Fue en la década de los setenta cuando un joven boricua logró demostrarle al mundo sus grandes habilidades en el boxeo al coronarse campeón cuando apenas tenía 17 años.

La hazaña, además de memorable, revistió de gloria el ambiente deportivo local que contaba ahora con el campeón más joven de la historia. Era también para muchos un púgil prodigioso con excelente velocidad en sus manos además de exhibir una majestuosidad admirable para esquivar el ataque de sus oponentes con un movimiento de torso único que le ganó el apodo del “Radar”.

Tras aquel glorioso triunfo ante el cotizado colombiano Antonio “Kid Pambelé” Cervantes en el 1976, Wilfred Benítez escribió su nombre como uno de los grandes del ring al reinar en tres categorías distintas (junior wélter, wélter y superwélter) y sostener grandes batallas con leyendas como Carlos Palomino (1979), Sugar Ray Leonard (1979), el panameño Roberto “Mano de Piedra” Durán (1982) y Thomas Hearns (1982) que lo llevaron a ser exaltado al Salón de la Fama Internacional de Boxeo en el 1996.

Leonard, quien le quitó al “Radar” su invicto y la faja wélter del Consejo Mundial de Boxeo por decisión unánime, comentó el año pasado durante una entrevista que “Benítez, en realidad para entonces, era mejor que yo”.

“Pero yo estaba en mucha mejor condición y tuve más tesón cuando la pelea se fue extendiendo”, recordó . “El único que me lastimó al cuerpo en toda mi carrera fue Benítez”.

Sin embargo, a pesar del primer desliz de su carrera, ya la fama y la fortuna se habían adentrado en la vida de Benítez, de quien se dice que fue el primer púgil puertorriqueño en lograr un pacto de siete dígitos, precisamente ante Leonard.

Sin duda, una destacada y gloriosa carrera deportiva en la cual la abundancia en salud, fama, dinero y “amigos” se manifestó con gran esplendor pero que hoy día se ha revertido en enfermedad, escasez, necesidad y hasta en el olvido.

“Él no fue un niño cualquiera. No tuvo infancia como tal por ser boxeador. Él era un boxeador desde niño”, comentó su hermana Yvonne, custodio del ex campeón que comenzó a practicar el boxeo a los ocho años en Nueva York. “Tenía mucha gente alrededor de él, buenas y malas, pero las tenía. Lo que no tiene ahora”.

No guardó un chavo

Por su dedicación y sus habilidades, Benítez fue uno de los primeros boxeadores del patio en alcanzar onerosas sumas de dinero. No obstante, nunca contó con una buena orientación financiera en su equipo. Esto se conjugó con un débil espíritu austero, lo que propició eventualmente el gasto de una respetable fortuna.

“Compró carros, prendas, llevaba a la gente a comer a restaurantes caros y hasta le daba $50 a un muchachito para que le lavara el carro”, comentó una vez su madre fallecida, Doña Clara, en una entrevista con Primera Hora en el 2006.

“Yo te puedo decir que él era bien dadivoso. Le pedías un vellón y te daba $50, él era así. Le pedías algo y él sacaba y daba $100. Siempre fue así, era demasiado espléndido. Mucha gente que sabía que él era así, pues se aprovechaba de las circunstancias”, apuntó Yvonne sin dejar de insinuar que la ignorancia y la inmadurez hayan sido factores para el mal gasto.

¿Ganó millones?

“Sí, yo creo que sí. Pero él se lo disfrutó. Tuvo su casa y apartamento en Puerto Rico y fuera. Tuvo sus carros, él se lo disfrutó. No al máximo, pero disfrutó”, dijo Yvonne, quien luego del fallecimiento de su madre es la encargada principal de cuidar a Wilfred.

¿Por qué no al máximo?

“Porque mira como está. No tiene salud, pero él hizo su mundo y se lo disfrutó todo”, indicó su hermana ante el evidente y delicado estado de salud de Wilfred.

Desde sus inicios en el boxeo, “el Radar” fue llevado de la mano de su padre, Gregorio “Goyo” Benítez, quien fue manejador y entrenador en gran parte de su carrera. Don Goyo, como lo conocían comúnmente, era un apasionado de los caballos de carreras, lo que lo llevó a montar una cuadra en el hipódromo con sus ganancias en el boxeo. Este hecho creó el fuerte rumor de que gran parte de la fortuna de los Benítez se fue en las apuestas.

“Mi papá no le administraba el dinero a él (Wilfred). Cuando mi papá tenía la cuadra en el hipódromo, era con sus chavos. Todo lo que invirtió y perdió era de mi papá, no de Wilfred. A la gente le gusta hablar, pero lo que pasa es que la cuadra tenía el nombre de Wilfred, pero no eran los chavos de Wilfred, eran de mi papá ”, indicó Yvonne, quien dejó entrever que la fortuna del ex campeón comenzó a desaparecer cuando se desligó de su padre.

“Creo que eso lo perjudicó mucho. Ya lo conocían y lo podían controlar. Él era bien espléndido, pero hubo un punto en su vida que fue cuando se casó. El todavía tenía dinero ¿Qué pasó? Pues no se sabe. Yo sé que él tuvo todo lo que pudo tener mientras estuvo en la gloria”, sostuvo.

Lucha con su enfermedad

Luego de haber perdido dinero, cualquiera se lamenta, y con algunos ajustes, la vida continúa. Pero cuando falta salud, el panorama se complica y es precisamente la realidad actual de Benítez, quien no puede valerse por sí mismo debido a su condición de encefalopatía traumática crónica, producto de los golpes que recibió en su carrera.

El ex boxeador de 52 años tiene que ser asistido en la mayoría de sus quehaceres personales. Hay que asearlo, darle comida, asistirlo al caminar y velar sus movimientos a cada instante.

“Wilfred está día y noche despierto. Hay que estar detrás de él y alejarlo de la nevera. Le gusta ir a la nevera. No tiene hora de levantarse, no duerme mucho a pesar de los medicamentos diarios. A veces habla que no se le entiende. Hay días que está más lucido, pero hay días que no. Para él su mamá y su papá están de viaje. Él no sabe que han muerto. Si le digo eso, empieza a llorar”, relató Yvonne, quien recibe la asistencia de su esposo, Efraín Crespo, y su yerno, Javier Ceda, para cuidar a Wilfred, el menor de ocho hermanos en total.

El estado anímico de Wilfred varía constantemente y, aunque parece no haber perdido el gusto por la música y su admiración a las féminas, son pocos los momentos de lucidez que demuestra, y en ocasiones suele deprimirse.

“Hay días que llora mucho. Hay veces que me pide que le quite la vida. Me dice: 'mátame con una pistola' y yo le digo: 'Piensa, Wilfred, voy a ir presa', y me dice: No, tú me estás haciendo un favor'. Por eso tengo que tener los cuchillos guardados. Pero yo entiendo que es que él a veces se siente abandonado. Él se siente feliz cuando viene gente”, relató la hermana y también madre de tres hijos independientes.

Los gastos que conlleva el cuidado de Wilfred son en gran parte sufragados gracias a las cuatro pensiones con las que cuenta: una pensión legislativa de $600, una de ayuda a los ex campeones de $600, una de $700 para gastos médicos de la alcaldía de Carolina y otra de $250 para compra de parte de la Organización Mundial de Boxeo.

Abandonado en el olvido

Cuando Benítez boxeaba, siempre andaba con un séquito de personas. Los “amigos” le sobraban y era aclamado como todo un héroe adondequiera que llegaba. Pero su presente, hoy en día, contrasta mucho con lo que fue en sus años de gloria, pues ahora casi no lo procuran y apenas lo visitan.

“Desde hace tiempo se olvidaron. En las peleas que han habido siempre mencionan a otros boxeadores y a él no lo mencionan. Yo no le quito nada a nadie, pero en el Museo de Guaynabo hay unas estatuas de boxeadores y yo creo que él se merece eso. Ahora mismo hicieron un centro comunal (Saint Just) en su nombre, pero muy poca gente pasa por ahí. Yo no espero eso para él; yo quiero algo mejor. Que tú digas: 'Mira, ése es Benítez'. No estoy menospreciando, pero entiendo que él se merece algo mejor. Desde hace tiempo se olvidaron”, dijo.

“Yo siento que se han olvidado de él. Puede ser que para alguna actividad lo inviten y no me molesta, pero que lo busquen más. Él a veces habla conmigo cuando tiene su lucidez y me dice: “A mí no me vienen a ver y yo soy el ex campeón”.

En el patio trasero de su residencia todavía existe parte del equipo que Wilfred utilizaba para sus entrenamientos. Un viejo saco y el hierro oxidado donde colgaba la pera son prueba de que atrás quedaron los mejores días de aquel gran gladiador que hoy vive con el reflejo evidente de los golpes que en su paso efímero le trajeron la gloria y la fama.