Tony Gwynn, el excepcional bateador zurdo que ganó ocho campeonatos de bateo y fue exaltado al Salón de la Fama luego de jugar toda su carrera con los Padres de San Diego, dejó tras de sí una estela de buenos recuerdos al morir esta semana a la edad de 54 años.

Y muchos de ellos nacieron, precisamente, en Puerto Rico.

En efecto, antes de consagrarse en las Mayores, Gwynn jugó béisbol invernal aquí con los Vaqueros de Bayamón en la temporada de 1982-83 y luego regresó para la de 1983-84 cuando estos se transformaron nuevamente en los Senadores de San Juan.

Entre sus compañeros estaba el jardinero e inicialista boricua Carmelo Martínez, quien luego jugaría junto a él otros seis años más con los Padres, incluyendo el 1984, cuando fueron a la Serie Mundial.

“Era muy alegre”, recuerda Carmelo, quien el pasado invierno volvió a dirigir a los Leones de Ponce en el torneo invernal y actualmente se desempeña como coordinador de las academias de los Cachorros de Chicago en Venezuela y República Dominicana.

“Se reía de todo… de cualquier chiste, aunque estuviera malo”, agregó.

“Era un tipo muy amigable cuando jugó aquí y siguió siéndolo después que se volvió una estrella: nunca cambió”.

De hecho, Gwynn tenía un físico gordito que contribuía a que cayera bien, aunque era un atleta extraordinario, un armador de baloncesto que incluso fue seleccionado por los Clippers en el sorteo de la NBA.

Del bateador que promedió .338 y conectó 3,141 imparables del cual en estos días se han recordado mil anécdotas –tales como haber bateado .429 sin poncharse nunca en 103 turnos contra el gran Greg Maddux –, Carmelo puede aportar varias más: “Era el primero en llegar al parque, a eso de las doce o doce y media: era un enfermo del béisbol”, dijo, por ejemplo.

“Entonces salía el solo a batear… 15 o 20 minutos”, agregó. Y en la práctica se concentraba en su especialidad: “Dar una línea tras otra por la banda contraria, entre tercera y el campo corto. Pero también podía halar la bola cuando veía que le estaban lanzando adentro”.

En fin, Gwynn era un fiel estudioso del arte de batear: “Como en esa época no había películas de uno, él hacía que su esposa le grabara los juegos de televisión en videotape”, dijo Martínez. “Luego del juego se ponía a ver los tapes”.

Pero Tony Gwynn tenía un gran defecto: mascar tabaco, vicio que probablemente le provocó el cáncer de las glándulas salivales que le costó la vida.

“Y lo usaba dentro y fuera del terreno… eso es lo terrible”, dijo Carmelo.

Es decir, Tony Gwynn fue un hombre y un atleta casi perfecto a quien mató lo que tal vez haya sido su único defecto.