El día que futbolista colombiano fue asesinado por anotar un autogol en un Mundial
Colombia aún llora el crimen de Andrés Escobar.
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Hay veces en las que la pasión por un deporte se va mucho más allá de una alegría o el dolor de una decepción. En esos momentos, la violencia es la salida para los cobardes que buscan culpables de su infelicidad en el desempeño de los atletas. En Colombia, donde la violencia pareció haberse convertido en paisaje, el deporte adquirió una sombra que, hasta el día de hoy, no ha podido dejar a un lado. El 2 de julio de 1994, saliendo de un Bar en Medellín, Andrés Escobar, defensa de la Selección Colombia fue asesinado y 30 años después se sigue llorando su pérdida.
Escobar fue un hombre de honor hasta en los peores momentos. Después del fracaso de la Selección Colombia en el mundial días antes de su asesinato en el que él fue protagonista con un desafortunado autogol, escribió una columna para EL TIEMPO en la que dio la cara y reconoció los errores de una selección favorita al título:
“Faltó verraquera, es una cuestión de honor reconocer que no tuvimos el empuje necesario”.
La pérdida de Andrés Escobar
Parecía un acto de valentía volver a Colombia luego de marcar el gol en contra que los dejó fuera del Mundial de Estados Unidos sabiendo la violencia que se vivía en el país y lo malo que es el colombiano para aceptar sus derrotas. Sin embargo, como en la cancha, Escobar fue un caballero y llegó al país con la intención de pasar la página y seguir forjando su carrera de cara al futuro.
Esa es la imagen con la que se debe recordar a un deportista impecable como lo fue Andrés Escobar, quien desde pequeño sabía que su futuro estaba en las canchas. Al principio, como volante de creación empezó a dar los pasos en el camino que pocos terminan; luego, gracias a una recomendación de Carlos Restrepo, llegó a su posición en el centro de la defensa.
A los 18 años lo compró Nacional donde debutó en un amistoso contra la Selección de Uruguay como lateral izquierdo.
Francisco Maturana confió en él y lo puso a debutar en un partido oficial frente a Cúcuta Deportivo. Sin embargo, su posición la cubría muy bien en ese momento Nolberto Molina quien, por cosas de la vida, terminó saliendo del equipo luego de una discusión con el asistente técnico y dejó el camino libre para que un juvenil Escobar, con 20 años, se ganara la titularidad.
Le bastó un año para ganarse la titularidad también en la Selección Colombia. El único gol que el defensor marcó con la camiseta tricolor fue contra Inglaterra, en un empate en Wembley.
El Mundial del 94
El defensa era querido en Colombia por hacer parte de la Selección que regresó a un Mundial luego de 28 años en Italia 90, donde fue parte del equipo ideal de la primera fase. En Nacional era un ídolo: ganó la libertadores y, un año después del mundial, tras su corto paso por el Parma, ganó también la liga con el cuadro verdolaga.
Su carrera parecía estar destinada a la grandeza y ni siquiera una lesión lo pudo sacar del puesto en Estados Unidos 1994. A ese mundial Colombia llegaba siendo gran favorita con el hito de un 5-0 contra Argentina que sigue vigente en los recuerdos de cada colombiano. Aunque Andrés no estuvo presente en ese compromiso, esperaba convertirse en figura en la fase de grupos del torneo.
El destino no pudo ser más duro con el defensa que hasta ahora se había ganado el amor de todo un país.
Luego del primer partido en el que Colombia cayó derrotada por 3-1 ante Rumania, aún había posibilidad de remontar los puntos. Sin embargo, en la segunda fecha contra el anfitrión, Estados Unidos salió victorioso gracias a una interceptación fallida de Andrés Escobar que terminó yéndose al fondo de la red colombiana.
Escobar, como siempre, a pesar de la decepción, supo levantarse rápidamente luego del breve lamento, con ganas de seguir luchando el resultado.
En aquella columna que escribió para EL TIEMPO apenas llegó al país, el 29 de junio de ese año, el futbolista pedía respeto y agradecía por la experiencia y, como si fuera un pedido para el cielo, terminó dando una lección de resiliencia en ocho palabras: “Hasta pronto, porque la vida no termina aquí”.