Su cuerpo tosco y fornido se esparcía por el ring a la velocidad de “un rayo”. De hecho, ese apodo lo tuvo por un tiempo.

 A Félix López Torres lo conocían en sus inicios en la lucha libre como el Rayo de Bayamón. Pero bueno, es que con su rapidez, las llaves de martillo y la yegüita voladora hacía trizas hasta al Huracán Castillo. 

Luego de una intensa y ruda pelea contra el mexicano The Champ, donde Félix se dio el lujo de esparcirle sal, amarrarlo y darle con todo lo que tenía, este lo bendijo como Barrabás.

Así se quedó desde ese entonces. Ahora, a cinco décadas de pura lucha salvaje y con 77 años, Barrabás le dice adiós al ring que lo vio forjarse. Aunque dicen que los luchadores nunca se retiran, Félix tiene  muy claro que sí lo hará. Quiere apaciguar los aires de rudeza y llenar de amor a su esposa, hijos y nietos. Le entraron las ganas de remendar tiempo perdido y se le hacen agua los ojos al pensarlo. Y quién diría que detrás de tanta malignidad en el ring, a Barrabás se le haga el corazón añicos en cuestión de segundos.

“Yo en el ring era un rayo, rápido. Volaba de la soga para afuera, daba patadas voladoras, les hacía la tijerilla. Era un rudo de verdad… Yo era tan malo que la esposa me decía cuando estábamos en casa, ‘negro, porque tú eres tan malo’”, aseguró entre risas el luchador. 

Y el público pensaba igual. Cada vez que Barrabás subía al ring, se unían a viva voz para gritarle “pillo”, “sucio”, “arrogante” y un par de palabrotas más. Pero que conste, a Barrabás le encantaba. Tanto así que se aseguró a sí mismo que el día que no recibiera esos insultos, saldría del ring de inmediato sin luchar. Sin embargo, sus fanáticos “parceleros”, como él les decía, se cogían a pecho ciertas expresiones. Recuerda como ahora el momento en el que le sacaron frente a los suyos un par de armas y hasta puñales. También, un bonche de seguidores lo esperó una vez en el estacionamiento luego de una de esas peleas heavy para caerle arriba. Hardcore, ¿no?

Pero todo hace sentido. Era la década del setenta y la lucha libre en la Isla estaba en su peak. En las casas se conglomeraban para ver las peleas y hasta imitaban los moves del rudo de Barrabás y las técnicas de Carlos Colón. Y cómo no hacerlo, si juntos se convirtieron en los primeros campeones mundiales de la lucha libre en Norteamérica.

Barrabás se volvió internacional. Luchó por casi toda Latinoamérica. Pisó Canadá y Japón para los ochenta, entre otros países más.

“Tenía que andar en gorra cuando salía de shopping con mi esposa y mis hijos. Me tenía que ir para otro lado. Era bien fuerte. Aquí hubo una época que no se sabía quién era más famoso, si Luis Muñoz Marín, Carlos Colón o Barrabás”, dijo el luchador.

Sin embargo, ser luchador hoy en día es cada vez más cuesta arriba. En palabras de Barrabás, es imposible vivir de ella. 

“No hay un sueldo como cuando yo empecé. Yo como Barrabás ganaba entre $600 a $700 semanales. Luchando jueves, viernes, sábado y domingo. Lunes, martes y miércoles estaba en el gym y descansando. Íbamos a Trinidad y Tobago, Saint Croinx,  Saint kitts, Venezuela, Santo Domingo, Japón… Pero hoy en día, el que lucha es porque quiere aparentar una imagen en televisión. Porque la verdad es que no hay dinero para pagarles”, aseguró Barrabás.

Quien lo ve sonriente y tan relajado, no piensa que Barrabás ha pasado las de Caín. Tiene un par de marcas por tanto luchar, un sobrehueso en la mano y uno que otro destello de lo que fue una barba bien colorá. La clásica, la que se acicalaba siempre antes de subir al ring.

El otro lado de Barrabás

Para quien no lo sabe, Barrabás, natural de Vista Alegre, en Bayamón, era pelotero de la doble A en el estado de Nueva York. No fue hasta el 1958 cuando la lucha libre lo engatusó. Se cogió la lucha tan a pecho que le dio con practicar a diario en los gimnasios de la YMCA en Brooklyn. Volvió al calor de la Isla para la década del sesenta.

El 31 de diciembre de 1986, Barrabás hizo de tripas corazones para sobrevivir al histórico fuego del Dupont Plaza, donde estaba a cargo de la seguridad del hotel. El sobrehueso que les mencioné arriba se debió al incendio, por ir bajando, de balcón a balcón, desde el piso siete. Se le iban derritiendo las manos cada vez que intentaba bajar. Hasta que llegó al balcón del piso cuatro. Allí se meció fuerte hasta caer de espaldas al suelo. Se quemó parte de la córnea izquierda y tuvo un par de fracturas en el cuerpo. Pero cumplió lo que se había propuesto desde que inició el fuego a eso de las dos de la tarde: sobrevivir como todo un rompe huelgas.

“Recuerdo que cuando estaba en el piso siete no sabía cómo salir. Pensé en mi esposa, mis hijos, en todo el mundo y me dije: si yo logro bajar tres pisos más, yo me tiro. Yo carbonizado no me iba a dejar morir”, dijo.

Barrabás también es fiel amante a la trova. Admite que es una de las cosas que más le llena en la vida. Sacó la musa a pasear al escribir parte de las canciones de sus tres producciones musicales (De luchador a trovador, Homenaje a los grandes y Así canta Puerto Rico).

Con tanto hecho, ahora solo le resta esperar junto a su familia la fiesta de retiro. El festejo, que lleva preparándose desde hace más de un año, será el sábado, 8 de octubre en la cancha Pepín Cestero de Bayamón. Habrá música, comida, amigos, artistas y muchas otras sorpresas.