Nueva York. La Sociedad Educativa de las Artes (SEA, por sus siglas en inglés) presentó con éxito el musical DC-7: La historia de Roberto Clemente en su sala teatral, ubicada en el centro cultural Clemente Soto Vélez del bajo Manhattan, en Nueva York.

Adicionando el Festival Puertorriqueño Borimix a su temporada 2011-2012, la compañía de histriones emprende una nueva jornada teatral que conforma a un equipo, por igual, selecto de artistas y técnicos.

Concebida por el teatrero, educador y cineasta puertorriqueño, Luis Caballero, la pieza teatral exalta la unificación familiar, la disciplina atlética, el choque cultural de los inmigrantes, la barrera idiomática, el menosprecio del negro epidérmico, la disparidad racial, el exceso de brutalidad policiaca, el perseguimiento de metas, la incondicionalidad del amor, pero, sobre todo, el menester humanitario.

Inmediatamente que ingresamos a la sala teatral se nos revela un campo de béisbol con su zona cuadrangular, que servirá de soporte a los juegos de pelota, a las equilibradas coreografías y a las situaciones que durante dos horas mantienen a la audiencia en expectativa. Pienso que es un perspicaz elemento que establece el objetivo honroso de rememoración. Al fondo, una enorme pantalla sirve de mediadora entre el pasado y el presente. Una pantalla que se convierte en fiel testigo de la podredumbre y la lucha que libramos en este “valle de lágrimas”.

Durante el velatorio del pelotero carolinense, “Vera Clemente” (su viuda), “Matino” (el hermano) y “Ramiro Martínez” (camarada de la familia), departen. La temporalidad los arrastra junto con los espectadores hacia el ayer que habitó la niñez y adolescencia del astro. Ajadas fotografías y recortes de publicaciones recorren el blanquecino fondo escénico. Es allí en donde nos percatamos de las hazañas que el pelotero realizó y que quedaron grabadas en los anales deportivos de Puerto Rico.

Modesto Lacén encarnó el personaje de “Roberto Clemente” con marcada sobriedad. Su personaje se representó con elevación histriónica y no recayó en el vicio habitual de la imitación. Su mesurada dicción y movimientos enérgicos lo catapultaron a la sublimidad de los aplausos. Arrojo y buena onda lo acompañaron durante el trayecto escénico y puedo testificar que anotó una carrera con todas las de la ley.

Josean Ortiz como el hermano mayor de Clemente, “Matino”, nos acercó a la sobreprotección que, a veces, es necesaria para orientar el destino de los seres amados. La presencia escénica del actor es vigorosa y su recia voz mantiene una narración fluida. Una de las escenas que más nos impactó fue cuando su personaje y el de Lacén se confundieron en una consagración hasta sacra. La simbología de la escultura renacentista La Piedad de Miguel Ángel, se recreó en el diamante; mientras simultáneamente, muere el sueño de los afroamericanos, Martin Luther King, Jr. Morir es entregar con sacrificio su preciado legado a las generaciones. Lacén muestra un estilizado cuerpo de ébano que es la idealización de la belleza y la juventud del mártir, características propias de La Piedad. Ambos actores ofrecieron un contundente batazo interpretativo.

Por su parte, la actriz y cantora Lorraine Vélez en su encarnación de “Vera Clemente” nos ofreció una tesitura sin parámetros. ¡Otra carrera anotada!

La pieza se mantendrá en cartelera hasta el 4 de diciembre de 2011 en el Teatro SEA, en el 107 de la calle Suffolk en el este del bajo Manhattan.