Once Upon a Time... in Hollywood es un cuento, como su propio nombre indica, y, a la vez, un juego en el que el espectador debe olvidar lo que sabe de la América hippie y de lo que hizo Charles Manson para saborear  la historia de amistad y amor por el cine de “Rick Dalton” (Leo DiCaprio) y “Cliff Booth”(Brad Pitt).

Situada en Los Ángeles en 1969, Quentin Tarantino ha dedicado cinco años a escribir un guion que contiene muchos recuerdos personales, porque son los años de su formación, cuando la industria de Hollywood, las estrellas y el propio país, con la guerra de Vietnam en pleno apogeo, experimentaban un momento de cambio profundo.

Hace  unos días, en la presentación de la cinta en Moscú, Tarantino insistía en que le queda por hacer una última película, “un enorme súperfilme que englobe la lógica” de toda su obra antes de retirarse y hacer teatro, y otras cosas.

Pero Once Upon a Time... in Hollywood ya es un testamento, una especie de declaración de intenciones amable, mucho menos sangrienta que otras películas del estadounidense (Knoxville, 1963) donde se reúnen muchos de los leit motiv de este autor.

Aquí, Tarantino relaja su impronta violenta -aunque mantiene el humor negro- para centrarse en los personajes y desbordarse en nostalgia cinéfila con constantes guiños que devuelven a la vida a Steve McQueen y a Bruce Lee, los westerns de Sergio Corbucci, las series Bonanza o The Lone Ranger, o las excesivas fiestas en la mansión Playboy.

“Esta es una película única dentro de la filmografía de Quentin, y es la más emotiva”, considera el productor David Heyman, en las notas de producción de la película. “De alguna forma mira al pasado, a lo que le ha influido y a las películas que ama, al periodo en el que creció y lo que le hizo ser quien es. Es una carta de amor a un Hollywood que ya no existe”, afirma.

La también productora Shannon McIntosh se inclina por destacar la relación de los dos hombres, una amistad al estilo de Butch Cassidy and the Sundance Kid, que -dice- DiCaprio y Pitt “bordan”.

El propio Tarantino concede que la cinta sigue a los personajes mientras se mueven por Los Ángeles, “cada uno de sus días, hasta que llega un momento crítico”, apunta el director de Pulp Fiction, quien pidió en la proyección en Cannes que no se desvelara el clímax final para que todo el mundo pudiera disfrutarlo; otro clásico, ya lo hizo antes Alfred Hitchock con el estreno de Psycho.

“Dalton” era una estrella de la televisión en los ‘50 y ‘60 que ya no logra buenos papeles. El que era su doble de acción, “Booth”, es ahora su chófer y asistente y, probablemente, su único amigo.

Conserva su chalet de lujo en Beverly Hills, donde tiene de vecinos a Roman Polanski (Rafal Zawierucha), director de moda tras la aclamada La semilla del diablo, y a su mujer, Sharon Tate (Margot Robbie), pero empieza a pensar seriamente en marchar a Europa y meterse en la industria del spaghetti-western, como le sugiere su representante, un espectacular Al Pacino.

Esa es otra de las señas de identidad del cine tarantiniano -meter actorazos de primera línea en papeles pequeñitos-, o ese otro modo de homenaje que consiste en recuperar actores y actrices como Bruce Dern, Kurt Russell, Michael Madsen, o Zoë Bell, que ya estuvieron con él en Death Proof, Kill Bill, Django Unchained o The Hateful Eight.

Y añade a otros, algunos míticos por sus personajes, otros de moda, como Dakota Fanning, Luke Perry -fallecido en marzo pasado-, Lena Dunham, Ramón Franco (Heartbreak Ridge), Clu Gulager (The Virginian), Martin Kove (The Karate Kid) o Brenda Vaccaro (Midnigth Cowboy). También figura en los créditos Tim Roth, aunque el director se lo cargó finalmente en el montaje.

La cinta llega a Puerto Rico hoy, precedida de un espectacular estreno en Estados Unidos donde ya roza los 100 millones de dólares de recaudación.

Un detalle: de las “nueve” películas de Tarantino -si, como él sostiene, las dos Kill Bill son una sola-, ocho las ha producido Harvey Weinstein, bien desde Miramax (las cuatro primeras), o como The Weinstein Company; para esta última, Tarantino prefirió a Sony Pictures, que ya estuvo detrás de Django Unchained.

Y otros dos detalles, ninguno nuevo: la música es espectacular y dura casi tres horas. Pero se hace corta.