Pittsburgh. En aquel momento no causó tanto furor. Fue sólo otro juego a la mitad de la semana y en plena lucha por los gallardetes.

Los mejores nueve peloteros disponibles ingresaron en el terreno del Three Rivers Stadium por los Piratas de Pittsburgh, el 1 de septiembre de 1971.

No fue sino hasta después que llamó la atención el hecho de que los nueve —Rennie Stennett, Gene Clines, Roberto Clemente, Willie Stargell, Manny Sanguillén, Dave Cash, Al Oliver, Jackie Hernández y Dock Ellis— eran negros o latinos.

A Oliver siempre le ha parecido curioso que ese hito no se celebre tanto como la fecha de 1947 en que Jackie Robinson rompió la barrera racial en las mayores. Pero en los años recientes, el exjugador considera más bien que eso es positivo, como si se tratara de una postura que no distingue colores de la piel, tal como la adoptada por Danny Murtaugh, entonces manager de los Piratas, quien simplemente buscó hacer su trabajo.

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“No ingresamos en el terreno con la intención de hacer historia”, relató Oliver el miércoles por la noche, durante un homenaje por el 50mo aniversario de aquel triunfo por 10-7 sobre Filadelfia. “Pero resultó que sí la hicimos. Y lo que mejor me hace sentir de todo aquello fue demostró la unidad que teníamos en nuestro equipo y probó que teníamos un manager que realmente no estaba preocupado por la raza”.

Oliver, siete veces elegido al Juego de Estrellas durante su carrera de 18 años, considera que aquel grupo de afroestadounidenses y latinos que portaban las gorras con la “P” amarilla en el frente fueron simplemente el producto de la forma en que el gerente general Joe Brown quiso construir un equipo.

“El dijo: ‘Lo que hicimos fue firmar a jugadores por lo que podían hacer en el terreno, no por la iglesia a la que asistían’”, rememoró Oliver, quien estuvo en la primera base aquella noche. “Y siempre que escucho esa cita me río, porque es verdad. No importa a que iglesia vayas siempre y cuando puedas jugar a la pelota”.

Jugar nunca fue un problema para Pittsburgh en aquella época. La victoria de aquella noche sobre Filadelfia llegó durante una racha candente de 18-5 que permitió a los Piratas conquistar la División Este de la Liga Nacional.

Pittsburgh terminó venciendo a San Francisco en cuatro duelos de la Serie de Campeonato. Y en la Serie Mundial, remontó un déficit de dos juegos para superar a Baltimore, que era el favorito.

“No podríamos desestimar nunca lo que pensamos que podíamos lograr como equipo, porque éramos capaces de vencer a cualquiera”, dijo Cash. “Baltimore había vencido a todos los demás, pero no pudo con nosotros”.

Aquel momento dio todavía más lustre a la carrera de Clemente. Su hijo homónimo dijo que la leyenda boricua representaba a todas las minorías en 1955, cuando llegó a Pittsburgh.

En 1971, la penúltima temporada de su carrera antes de su deceso en un accidente aeronáutico, Clemente volvió demostrar su influencia en el clubhouse.

“Sé que fue un día especial para él, por haber tenido a todos sus hermanos en aquel equipo”, indicó Clemente Jr. “Y sé que fue un momento especial por lo que significó: Los jugadores de las minorías habían llegado”.