Subimos a la famosa CN Tower
La torre, que recibe unos 2 millones de visitantes al año fue clasificada como una de las 7 Maravillas del Mundo Moderno en 1995.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 9 años.
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Toronto, Canadá.- La presencia de la CN Tower acapara la atención desde espacios muy lejanos. Es imposible no mirarla desde distintos puntos de la ciudad.
Desde que montamos el ascensor para la afamada estructura, los rostros de los tripulantes van reflejando nerviosismo.
“Cuidado con los cristales, son delicados”, dice muy serio el ujier refiriéndose al suelo del elevador. Hay suspiros y varias risas mientras subimos a 15 millas por hora 114 pisos.
Con los oídos tapados llegamos a la primera parada: 1,136 pies de altura. Niños y adultos se pegan a los cristales y miran asombrados la espectacular imagen de la ciudad.
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Los altísimos rascacielos de Toronto están muy por debajo de nosotros. La ciudad, esos edificios que tan altos nos parecían desde el suelo, las calles, árboles, parques, el muelle, los botes, los autos y los peatones, todos parecen formar parte de una maqueta en movimiento.
La torre, que recibe unos 2 millones de visitantes al año fue clasificada como una de las 7 Maravillas del Mundo Moderno en 1995. Las partes más altas están diseñadas para aguantar vientos de hasta 260 millas por hora.
Según la información ofrecida en la estructura de concreto, comenzó a construirse en 1973 para servir de antena y mejorar los problemas de telecomunicación de una ciudad en pleno crecimiento. De esa altura, podrían enviar señales que no estuvieran obstruidas a casi toda la región. El esqueleto fue construido con 80 millas de cables de tensión.
Más tarde decidieron abrirla como un atractivo turístico, y en la actualidad la CN Tower es uno de los íconos de Canadá y el más impactante punto de interés de Toronto. Mientras más subimos, más impresionante es la vista de la ciudad.
Casi en la punta, en el llamado “sky pod” –un observatorio a 1465 pies de altura- la ciudad parece irreal. Como sacada de un juego de “polly pocket”. Es una altura que recalca lo pequeños que somos.
Esta punta de la torre está diseñada para moverse hasta 3 pies con vientos extremos. Abajo a 31 pies de distancias, se ven los grupos de personas que realizan el “edge walk”, un recorrido por el borde del mirador. Los grupos de cinco personas están amarrados a unos cables y se balancean con sus espaldas al vacío. Es fácil imaginar la adrenalina que sienten.
Bajamos un poco, a 1122 pies, y llegamos al piso de cristal. Una niña de unos 4 años observa desde el borde con las manos en las rodillas. “¡Ay dios mío!”, exclama una turista tan pronto se asoma.
Algunos titubean antes de pisar el cristal. “El problema es ese primer paso”, dice otra turista.
El cristal está diseñado para aguantar hasta 48,138 libras, o 14 hipopótamos gigantes, pero es inevitable querer agarrarse de las paredes mientras se camina con la vista tan clara de la ciudad bajo los pies.
La torre –que pesa 130,000 toneladas- recibe los golpes aproximadamente 75 relámpagos al año.
En el edificio también está el Restaurante 360, un espacio giratorio donde los visitantes pueden comer mientras observan los diferentes ángulos del paisaje.
En las noches la CN Tower alumbra la ciudad con un baile de colores que suben, bajan y cambian de color cada hora. La tecnología LED fue instalada en el 2007 y puede producir 16.7 millones de colores.
Todos los días, al anochecer, las luces de la torre hacen juegos en colores blancos y rojos en honor a Canadá.
Bajamos el ascensor un poco más rápido a la salida. Los oídos se vuelven a tapar. Nos alejamos y la imagen de la torre nos persigue. Su imponente estructura se refleja en cada cristal, en cada edificio cercano.