Víctor Zayas Pedrogo forjó el béisbol en Santa Isabel y guió a muchos hacia las Grandes Ligas
Un trabajador incansable en el desarrollo de peloteros, a sus 91 años sueña con algún día ser exaltado al Pabellón de la Fama del Deporte Puertorriqueño.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 2 años.
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Si hay un ser humano que se ha ganado el respeto de los santaisabelinos, es don Víctor Zayas Pedrogo, quien ha dedicado cerca de 70 años a desarrollar los talentos deportivos de niños y adolescentes de su pueblo.
El compromiso de don Víctor con la juventud y la comunidad comenzó en el salón de clases, en donde se desempeñó como maestro de matemáticas en escuelas de la zona. Desde allí, dio un importante impulso a iniciativas que contribuyeron a levantar el espíritu deportivo en el pueblo que lo vio nacer.
“Me fui a Nueva York en el 56 y terminé la maestría en currículo y, cuando vine en el 57, ya yo había jugado Clase A, yo era ‘center field’, y continué jugando Clase A, pero el que estaba de dirigente era apoderado y se movió para Ponce y me dijo que me encargara del equipo”, contó don Víctor quien también fue profesor en Caribbean University de Ponce durante 32 años.
“En el 58 se me ocurrió hacer un equipo de pequeñas ligas y lo organicé. Ahí estuvimos un montón de años. Cuando los muchachos cumplieron los 12 años me dijeron: ‘Míster, ¿y ahora? Yo pasé la edad’. Entonces, se me ocurrió hacer otra liga de 13 a 15 años que se llamaba Wiso Mela, (en honor a) Luis Alfonso Ortiz que era un muchacho que siempre fue mi amigo en la escuela y él jugaba en Nueva York también, me mandaba los uniformes que usaban y le puse el nombre de la liga”, recordó el maestro retirado de 91 años.
Pero su misión apenas estaba iniciando, ya que en la década del 70 debutó como apoderado de la Doble A de Santa Isabel, equipo en el que se mantuvo nueve años.
“Luego seguí con la Clase A y en el 88 empecé con Los Potritos, la liga juvenil, y ahí estuvimos hasta el 2010, ganando ocho campeonatos. Me cansé de la liga y me fui a la Palomino y en el 2011 fuimos campeones y fuimos a California, ahí estuve dos años. Me moví a otras ligas y hace tres años volví a la Coliceba juvenil con Los Potritos de Santa Isabel que son muchachos de 16 a 19 años”, expuso.
Y, como si el tiempo no hubiese pasado, don Víctor permanece incólume en su esfuerzo al acudir fielmente a los parques en donde es recibido por los jóvenes que rápidamente le piden su bendición y levantan su silla de ruedas para colocarla en el ‘dog out’.
¿Por qué lo hace?
“Como maestro que yo era, siempre estaba pendiente a los muchachos y ayudarlos y eso, en el deporte más todavía. Siempre hay muchachos pobres que no tienen ni para el almuerzo y eso, y siempre los trato bien. No tan solo hago el equipo sino procuro que siempre coman en el parque, se entretienen”, destacó.
“Mi objetivo principal, primero es evitar la delincuencia, porque con esos muchachos jugando en el parque no van a hacer nada malo; al contrario, uno conoce los papás de ellos y las madres, y eso es importante también. A veces viene un padre muy pobre y no puede comprar las cosas”, sostuvo.
Por eso, incentiva a sus jugadores cuando ganan un juego, dan un doble o triple o un home run. Sin embargo, todo el dinero que invierte en el deporte proviene de su bolsillo.
“Cuando hay doble juego gasto $600, porque se pagan los árbitros que son $100 y la comida de los 25 muchachos. Al parque que vaya le digo al cantinero: ‘Toma ese dinero y le das algo a los muchachos de comida’… a veces son $100 o $120″, manifestó.
“Yo siempre he tenido la costumbre de darles un incentivo de acuerdo a lo que rindan; si el lanzador gana un juego, se le pagan $25; cada ponche a peso; si se roban una base $1, si dan un doble, $5; si dan un triple, $10; un home run, son $20. Si es con gente en base la cosa cambia, se ganan más”, puntualizó.
Así ha sido toda su vida; entrega lo que tiene para hacer felices a los demás y eso lo llena de una gran satisfacción. Sobre todo, al ver cómo sus amados niños crecen y se convierten en exitosos jugadores de las Grandes Ligas.
Entre los que no puede dejar de mencionar están Roberto Alomar, su hermano Santitos Alomar, Chevel Guzmán, Benito Santiago, Ricky Ledée, Carlos Correa y Víctor Caratini.
“Es una satisfacción inmensa porque uno los tiene aquí y desarrollan las habilidades en el terreno de juego y vienen los escuchas a verlos y se siente uno satisfecho de la labor rendida. Es una satisfacción para uno”, confesó.
En el ocaso de su fructífera carrera, don Víctor asegura que seguirá en el deporte hasta su último aliento de vida, aunque anhela ver su nombre en el Pabellón de la Fama del Deporte de Puerto Rico.
“Hasta que diga Dios, seguiré con el deporte que es mi pasión. Siempre he querido, pero nunca lo he podido conseguir y creo que ya tengo los honores para eso… la exaltación en Puerto Rico en el Salón de la Fama. Es mi último deseo antes de morir”, concluyó.