Una historia que merece ser contada: No siempre hay que llegar primero para ganar
Souad Nefissa Cherouati, una ingeniera de Argelia, completó el maratón de aguas abiertas pese a los distante que estuvo de la ganadora y hasta de la antepenúltima nadadora de salir del agua.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 3 años.
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Tokio. Mientras las mejores nadadoras del mundo en aguas abiertas peleaban por la medalla de oro del maratón olímpico de 10 kilómetros, yo observaba a alguien que se rezagaba cada vez más en la Bahía de Tokio.
En los Juegos Olímpicos, toda la atención se enfoca en el primer, segundo y tercer lugar.
Pero también hay historias que merecen ser contadas en el otro extremo.
Como la de Souad Nefissa Cherouati.
Ingeniera química argelina de 32 años que vive en Portugal, Cherouati sabía de antemano que no tenía esperanzas de ganar una medalla en la prueba del miércoles.
Pero quería redondear una actuación decorosa y terminar la carrera.
“Nunca me entrego”, expresó. “Si lo hago, tengo un gran problema”.
Cherouati estuvo cerca de la punta tan solo la primera vuelta. Pronto se dio cuenta de que no podía seguir el ritmo de las favoritas.
“Sé que no tengo el nivel de ellas”, declaró. “Quiero manejar mi nivel. Claro que trato de dar lo mejor de mí. Pero cuando veo que van demasiado fuerte para mí, tengo que dosificarme y nadar a mi ritmo”.
Empezó así una batalla solitaria contra sí misma: Un maratón sin nadie a la vista, excepto por el salvavidas montado en una tabla de paddleboard que debía estar pendiente de ella.
“Nadar sola es duro”, dijo Cherouati. “Es más fácil nadar con alguien. Tienes un mejor ritmo. Yo estaba sola. Es difícil en el plano mental y también en el físico. Pero no me entregué”.
A medida que nadaban siete vueltas alrededor de un trazado cuadrangular, con los rascacielos y el imponente Puente del Arcoiris de Tokio de fondo, la distancia entre Cherouati y el resto aumentaba.
Ella siguió batallando a solas, impulsada por su orgullo.
Finalmente escuchó la campana que anuncia que falta una sola vuelta. Le dolía todo. Cada brazada era una tortura.
Pero no se entregó.
Eso hubiera sido peor todavía.
“Lo peor que podría pasarme”.
¿Pensó en abandonar?
“Jamás”, respondió. “Me sentía mal, pero no tan mal como me hubiera sentido si paraba”.
Cherouati se dedicó al maratón olímpico hace solo cuatro años. Hasta entonces se había enfocado en sus estudios y participado en algunas competencias en piscinas.
No resistió la tentación de nadar largas distancias. Sintió un llamado y se inició en esas pruebas brutales, con condiciones cambiantes.
Que en el caso de Tokio incluyeron un fuerte calor.
Para combatirlo, la carrera largó a las seis y media de la mañana. Ya hacían 29 grados Celsius (a mitad de los 80 Fahrenheit) y había mucha humedad.
El agua estaba templada, lo que no es bueno para carreras de larga distancia. Cherouati nunca había nadado en aguas tan calientes.
“Las condiciones fueron muy duras”, dijo la argelina.
De hecho, la medallista de bronce fue golpeada por un pez grande que salió del agua, lo que representaba otro riesgo.
Hubiera sido mucho más fácil abandonar. Muchas lo hacen. No es ninguna vergüenza. Sobre todo tomando en cuenta que a Cherouati le molestaba un hombro.
Pero estaba decidida a terminar.
Las demás participantes habían cruzado la meta hacía rato cuando ella divisó la llegada.
Terminó última, con un tiempo de dos horas, 17 minutos y 21.6 segundos.
Casi 18 minutos más que la ganadora, la brasileña Ana Marcela Cunha. Y casi nueve minutos más que la penúltima.
Pero había estado a la altura de todas las demás en un aspecto: Había terminado.
Y estaba orgullosa. No se había colgado la medalla de oro. Pero se sentía una ganadora.