¿Por qué le decimos a nuestros muertos que vuelen alto?
Varias teorías ayudan a explicar esta nueva tendencia que se difunde en las redes sociales.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 5 años.
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Ya no se trata tanto de desearle que descanse en paz. Tampoco de decirle que en vez de un adiós es un hasta luego, porque nos volveremos a encontrar. Hay quienes todavía expresan que siempre vivirán en sus recuerdos. Pero ahora, a ese ser que trasciende más allá del plano físico, cada vez con más frecuencia se le desea que vuele alto.
En esta nueva era en que las redes sociales sirven para comunicar noticias y sucesos, indistintamente de que sean motivo de alegría o de tristeza, se lee con una frecuencia que asombra la expresión “Vuela alto”. Preste atención en adelante. Si no lo ha notado, después de leer esto se le hará más que obvio.
Este conjunto de palabras, con una mezcla entre metáfora y construcción poética, parece ser ahora la preferida para nombrar una emoción, quizás un sentimiento, que siempre ha sido parte de la experiencia humana. La situación es la misma, enviar un mensaje a quien muere. Pero da la impresión de que necesitaremos encontrar nuevas y variadas formas de verbalizar esa emoción con la que despedimos al que físicamente se va, al que ya no estará en medio nuestro.
Imposible resultaría ir atrás en el tiempo para conocer quién creó la frase o cómo se ha ido convirtiendo en casi una moda. Lo que si es posible, más que eso, interesante, es encontrar teorías de cuál puede ser el sentido de esta expresión para crear una analogía entre la persona que muere y las aves que vuelan alto. He aquí algunas de ellas.
Podría estar todo esto relacionado con las aves migratorias. Los expertos en aves afirman que éstas vuelan mucho más alto en sus vuelos migratorios que en sus vuelos locales. Hay varias razones para que sea así. En primer lugar, volar más alto les brinda una visión mucho más extensa, por lo que pueden ubicar más fácilmente sus puntos de referencia. No menos importante, a mayor altura quedan fuera del sendero de las aves de rapiña. En fin, que logran un viaje más seguro, veloz y hasta cierto punto libre de obstáculos. ¿Será que un viaje similar es lo que deseamos para nuestros muertos hasta llegar al otro plano?
Otra posible razón para que alguien haya querido desear a su ser querido que vuele alto podría estar anclada en una comparación con el águila. Se trata del ave de mayor longevidad de su especie, pues puede llegar a vivir hasta 70 años. Lo interesante es lo que les pasa casi a la mitad de su vida. Al llegar a los 40 años, las uñas del águila se han vuelto muy apretadas y demasiado flexibles. Por eso se le dificulta capturar a las presas de las cuales se alimenta. Además, su pico largo y puntiagudo se curva apuntando hacia su pecho. En esta edad también sus alas están envejecidas y pesadas porque sus plumas se han vuelto muy gruesas.
En este punto de su existencia volar se le hace ya muy difícil, entonces el águila tiene solamente dos alternativas. La primera de ellas es dejarse morir. La otra es iniciar un proceso de renovación que resulta doloroso y puede durar hasta 150 días.
Primero, el águila debe volar hacia lo alto de una montaña y quedarse ahí. Luego debe golpear su pico contra las rocas hasta que caiga por completo y esperar hasta que le crezca uno nuevo, con el que luego será capaz de arrancar sus uñas. Con las uñas nuevas tendrá después que quitar todas sus plumas y esperar a que le nazcan nuevas. Por fin, renovada, podría vivir unos 30 años más. ¿Tendrá este proceso alguna posible comparación con los grandes retos que presenta la vida y cómo resulta liberador poder volar alto?
Quienes profesan la fe cristiana podrían encontrarle sentido a dicha expresión desde diferentes contextos. En la Edad Media asociaban el águila con la oración que se elevaba hacia Dios y con la ascensión de Cristo. En Australia, por ejemplo, hay quienes creen que el águila conduce las almas de los muertos de vuelta al mundo de los sueños.
Por otro lado, en varias partes de la Biblia pueden encontrarse relatos donde Dios hace muchas comparaciones del caminar por la vida de los cristianos y una de ellas es con un águila.
Un buen punto de partida en todo este contexto puede ser entonces plantearse qué sucede después de la muerte. Cierto es que la humanidad no ha logrado ponerse de acuerdo a la hora de contestar dicha pregunta, pues todo va ligado a las creencias y puntos de vista de cada quien.
Desde el punto de vista de la física, algunos teóricos afirman que la muerte simplemente no existe y que tan solo es una ilusión que surge en la mente de las personas, puesto que la conciencia, como parte de nuestra alma, puede estar en cualquier parte. Desde otra perspectiva, hay quienes creen en la existencia de otras dimensiones y que después de la muerte el alma viaja por el mismo túnel por donde llegó al estado carnal. Se refieren ellos a una especie de puerta a través de la cual todos pasaremos algun día y que lo que cada persona experimenta en ese momento varía según su estado de consciencia.
En cuanto a la creencia basada en planteamientos bíblicos, se establece que tras la muerte los cuerpos permanecen deteriorándose en la tierra mientras el alma se separa y que, tras un juicio futuro liderado por Dios, se decidirá la estancia permanente de nuestro ser.
En cualquier caso, si se analiza cada una de estas creencias, siempre habrá de alguna manera un viaje, sea hacia otra dimensión, a través de un túnel o puerta, o en ruta al cielo entendido como el lugar donde Dios habita. Y ante la posibilidad de que la muerte implica una marcha, travesía o desplazamiento, parece ofrecer algún tipo de consuelo a quienes nos quedamos aquí desearle a los que se van que se alejen lo más posible de este plano terrenal, que vuelen alto, como lo hacen las águilas y aves migratorias, sea cual sea su destino.