Toronto, Canadá.- Sale del corazón, se amarra a las caderas, empuja hombros y pies. La plena llegó a Toronto y a los canadienses les encantó.  

Pocas cosas más puertorriqueñas que la bomba y la plena. Dos géneros tan amarrados a nuestra historia que es imposible borrarlos. 

Y ahí estaba Plena Libre, en una de las dos tarimas del Nathan Phillips Square en City Hall, llevándole el sabroso toque de panderos boricua a los canadienses y turistas que se aglomeraron para disfrutar del festival Panamania, organizado por la ciudad para unir la cultura al deporte durante los XVII Juegos Panamericanos.

Poco antes de las 8:00 p.m. del lunes, con el sol aún brillando sobre la ciudad, cientos de personas ocuparon la plaza para escuchar los diferentes ritmos latinos que se presentarían en la noche. Dos monoestrelladas azul cielo se destacaban por encima del público. Las alzaban con inocente orgullo dos niñas, de entre 5 y 7 años, que disfrutaban de la música desde los hombros de sus padres. 

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El grupo de pleneros puertorriqueños tomó el escenario. “¡Puerto Rico! ¡Boricuas!”, se escuchó desde el público. Un hombre, que ondeaba una bandera cubana comenzó a aplaudir al ritmo de la clave salsera. “¿Dónde están los boricuas?”, gritó Emanuel Santana, y un sorpresivo grupo de puertorriqueños le respondió con vítores. 

Tan pronto se escuchó “Ay, cucú” por las bocinas se palpó quienes eran los latinos en el público. Vestían colores de sus banderas -Colombia, Costa Rica, Uruguay- y movían sus cuerpos al ritmo de los panderos.  

El resto observaba. Analizaba la música. Algunos movían sus cabezas y rodillas al ritmo de las congas. Otros intentaban seguir las melodías con pasos de salsa. 

“Todo el mundo con la mano arriba”, repitió Santana y, poco a poco, la multitud siguió sus pasos. 

Que el sonido les gustara no había duda. Es que había inseguridad en sus movimientos. 

Un rubio que, por su vestimenta elegante parecía haber salido de trabajar de alguno de los edificios cercanos, intentaba seguir el compás con movimientos rígidos. Daba minúsculos pasos de un lado a otro y levantaba las manos cuando veía al resto hacerlo. No paraba de sonreír. Disfrutaba nuestra plena.

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Un poco más al lado, cerca de la tarima, un boricua –porque tenía que ser boricua- enseñaba a varias canadienses el típico baile de fiesta patronal: dos pasos para la derecha, dos pasos para la izquierda, dos para atrás, brinco.

Más al lado, una pareja bailaba salsa, con espectaculares pasos de la llamada salsa de salón, siguiendo de manera perfecta el compás las congas de los pleneros. Varias personas los rodearon y sacaron sus celulares para retratar o grabar sus movimientos.

“Estamos muy contentos de estar en los Panamericanos. Esperamos que la pasen muy bien”, dijo en inglés Gary Núñez, dando pie al comienzo de “Julieta”. 

Apretaron las congas, y la pelinegra movía rápido sus hombros y caderas. Levantó una mano y colocó otra en su cintura, tiró con gracia su larga cabellera risa hacia delante y hacia atrás. 

El círculo alrededor de ellos aumentó. Miraban asombrados los cadentes movimientos. 

Una rubia con traje negro y un maletín en su hombro caminaba confundida entre la gente. Se detuvo. Miró a la tarima. Vio al grupo que se movía de lado a lado liderados por el puertorriqueño. Empezó a mover discreta sus pies. Se unió, intentó seguir pero se le perdían los pasos. Se salió. Respiró hondo. Se volvió a unir. Se perdió entre pisadas de nuevo pero ya no importaba. Se había contagiado del ritmo. Se rió sola y siguió bailando a su propio paso. Nadie la juzga.

“Es importante para nosotros que estén disfrutando de la música. Han decidido abrir sus oídos y corazones a nuestra música y cultura aunque no entiendan la letra. Esto es lo que hace un mejor mundo para nuestros hijos. ¡Deporte y música, deporte y música, deporte y música! Cuando las personas se unen sin importar las diferencias de cultura ni el idioma”, dijo Núñez, otra vez en inglés y el públicó respondió con aplausos. 

Los pleneros comenzaron a cantar “6 corrido” y ya no bailaba una pareja, otra se unió. Dos mujeres lanzaron sus carteras al suelo, y se pegaron. Uno de los hombres bailaba con tres a la vez. Les daba vueltas, las movía de un lado a otro. Ellas guiñaban, alzaban las manos y las bajaban rozando su cuerpo mientras giraban y daban pelo. Pura coquetería.

Fue bajando el sol y el público iba olvidando la timidez.  Núñez agarró el micrófono y empezó a explicarles cómo bailar en inglés. “Derecha afuera, derecha adentro, izquierda afuera, izquierda adentro. ¡Los queremos ver bailando!”, clamó. “Un aplauso a todas esas latinas abusadoras”.    

Era lo que necesitaba el público. Que momentos antes se preguntaba entre ellos, ¿cómo se baila esto?

Se escuchó “Mañana por la mañana”, y el diverso público aplaudía y bailaba sin contemplaciones.

Un hombre le intentaba enseñar a una canadiense a bailar. “Tranquila”, le dijo. Ella lo miró, intentó, se confundía. “Déjate llevar”, añadió él. Poco a poco, paso a paso. Le salió. 

Las dos banderas de Puerto Rico y una de Cuba seguían ondeando alto. “Ha sido un placer compartir con ustedes, y somos boricuas pa’ que to’ el mundo lo sepa. Esta es la música de mi país y al boricua se respeta”, soltó Santana. 

Enardecida la multitud clamaba por otra canción. La plena se despidió y la salsa de la Spanish Harlem Orquestra hacia su entrada. 

La multitud -ya suelta y llena de energías- buscaba pareja y se movía sin complejos. Es que no importa si los pasos siguen al detalle el compás. Lo que importa es lo que sienten. Liberarse, mover el cuerpo con el sonsonete caribeño. “Papapá, papá”. Un paso adelante, un paso hacia atrás. Cerrar los ojos. Dejarse ir. 

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