fue uno de mis mentores. Tuve otros amigos como Ismael Rivera, que tuve oportunidad de conocerlo y estar con él muchas veces. Ismael y yo éramos grandes amigos”, relató, a veces recurriendo a un documento donde tiene detallada toda su discografía.
Lo próximo que aparecerá allí es una recopilación de éxitos, grabada para cedé y devedé, en un club en Medellín, Colombia. Será el proyecto de celebración de sus cinco décadas de trayectoria y estará disponible en agosto.
¿Le golpeó duro la muerte de Héctor Lavoe?
Todos los problemas que tuvo Héctor Lavoe fueron duros porque siempre Puchi me llamaba para que de una manera u otra la ayudara. Puchi fue mi hermana y fue amiga mía desde niña, íbamos a la escuela juntos y estábamos en la misma clase. Héctor era mi hermano, yo tuve que despedir el duelo. Eso a mí me dio duro. Héctor era para todavía estar aquí cantando, con el talento que tenía, lo que pasa es que le pasó lo que me pasó a mí cuando comencé, no pudo separarse de ciertas personas. Yo pude parar, pero para poder hacer eso, tuve que venir para acá.
Hace 23 años que Ismael vive en una área de campo de la ciudad criolla. Posee una finca de más de 10 cuerdas de terreno, donde además de su hogar, tiene espacio para darse gusto con sus otras dos pasiones: la siembra y los caballos.
Tiene árboles frutales, medicinales, otros ornamentales. Su fascinación por los equinos se aprecia desde el portón de entrada donde dos bustos de caballos dan la bienvenida.
La Niña Bonita, La Guarachera y El Profeta del Rey son tres de los caballos y yeguas de paso fino que ocupan el establo que mantiene en su finca. Tan pronto se acercó a uno de ellos parecía estar jugando como niño con juguete nuevo. Su amor por estos animales lo heredó de uno de sus abuelos.
“Me gozo aquí con mis caballos, aquí en la finca sembrando, comiendo de lo que siembro y pasándola bien en este cantito. Yo no necesito más nada”, comentó observando y cortando hojas para respirar el aroma.
La aceptación del Señor fue otro aparte en la vida de este amante del buen vestir.
El ritmo, desde entonces, cambió. “Yo siempre pongo a Dios por delante. Desde que lo conocí, él es primero, segundo, tercero, yo cuento con él para todo”, afirmó el esposo de Janice Batlle, con quien colabora en su ministerio.
Ismael se proyecta en el escenario hasta que Dios también lo quiera. Lo que sí ha decidido es dedicarse más tiempo a sí mismo y a su familia.
“En la música me ha ido bien, no puedo quejarme. Como en todo, algunas veces trabajo mucho, otras veces se trabaja poco, pero como quiera, me ha ido bien. No me puedo quejar. Así que ahora que tengo 67 años, me toca organizar el resto de lo que me queda, y en eso estamos”, concluyó.