Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 8 años.
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La imagen habla por sí sola: Usain Bolt se divierte mientras sus rivales compiten. El 'Rayo' se da tiempo para mirar a los costados, sonreir, estando cuatro cuerpos por delante, justo cuando De Grasse, Ujah y Yamagata deforman sus rostros por el esfuerzo.
Internet sprints to make that iconic Usain Bolt photo a meme https://t.co/gbQamEKTsd pic.twitter.com/IehKz7gj1W
— Mashable (@mashable) August 15, 2016
En semifinales Usain Bolt sembró el pánico entre sus rivales al ganar la segunda carrera en 9.86 segundos, su mejor registro del año, pese a que había sido el más lento de todos en abandonar los tacos de salida y dejándose ir en los últimos metros, cuando miró al soslayo, como en el soneto cervantino, y vio que nadie llegaba por los flancos.
Una hora después, de regreso a la cámara de llamadas, esta vez para dirimir la última batalla, Usain Bolt marcó territorio a sus rivales, paseando lentamente, serio y concentrado. Cuando posaba la mirada en alguna de sus futuras víctimas, todos eludían el contacto visual, según se pudo comprobar a través de las cámaras interiores del estadio.
La ley de la selva prohíbe mirar a los ojos al macho alfa, a menos que uno se atreva a retarle a un combate a muerte. Cuando uno no está seguro de sus fueras, mejor bajar la mirada.
Un peso corporal de 94 kilos repartidos en 195 centímetros de estatura constituye una máquina pesada cuya puesta en marcha consume mucha energía, pero una vez que alcanza su velocidad de crucero es imparable.
El astro jamaiquino impresiona a cualquiera. "Sí, impresiona. No solo por sus resultados y sus marcas, es que es físicamente muy grande", confiesa Bruno Hortelano, la nueva joya de la velocidad española, que viene de proclamarse en Amsterdam campeón de Europa de 200m.
Su sola estampa intimida a sus contrarios, y si además el público se vuelca con el grande, la batalla se desequilibra todavía más.
La noche del domingo, con el estadio Olímpico lleno por primera vez en tres días de atletismo, 56 mil espectadores se pronunciaron a favor de Bolt de forma abrumadoramente mayoritaria. El clamor pudo escucharse 10 kilómetros a la redonda cuando el locutor lo convocó a la pista durante la presentación de la final de 100 metros y el ídolo apareció por el túnel, sonriente y gesticulante.
"¡Bolt, Bolt, Bolt!, gritaba rítmicamente el público brasileño, que adoptó desde hace años al jamaiquino como ídolo propio. El rey del esprint acostumbra a visitar Brasil al menos una vez al año para participar en una carrera espectacular en la playa de Copacabana.
Por el contrario, su máximo adversario, el estadounidense Justin Gatlin, tuvo que competir frente a la animosidad del público. Los espectadores no le perdonan su pasado (cuatro años suspendido por dopaje), pero tampoco aguantan a nadie que, al menos sobre el papel, esté en condiciones de batir a su ídolo. El norteamericano, "el malo de la película", tuvo que contentarse con ser el medallista olímpico de más edad en esta prueba, con 34 años.
Con el público entero a su favor, una vez ganada entre bambalinas la batalla psicológica y con ese cuerpo, a nadie pudo extrañar que Bolt venciera con tanta facilidad. Ocho centésimas en 100 metros son muchas. El año pasado, en los Mundiales de Beijing, solo 13 milésimas los separó en la meta, también a favor del macho alfa.
Bolt ha vencido en Río con 9.81, el peor tiempo de sus tres títulos olímpicos del hectómetro, pero con igual autoridad, en una repetición del podio mundialista de Beijing 2015, aunque en aquella ocasión el canadiense De Grasse compartió el bronce con el estadounidense Trayvon Bromell.
"Alguien dijo que puedo convertirme en un atleta inmortal. Dos medallas de oro más y lo habré conseguido", comentó el bólido jamaiquino.
El reto del triple-triple sigue adelante. Si lo consigue, Bolt habrá igualado las nueve medallas olímpicas del fondista Paavo Nurmi y del esprinter estadounidense Carl Lewis. Eso sí, nunca, ni cuando esté por cruzar la meta con el asecho de siete corredores de élite, dejará de sonreir.