París. Simone Biles lanzó una mirada cómplice a Jordan Chiles en el podio.

Las amigas de toda la vida y compañeras del equipo de gimnasia de Estados Unidos sabían que necesitaban encontrar una manera de honrar a la estrella brasileña Rebeca Andrade. Pero no estaban seguras de cómo hacerlo.

Lo que se les ocurrió, después de que Andrade ganara la medalla de oro en la prueba de piso, al final de 10 días dentro de la Arena de Bercy, fue el símbolo del momento que vive su deporte. Dónde está. Y, con suerte, hacia dónde va.

Tanto Biles, la considerada mejor de todos los tiempos, como Chiles, tres veces medallista olímpica, cuyo viaje de regreso a los Juegos fue un testimonio de talento y coraje, se arrodillaron e hicieron una reverencia a la brasileña. Fue una muestra de respeto a Andrade, cuya excelencia es un símbolo de un deporte que se está volviendo más diverso, más inclusivo y quizás más positivo a medida que avanza.

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“Fue lo correcto”, dijo Biles sobre ese momento que rápidamente se volvió viral.

Biles y el resto del equipo femenino de Estados Unidos terminaron su “Gira de la Redención” al recuperar el oro en la final por equipos. Biles exorcizó cualquier duda que quedaba de los Juegos de Tokio y también silenció a sus detractores al ganar un segundo título en el concurso completo ocho años después de su primero.

Andrade llevó a Brasil a su primera medalla olímpica por equipos (un bronce), luego agregó tres más en la competencia individual, antes de convertirse en la primera mujer en superar a Biles en una final de ejercicios de piso.

Las italianas ganaron su primera medalla por equipos en casi un siglo. Japón logró una emocionante remontada en la barra para superar a su rival China y quedarse con el oro.

Las buenas vibraciones estuvieron por todas partes, lideradas por Biles, quien parecía tener la intención de aprovechar el ser el foco de atención y redirigirlo hacia el resto de las competidoras tan a menudo como fuera posible.

Lo anterior fue notorio en el que pudo haber sido el último día de su carrera, cuando se podía escuchar su voz gritando palabras de aliento a cada una de las otras finalistas de la viga de equilibrio dentro de un estadio extrañamente silencioso. Sin importar la nacionalidad. Sin importar la edad. Sin importar la puntuación. Sin importar cuánto las conociera.