Competencias de lucha son la prueba más dura contra el virus
La disciplina de mayor contacto físico en el programa olímpico, también es en la que queda más al descubierto la guerra sin cuartel para minimizar los riesgos del COVID-19.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 3 años.
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Tokio. Abrazándose como si fueran los amantes más apasionados, los luchadores se embarran el uno al otro de sudor, saliva y — cuando se cortan accidentalmente — sangre. Los pulmones agitados, las bocas abiertas, inhalan y exhalan frente al rostro de su rival. Con sus cuerpos brillosos, es imposible distinguir los fluidos de su rival de los propios.
Sumándose a los evidentes riesgos de salud de tal proximidad, también son las únicas personas en toda la arena que no portan cubrebocas.
Ver las competencias olímpicas de lucha en medio de la pandemia de una enfermedad letal que se transmite por pequeñas partículas que viajan por el aire se siente como ser parte de un experimento viral, un estudio de la vida real sobre la dispersión de gotas, aerosoles y fluidos.
La peor pesadilla de alguien que le tiene fobia a las bacterias, es un espectáculo caótico que se aprecia mejor desde las tribunas, donde los voluntarios sostienen letreros de “mantenga su distancia física” ante multitudes inexistentes, a las que se les prohibió ingresar a las competencias de Tokio 2020 por el creciente número de infecciones en un país donde menos de la tercera parte de la población está vacunada.
Pero debido a que la lucha es la disciplina de mayor contacto físico en el programa olímpico, también es en la que queda más al descubierto la guerra sin cuartel contra el virus que han librado los deportistas para llegar a Tokio y, una vez aquí, siguen luchando para evitar un contagio que les impida competir.
Los luchadores y los Juegos son el equivalente a los canarios que alertaban a los mineros de carbón sobre la presencia de gases nocivos en las minas. El hecho de que digan que se sienten seguros en luchar cuerpo a cuerpo habla de las extraordinarias labores que llevan a cabo los deportistas olímpicos para mantenerse saludables, ejerciendo una disciplina sanitaria que ha permitido la realización de la justa, pero también le ha quitado buena parte de la diversión a su experiencia olímpica.
Para la luchadora brasileña Aline Silva, es un precio necesario. Espera que los Juegos de Tokio sirvan como contrapeso a la fatiga de COVID-19 y envíen un mensaje aleccionador de que hasta que el virus no sea derrotado por completo, las personas de todas partes deben ser más cautelosas y cuidarse mejor. Brasil tiene el segundo mayor número de decesos por COVID-19 a nivel mundial con 556,000.
“En Brasil, todos saben que lo mejor es no ir a fiestas y esas cosas, pero no sé por qué no les importa, porque de igual forma lo hacen”, dijo Silva. “Así que necesitamos mostrarle a la gente que en este momento necesitamos enfocarnos en hacer nuestro trabajo de forma lo más segura posible”.
La luchadora de 34 años tenía la mira puesta en Tokio para redimirse luego de no ganar medalla en su país cinco años atrás. Pero con la llegada de la pandemia, decidió dejar la lucha de lado indefinidamente, en parte porque ya no se sentía segura, pero también para poner el ejemplo de que la vida no podía, no debía, seguir como era antes. Tiene un tío que pasó 13 días en el hospital con COVID-19. Sólo este año, en una pequeña burbuja de deportistas que se realizaban pruebas diagnósticas y vivían juntos con contacto limitado con el exterior, fue que reanudó su preparación para la justa.
“Creo que, en este momento, las personas deberían pensar sobre sus vidas. Eso es más importante que cualquier deporte. Pero aquí estamos, intentando derrotar a este virus”, declaró. “Necesitamos hacer nuestra parte para que todos sobrevivan. Podré no morir de COVID, pero no quiero contagiar a alguien que muera. Creo que muchas personas no piensan en eso”.