En días recientes se dio a conocer la lamentable noticia de que el director Tony Scott se suicidó a los 68 años lanzándose desde un puente en Los Ángeles. La reacción en las redes sociales fue inmediata, con los aficionados del cine de luto ante la tragedia, tratando de descifrar qué llevó a este exitoso cineasta, casado y con dos hijos, a tomar semejante decisión.

Scott dejó una nota en su auto y, al momento de redactar este escrito, su contenido no se ha hecho público, y rezo que así se mantenga. Eso sólo le concierne a quienes dejó atrás, incluyendo a su hermano, el director Ridley Scott. No a TMZ, The Hollywood Reporter, ustedes ni yo.

Actualización: Según ABC News, una fuente cercana al cineasta indicó que Scott tenía un tumor cerebral inoperable. 

Inicialmente no sabía si debía escribir algo sobre su repentina muerte. Grandes luminarias del séptimo arte han fallecido a través de los años que he mantenido este blog y no he visto la necesidad de hacerlo, quizá porque considero que hay una tendencia por elevar la obra una artista tras su partida, y ciertamente muchos pecaron de esto ayer en los comentarios que leí en Twitter y Facebook. De pronto, la filmografía de Scott era venerada como nunca lo fue antes del día de ayer.

He disfrutado del trabajo de Scott desde niño, mucho antes de escuchar su nombre. Vi Top Gun innumerables veces, mientras que The Last Boy Scout –mi película favorita de su canon, aunque no la mejor- fue el primer VHS que compré junto a The Shining. La he visto decenas de veces y pertenece a ese selecto grupo de largometrajes cuyo diálogo puedo repetir de memoria. 

Las tremendas Crimson Tide, Enemy of the State, Days of Thunder y –ahora sí, su mejor película- True Romance (Tarantino habrá escrito las palabras, pero la energía de esa película es puro Scott), se suman a la buena racha de producciones que nos brindó durante los 90. La pasada década no fue la mejor para Scott, con Man on Fire sobresaliendo muy por encima de Spy Game, Domino, Deja Vu y el remake The Taking of Pelham 1 2 3, pero la carrera de Scott culminó en una película que no podía estar más a tono con sus sensibilidades cinematográficas.

Unstroppable estrenó en el 2010 y creí que era el material idóneo para él desde que leí su premisa: un tren que carga con material tóxico se dirige sin conductor a toda velocidad hacia un pequeño pueblo mientras dos hombres intentan detenerlo. Siendo el cínico que soy, no entré a la sala esperando ver algo grandioso, pero vaya que sí fue divertido. Existe una gran diferencia entre entretenimiento escapista y entretenimiento banal, y Scott era experto en el primero.

La verdad es que no considero que Scott haya sido un gran director, pero sí era consistente en proveer lo que gran parte del público busca en el cine: entretenimiento. Se podrán decir muchas cosas de su singular estilo –buenas y malas-, pero no se puede negar que el cineasta británico se esmeraba por recompensar nuestra inversión de tiempo y dinero. Incluso podemos ver su influencia en otros directores que han tratado de imitar su rápida edición, estética y ritmo narrativo, pero pocos la han igualado.

Y ahí es precisamente donde yace el mayor legado de Scott: la huella que dejó es perceptible en el cine comercial actual y de los últimos 20 años. Cuando podemos decir “eso se ve como una película de Tony Scott”, es porque algo bueno debe haber hecho. Algunos directores son recordados por cómo revolucionaron el medio, pero igualmente loables son aquellos que aprovecharon sus virtudes al máximo, diestramente y en afán de entretenernos. 

Los dejo con el cortometraje Beat the Devil, realizado para la serie The Hire, de BMW, que considero encapsula perfectamente lo que fue el estilo de Tony Scott.