En el pequeño balcón, bañado de luz y calor, esperan los pinceles, los óleos, los retablos. Pequeñas plantas le dan un ambiente selvático, entre las cuales se pasea Tuna, una gatita que pausa, de vez en cuando, y mordisquea las hojas. En la sala, Mico, su otra gata, duerme plácidamente en la mesa de la sala mientras su esposa, Mary, contesta los e-mails del día.

En una silla, él pinta. Frente a él, una tabla tiene trazos a lápiz, entre los que se distingue un pájaro, y el pincel, manchado de color naranja, va realizando trazos, círculos, líneas, y las figuras humanas comienzan a emerger.

Así comienza su día Juan Salgado, un joven de 28 años que ya es reconocido, a nivel mundial, como un visionario del arte del tatuaje.

Su alma, sin embargo, está bañada en pinturas. Sin importar el medio -canvas, tablas, paredes o la misma piel que ahora adorna- el bayamonés comenta, con voz pausada, que siempre ha sentido afinidad por el arte. “Para entrar a primer grado, te hacen una prueba con una psicóloga y me puso a dibujar, y se dio cuenta que tenía potencial y se lo dijo a mi mamá”, comenta.

Ese gusto por la creación artística lo llevó, a lo largo de su vida, a prepararse en la Escuela Central de Artes Visuales, luego en diseño publicitario  en Sagrado Corazón, una parada por la Escuela de Artes Plásticas y, en Atlantic College, arte gráfico. No era indecisión, era sed por aprender todo lo que pudiera.

 “Tengo un doctorado sin el degree”, dice riendo. “Estuve como siete años en la universidad, sin parar, pero siempre cambiando de concentración; hasta escultura cogí por un tiempo”.

Hoy día, y por los pasados ocho años, su medio más reconocido es la piel humana, de la que salen a relucir diseños que a algunos les lleva a conmoverse hasta las lágrimas. Y para Juan, no hay nada más satisfactorio que arrancarle una sonrisa a su cliente cuando, por primera vez, ve sus obras plasmadas en su cuerpo.

“Los tatuajes siempre me han gustado; siempre he estado comprando revistas de tatuajes y me los dibujaba en la piel con magic marker”, dice. “Es algo bien difícil de aprender porque no hay escuela, pero literalmente tocó las puertas de mi casa”, rememora.

 Y es que, cuando tenía 20 años, se reencontró con un amigo de infancia que había viajado a Boston y, cuando regresó, llegó cubierto de tatuajes, y Juan vio la oportunidad de llevar su arte a otro medio. “Le pedí que me enseñara, me prestó el equipo, y desde ese día, en adelante, no he parado”, comenta.

Sus influencias

Es el primero de su familia en interesarse en el tatuaje y, por lo tanto, sus referentes son los grandes de la pintura que conoció a través de sus estudios: Caravaggio, Salvador Dalí, Pablo Picasso, Miguelángel, El Bosco o  Francisco de Goya y, en la escena local, Francisco Oller, Arnaldo Roche o Rafy Trelles, entre otros. Además, las escenas religiosas fueron y siguen siendo vitales en su creación, ya que de pequeño estudió en una escuela católica y su devoción fue tanta que le llevó a ser monaguillo e,  incluso, plantearse entrar al seminario y convertirse en sacerdote.

“Fue algo que marcó mi vida porque empecé a ver todos esos cuadros religiosos, pero me duró hasta los 14 años, cuando tuve mi primera novia”, dice entre carcajadas. “Ahora no sigo una religión; mi vacío espiritual lo lleno con arte”, reflexiona.

En el mundo del tatuaje, su mentor es Guy Aitchison, a quien consulta y toma de ejemplo constantemente. “Es la persona que más admiro en el mundo del tatuaje, porque lo llevó a otro nivel... escribió un libro bien extenso, llamado Reinventing the Tatoo,  y fue el que tiró la línea entre lo que es un tatuaje y lo que es hacer arte en la piel”, comenta Juan, quien lleva en su brazo una pieza del artista, que tomó unas 19 horas en hacer.

Enseña lo que sabe

A simple vista, las obras de Juan impresionan al espectador, sin importar el medio. Y es que él no se apura: las cosas toman su tiempo, y prefiere tomar un cuadro día a día, poco a poco, e ir esculpiendo la imagen con sus pinceles.

“Para mí, la calidad tiene que ver con el cariño que le metiste al cuadro, y por eso se me hace tan difícil aceptar artes que los hicieron en cinco minutos, y sin propósito”, comenta.

La piel no es distinta. “Mucha gente dice que yo dañé el negocio, porque le subí la barra, y todos tienen que fajarse más porque la gente ahora tiene una mejor idea de lo que se puede hacer en la piel, y no tienen que conformarse con poco.  Pero si hay una diferencia entre otros tatuadores y yo”, explica, “es que yo me eduqué en el arte. ¿Quieres saber el truco? Estudia arte y cultiva tu mente”, dice con convicción.

Su sueño es educar a futuras generaciones. “Ser pintor es una carrera contra el tiempo, uno se va y lo que queda es su obra, y quisiera hacer la mayor cantidad de trabajo posible”, asegura Juan. “Mi meta es ser un gran artista, como mis inspiraciones, y quiero que el arte sea algo cool otra vez, que los jóvenes se interesen por estudiarlo, y en verdad considero que ésa es mi misión... ”, resalta asegurando que, en un futuro, quiere ofrecer talleres, dar seminarios y hacer exposiciones colectivas.

Por el lado del tatuaje, “quiero dar talleres porque es una profesión digna, y hace falta mucha educación en la Isla”, asegura. “No me va a molestar en absoluto que te inspires en mi trabajo, y el que necesite ayuda se la brindo; yo no oculto técnicas. Mi fin es que la gente lo haga, no yo sentirme exclusivo... estoy bien agradecido con el don que me dio la vida y me gusta compartirlo; mi trabajo es para eso, y yo quiero ser visto por el mundo entero, si se puede”.

Juan Salgado es tatuador en Underskin Tattoo Corp. Para citas, llama al 787-785-4748. Para detalles de sus trabajos, visita www.juansalgadoart.com.