Los recuerdos y los miedos que Will Smith cuenta en su libro
El actor habla sobre Jada, su padre y su difícil adolescencia.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 2 años.
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El azar también interviene en el mercado editorial. Pocos días después de la violenta reacción del actor y cantante Will Smith en la 94ª ceremonia de la entrega de los Premios Oscar, cuando le dio una bofetada al comediante Chris Rock por haber hecho un chiste acerca del aspecto de su pareja, la actriz Jada Pinkett Smith, llegó a las librerías la autobiografía del protagonista de “Hombres de negro”, “En busca de la felicidad”, “Ali”, “Siete almas” y “El método Williams”. Por su actuación este último film, obtuvo este año el Oscar al mejor actor luego de haber sido nominado en otras dos ocasiones.
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Will, coescrito con Mark Manson, el exitoso autor de “El sutil arte de que (casi todo) te importe una mierda”, se lanzó en Estados Unidos en 2021. Publicadas en español por Planeta, las memorias del actor que fue “condenado” ayer por la Academia de Hollywood a un ostracismo de diez años tienen un prólogo a modo de fábula, veintiún capítulos y un epílogo en más de 450 páginas, además de dos cuadernillos de fotografías familiares, de Smith con sus hijos, con sus parejas, con Nelson Mandela, Muhammad Ali, Jay Z y Beyoncé y la psicóloga junguiana y escritora Michaela Boehm (cuya opinión sobre el incidente del 27 de marzo aún no ha trascendido).
Ordenado cronológicamente, comienza con la infancia de Smith -donde sobresalen, como el yin y el yang, su madre y su padre- y se extiende hasta su 50º cumpleaños, en 2018, luego del rodaje de “Bright”, el film policial de David Ayer para Netflix, protagonizado por Smith y Joel Edgerton en el papel de un agente orco. El actor, que creció en un ambiente de violencia doméstica, en la adolescencia pensó en quitarse en la vida.
“Cuando tenía trece años, mi padre pegó a mi madre por última vez -cuenta-. Ella se hartó. A la mañana siguiente, se fue a trabajar y no volvió a casa. No se fue muy lejos, solo a unas pocas manzanas, a casa de Gigi, pero el mensaje estaba claro: se había cansado. Esa fue la primera de las dos únicas veces en mi vida en que tuve pensamientos suicidas. Pensé en tomarme pastillas, conocía también un lugar de las vías del tren donde un niño había perdido las piernas y había visto a personas cortarse las venas de las muñecas en una bañera en la televisión”.
De niño inseguro que creció en un barrio de Filadelfia a estrella del rap y el hip-hop en su juventud y, sin escalas, de actor con problemas económicos a estrella de Hollywood, Smith narra de manera entretenida y por momentos en clave épica su trayectoria en el mundo del entretenimiento. Alterna el relato de sus logros con el de episodios difíciles que, según revela, pudo superar gracias al significado inscripto en su nombre propio: la voluntad. “He oído que la personalidad de un niño se ve influida por el significado de su nombre -escribe Smith-. A mí mi nombre me lo puso mi padre, me dio su nombre, y con él me otorgó la mayor virtud de mi vida: la habilidad para superar las adversidades. Me dio voluntad, que es lo que significa mi nombre en inglés, Will”. La lista de agradecimientos, “la página más difícil de todo el libro”, hay que buscarla en la cuenta de Instagram del actor (@willsmith).
Si bien Will encabezó por semanas la lista de libros más vendidos en el Sunday Times y el New York Times en 2021, y fue elogiado por celebridades como Oprah Winfrey, Idris Elba y Chris Evans, también fue visto como una estrategia corporativa -y megalómana- del actor estadounidense: “Había pasado de pobre a rico y de rico a actor arruinado sin experiencia para, de pronto, protagonizar la película más taquillera del mundo [por Día de la independencia]”.
En reiteradas ocasiones se advierte que el libro parte de una introspección (abundan las referencias a la meditación, los retiros espirituales, el altruismo y la filantropía), pero a medida que se avanza en la lectura, va perdiendo el carácter narrativo e íntimo que pueden tener las historias personales para adquirir el tono del sermón y la autojustificación. “Las amenazas son una cosa -remarca el autor-. La violencia es otra muy distinta. Sin embargo, cuando creces en entornos violentos, la mente se adapta y percibe amenazas en todas partes. Llegas a la conclusión de que no te pueden pillar desprevenido ni una sola vez. Comienzas a responder de la misma manera ante las amenazas percibidas que ante la violencia real, aunque en realidad sean cosas muy distintas”.
Alusiones a las bofetadas -reales y simbólicas- no faltan en Will. “Cuanto mayor sea la fantasía que vivas, más doloroso será el inevitable choque con la realidad -escribe la estrella de “Soy leyenda”-. Si apuestas por la fantasía de que tu matrimonio será feliz para siempre sin ningún esfuerzo, entonces la realidad te pagará de manera proporcional a tu nivel de autoengaño. Si vives la fantasía de que ganar dinero te llevará a ganar amor, entonces el universo te despertará de una bofetada, con la sintonía de mil voces cabreadas”. ¿Habrá despertado el actor, cantante, productor cinematográfico y ahora también escritor?
El miedo
“Yo siempre me he considerado un cobarde. La mayoría de mis recuerdos de infancia están marcados por algún tipo de miedo que sentía: miedo a otros niños, miedo a que me hicieran daño o a sentir vergüenza, miedo a que me consideraran débil.
Pero, sobre todo, me daba miedo mi padre.
Cuando tenía nueve años, vi cómo mi padre le daba un puñetazo a mi madre en la sien con tanta fuerza que se desplomó. La vi escupir sangre. Ese momento en ese dormitorio, probablemente más que cualquier otro momento de mi vida, ha definido lo que soy ahora.
Todo lo que he conseguido desde entonces, los premios y los reconocimientos, los focos y la atención mediática, los personajes y las risas, han estado marcados por un sutil deseo reiterado de pedir perdón a mi madre por mi inacción aquel día. Por fallarle en ese momento. Por no enfrentarme a mi padre.
Por ser un cobarde”.
La abuela Gigi
“Gigi [su abuela materna] se convirtió en la referencia moral por la que me he guiado toda mi vida. Ella era mi conexión con Dios. Si Gigi estaba conten ta conmigo, eso significaba que Dios estaba contento conmigo. Si ella no estaba contenta, eso significaba que el universo estaba dis gustado. Su aprobación significaba que el universo también aprobaba todo lo que yo estaba haciendo. En mi cabeza, ella estaba en contacto directo con Dios. Cuando ella hablaba, yo sentía que esta ba recibiendo instrucciones explícitas de Dios. Así que su aprobación no era importante porque yo adorara a mi tierna y cariñosa abuela, su aprobación era mi forma de acceder y disfrutar del poder y del favor del Señor”.
Dos culturas
“Pasé la mayor parte de mi infancia a caballo y haciéndome camino entre dos culturas: mi mundo negro en casa y en el barrio, en la Iglesia baptista de la Resurrección y en el taller de mi padre; y el mundo blanco del colegio, de la Iglesia católica y de la cultura pre dominante de Estados Unidos. Yo iba a una iglesia completamente negra, vivía en una calle completamente negra y crecí jugando sobre todo con otros niños negros. Pero, al mismo tiempo, era uno de los tres únicos niños negros que estudiaban en Nuestra Señora de Lourdes, el colegio de primaria católico del barrio.
En el colegio, era imposible no sentirse marginado. Yo no vestía como los niños blancos. No escuchaba a Led Zeppelin ni a AC/DC, y nunca entendí el lacrosse. Sencillamente no encajaba. Pero en mi barrio tampoco terminaba de encajar. No hablaba como los otros niños ni usaba la misma jerga que ellos. Mi madre no me lo habría permitido”.
¿Amor o performance?
“Toda mi vida me ha perseguido la angustiosa sensación de que estoy fallándoles a las mujeres a las que quiero. A lo largo de los años, en mis relaciones de pareja, siempre hacía demasiado. Las mimaba, las sobreprotegía, trataba desesperadamente de complacerlas, incluso cuando estaban bien, sin ningún problema. Ese deseo insaciable de agradar se manifestaba como una dependencia agotadora.
Para mí, el amor era una performance, así que, si no me aplaudías, era porque yo lo estaba haciendo mal. Para triunfar en el amor, las personas a las que quería tenían que aplaudir constantemente. Spoiler: esta no es la forma correcta de tener relaciones sanas”.
Quincy Jones
“Quincy Jones es un intuitivo y brillante cazador de tormentas. Es capaz de sentir los destellos sutiles de lo imposible cuando está a punto de suceder. Se preparó durante décadas, estudiando música, dando miles de conciertos, aprendiendo de maestros, rodeándose de los intérpretes y los artistas más destacados. Quincy solía decir: ‘¡Las cosas siempre son imposibles hasta que no lo son!’. Aprendió a trabajar el ambiente y a dejar entrar la energía. Se veía a sí mismo como un ‘director’, tanto en el sentido musical como en el energético. Su principal tarea era evitar que nos perdiéramos el milagro en cuestión, que bloqueáramos esa sutil y mágica oportunidad que era tan obvio (para él) que se estaba presentando”.
Racismo
“A principios del siglo XX, los vecinos de las comunidades blancas escogieron un día específico para agredir a cualquier persona negra que estuviera caminando por su barrio. Setenta años después, algunos de mis compañeros del colegio católico seguían pensando que bromear al respecto era divertido. Pero, en cada encuentro que he tenido con el racismo manifiesto, se trataba de gente que yo consideraría enemigos débiles, como mucho. Siempre me han parecido personas poco inteligentes, enfadadas y, a mi parecer, gente a la que yo podría derrotar o eludir fácilmente. Por este motivo, el racismo manifiesto, aunque peligroso y omnipresente como una amenaza externa, nunca me ha hecho sentirme inferior”.
Jada Pinkett
“El alma y el corazón de nuestra unión era entonces, como sigue siendo ahora, una conversación intensa, luminiscente. Incluso ahora, mientras escribo estas líneas, si Jada y yo iniciamos una conversación, se prolonga durante al menos dos horas. Y no es raro que hablemos durante cuatro, cinco o seis horas seguidas. El gozo que sentimos al reflexionar sobre los misterios del universo vistos en el espejo de las experiencias del otro nos produce un éxtasis desenfrenado. Incluso cuando estamos en profundo desacuerdo, no hay nada en este mundo que ninguno de los dos disfrute más que la oportunidad de crecer y aprender del otro a través de una comunicación apasionada”.
Presencias inspiradoras
“Entre nosotros habitan personas, muy pocas, que saben quién y qué son y que tienen meridianamente claro qué han venido a hacer a este mundo: Gandhi, la Madre Teresa, Martin Luther King Jr., Nelson Mandela e incluso agentes de cambio incipientes como Malala Yousafzai o Greta Thunberg. Todas estas personas acepta- ron su deber divino y se mostraron dispuestas a sufrir para luchar por lo que creían correcto y para beneficiar a otros. Su convicción es de una potencia embriagadora. Son serenas, decididas y afectuosas incluso en pleno conflicto y ante las peores tormentas. Estar en su presencia basta para que el corazón se inspire y aspire a un propósito superior. Uno quiere servirlas, seguirlas, luchar junto a ellas”.
Lecturas
“Estos días de soledad en Utah [su casa en las montañas] inauguraron el periodo de lectura más intenso de mi vida, un periodo que se prolongó durante años. Una lista muy parcial de los libros que devoré: Malcolm X. Autobiografía; El Bhagavad Gītā tal y como es; El camino menos transitado; Don Quijote de la Mancha; Alma en libertad; Las enseñanzas del Buda; La Odisea; Moby Dick; Cómo ganar amigos e influir sobre las personas; Los cinco lenguajes del amor; Como un hombre piensa, así es su vida; El Uno; Zen en el arte del tiro con arco; La República de Platón; El camino del hombre superior; Iron John: Una nueva visión de la masculinidad; El poder de las palabras; Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado; The Power Path; El hombre en busca de sentido. La lista sigue, sigue y sigue. Creo que, durante los años que vinieron, leí como mínimo unos cien libros”.
Muhammad Ali
“-Que no, que no. Ni hablar. Ni pensarlo. No. Quítatelo de la cabeza. Olvídate.
Así reaccioné cuando JL [James Lassiter] me dijo que Michael Mann quería que protagonizara su inminente película biográfica sobre Muhammad Ali. La mera idea bastaba para que me corrieran escalofríos por toda la espalda. Ali era uno de los seres humanos más admirados y queridos del planeta. Una leyenda viva. Y no iba a ser yo quien echara a perder la representación de su vida y de su legado en la gran pantalla.
Además, todo iba genial. Ya era oficialmente el campeón del mundo de los pesos pesados de la taquilla hollywoodiense. ¿Por qué jugármela? ¿Por qué arriesgar mi título? El nivel de dificultad de interpretar a Ali rozaba lo absurdo. La proporción riesgo-beneficio estaba catastróficamente inclinada hacia el fracaso global y universal, hacia la humillación eterna. En otras palabras, no lo veía nada claro”.
Una enfermedad sutil
“Era imparable. Era la racha más larga de éxitos de cualquier actor de Hollywood en toda la historia del cine. Me había convertido en el actor más rentable de toda la historia. Y aún no había cumplido los cuarenta. El problema era que había equiparado tener éxito a ser querido y a ser feliz. Y son tres cosas distintas. Y, como las había equiparado, acabé sufriendo una versión aún más insidiosa de la “enfermedad sutil” a la que solo puedo describir como ‘más, más, más y más’. Si tengo más éxito, seré más feliz y la gente me querrá más”.
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