Los Juegos Pandémicos de Tokio acaban con balance ambiguo
Los Juegos Olímpicos bajaron su telón con un balance surrealista para Japón y para el mundo.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 3 años.
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Tokio. Empezaron con un virus y una espera de un año. Acabaron con un tifón, temblores y el virus. En medio: pasó casi de todo.
Los Juegos Olímpicos de Tokio, bautizados con un “2020” pero disputados a mediados de 2021 tras un aplazamiento de un año por el coronavirus, bajaron su telón la noche del domingo en Tokio (mañana del domingo en horario de Puerto Rico) con un balance surrealista para Japón y para el mundo.
Celebrados en medio de un resurgimiento de la pandemia, con el rechazo de la mayoría de los japoneses y trastornados por meses de problemas administrativos, estos Juegos presentaron una serie de obstáculos logísticos y médicos como ninguno otro. También dieron espacio a una seria discusión sobre la salud mental — y, en cuanto al deporte, ofrecieron emocionantes momentos de consagraciones y varias decepciones.
Desde antes, las expectativas eran modestas en el mejor de los casos, y apocalípticas en el peor.
Incluso Thomas Bach, el presidente del Comité Olímpico Internacional, dijo estar preocupado porque estos pudiesen ser “unos Juegos Olímpicos sin alma”. Pero el viernes sostuvo que “lo que hemos presenciado aquí fue totalmente distinto”.
“Se podría palpar, ver y escuchar cómo se disfrutó volver a convivir juntos”, dijo Bach.
En estos Juegos, la propia palabra “juntos” generaba pavor. Se vetó la presencia de público. Una serie de protocolos mantenían a los deportistas con mascarillas y guardando la distancia en las premiaciones, mientras se restregaban sudados en ciertas competencias. Pero no había otro remedio. Eran riesgos que podrían mitigarse, pero al mismo tiempo se tenía que seguir adelante.
La perseverancia de los atletas fue el foco central. La salud mental captó atención como nunca antes y los atletas revelaron sus relatos y sufrimientos de forma cruda.
Los segundos Juegos Olímpicos de verano en Japón, montados 57 años tras aquella memorable cita de 1964 que reinsertó al país al mundo tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial, mostró a un mundo ávido de unirse en medio de una coyuntura histórica en la que la pandemia y la política lo tienen fragmentado. Con ese trasfondo, las gestas deportivas no faltaron.
Entre lo destacado: Yulimar Rojas rompiendo el récord mundial de salto triple para convertirse en la primera mujer venezolana que se consagra campeona olímpica. Allyson Felix estableciendo un récord estadounidense con 11 medallas en el atletismo para despedirse del entramado olímpico. La notable cosecha de medallas del anfitrión, casi duplicando su mejor actuación previa. La aparición del surf, el skate y la escalada como deportes populares y viables en el programa, incluso cuando un tifón hizo más bravas las olas para los surfeadores durante la primera semana.
Toda justa olímpica es un microcosmos del mundo que refleja y esta lo reflejó como nunca. Su antesala y las dos semanas de competencias estuvieron marcadas por una infinita cantidad de pruebas de diagnóstico de COVID-19 a través de la saliva, para los atletas, el personal, los periodistas y los visitantes. Se habían detectado algo más de 400 positivos, muy por debajo del dato fuera de la burbuja olímpico, donde el incremento de los casos provocó que el gobierno japonés ampliara el estado de emergencia.
Y, desde luego, está el otro microcosmos del ser humano que quedó expuesto en estos Juegos: la acuciante presión con que los mejores deportistas deben lidiar, compitiendo al máximo para ganar a cualquier costo. La interrupción de esa narrativa, al aflorar los suplicios de la gimnasta Simone Biles y de la tenista Naomi Osaka en particular, permeó y abrió un debate entre los atletas que todo el mundo anticipa que continuará.
“Al final de cuentas, no sólo somos entretenimiento. Somos humanos y hay cosas tras bambalinas con las que debemos lidiar”, dijo Biles tras retirarse de la final por equipos en la gimnasia.
En lo que Tokio entrega la posta de los Juegos de Verano a París para 2024, la demora implica dejar apretadas dos citas olímpicas. Los próximos Juegos de Invierno arrancarán dentro de seis meses en otra metrópolis asiática - Beijing, el rival de Japón en el este de Asia y en donde se espera que un gobierno autoritario organice sus Juegos de una manera más draconiana y restrictiva, con o sin virus.
En las últimas semanas, mucha gente — dirigentes, deportistas y periodistas — han meditado acerca de cómo serán recordados estos Juegos. Eso le corresponderá a la historia. Pero hay ciertas pistas. Los preparativos fueron un marasmo. Se compitió con recelo, pero sin incidentes. El gasto de hasta 15.000 millones de dólares fue colosal y perdurará en Tokio por mucho tiempo.
¿Y qué se supone que deben ser los Juegos Olímpicos? ¿Un evento libre de interferencias políticas como insiste el COI? ¿Una bonanza para los patrocinadores y los dueños de los derechos de televisión? ¿Un paso pequeño por la paz mundial? Pese a todo lo que se analiza sobre los Juegos, su identidad sigue sin definir y la pregunta persiste.
Pero al apagarse el fuego olímpico se antoja fácil argumentar que Tokio puede decir que sus Juegos no fracasaron — al tener que superar tantos inconvenientes para que fueran realidad. Al tiempo que la campaña de vacunación avanza o se mantiene, aparecen variantes y se ordenan nuevos confinamientos alrededor del mundo, otra ciudad y otro gobierno — Beijing, la capital de China — tendrá que lidiar con la misma interrogante.