Nueva York.- Cualquier fanático de "Breaking Bad " podría perdonar que el episodio final, transmitido anoche, terminara sin grandes sorpresas.

Esto, porque la serie dramática de AMC transmitió momentos sorprendentes y chocantes desde su estreno, cinco temporadas atrás. Al igual que lo hizo en su episodio final.

Para aquellos de ustedes que no quieran saber cómo concluyó, ¡paren de leer! OK. ¿Listos?

El final cerró el círculo con el que inició la quinta temporada: Walt (Bryan Cranston) con una espesa barba y larga cabellera en un restaurante Denny's, en Albuquerque. Allí sustituyó el Volvo que había robado y conducido por todo el país desde New Hampshire donde, en el penúltimo episodio, estuvo escondido como el fugitivo más buscado de la nación.

Más importante aún: en ese Denny’s Walt se convirtió en el dueño de una potente ametralladora. Aquí se entrelazan escenas de los meses que le precedían a su cumpleaños número 52. En la final, se revela la pieza clave y final del rompecabezas inconcluso.


Cuando el capítulo final empieza, Walt, enfermo de cáncer y buscado por las autoridades, vuelve a su casa, en Albuquerque, para su último enfrentamiento.

En un acuerdo bizantino y siniestro con la pareja que se enriqueció con la industria farmacéutica que Walt cofundó sin ningún beneficio, Walt se aseguró de que sus hijos recibieran cerca de $10 millones de su fortuna de narcotráfico.

Walt se reencuentra con su esposa, Skyler (Anna Gunn), quien había dejado claro que lo odiaba. "¿Por qué estás aquí?", le preguntó ella con frialdad. "Se acabó", le respondió él. "Necesito un adiós apropiado", agregó.

Después de todo este tiempo, Walt justifica en voz alta su descendencia y se describe como un manso profesor de química mal pagado cuyas circunstancias los convirtieron en un legendario capo de la droga. Durante toda la serie, Walt insistió que todos sus delitos los cometió por su familia, para dejarles un sustento después de su muerte por cáncer terminal.

Sin embargo, ayer confesó a Skyler: “Lo hice por mí. Me gustaba. Era bueno en eso y me sentía vivo”.

Jesse Pinkman (Aaron Paul), quien fabricaba la droga de Walt, fue esclavizado por un grupo de maleantes que lo obligaban a confeccionar metanfetamina cristalizada mediante el proceso de laboratorio que el químico desarrolló. Walt rescató a Jesse, una vez más, utilizando su ingenio, montando la ametralladora en un aparato controlado a control remoto que acribilló a tiros a los malhechores desde el baúl de su carro.

Liberado, Jesse fue visto por última vez conduciendo a toda velocidad lejos de lo que fue su prisión, gritando histérica, rabiosa y agradecidamente. Contra todos los pronósticos, sobrevivió.  

Sin embargo, para Walt el final resultó distinto. Los policías descendieron a la escena de la masacre en masa para apoderarse de él, pero allí lo encontraron tendido en el suelo, muerto en el laboratorio, aparentemente por una bala perdida de su propio rifle. Con su suicidio involuntario logró escapar de la ley, sus enemigos y del cáncer que lo acechaba.


Y sí, Walt usó la ricina que tenía en reserva y envenenó a Lydia Rodarte-Quayle, quien había mostrado su mal juicio al confabularse con sus enemigos en más de una ocasión. Él sustituyó el endulzador que la mujer colocó en su té por la ricina.

El episodio y la serie termina con la canción “Baby blue”, de Badfinger, que contiene un estribillo que dice: “Supongo recibí lo que merecía”.

Así también fue para los televidentes, con un final que fue sorpresivo con una relativa escasez de violencia, que ató cabos sueltos y que parecía orgánicamente apropiada, aunque un tanto extravagante. ("Breaking Bad" nunca insistió en el realismo crudo).

Escrito y dirigido por Vince Gilligan, el creador de la serie la empezó como la terminó: traviesa, torcida y tremendamente creativa. Certificada como, posiblemente, el mejor drama de la televisión de todos los tiempos, "Breaking Bad" se ha mantenido como un producto tan puro como el “crystal meth” de Walt White.