La maldición de Barry Bonds
La maldición surge de la última jugada del último juego de playoffs que los Piratas han jugado hasta ahora.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 11 años.
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Una de las mejores historias de esta temporada de Grandes Ligas es la que vienen escribiendo los Piratas de Pittsburgh, quienes, de la mano de su estelar jardinero central y candidato al premio del Jugador Más Valioso, Andrew McCutchen, participarán en una postemporada por primera vez desde 1992.
Pero no es solo es que hayan esperado 21 años para pasar a unos playoffs -el número de Clemente-, sino que esta campaña ha sido también su primera, desde 1992, en la que juegan para más de .500.
Para entender una racha de tal magnitud habría que hablar de maleficios y esas cosas. Así, de la misma forma que en Boston hablaron durante décadas de la maldición del Bambino, por su nefasto cambio de Babe Ruth a los Yanquis, creo que en Pittsburgh pudiera hablarse de la maldición de Barry Bonds.
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No lo digo porque dejaron ir a Bonds luego de esa temporada, cuando firmó como agente libre con San Francisco, y éste terminó convirtiéndose en otro Babe Ruth.
No. La maldición surge de la última jugada del último juego de playoffs que los Piratas han jugado hasta ahora.
En el séptimo juego de la serie de campeonato de la Liga Nacional contra Atlanta, Pittsburgh dominaba 2-1 con dos outs en la novena entrada cuando, con las bases llenas, los Bravos enviaron de emergente al dominicano Francisco Cabrera.
Conocedor de la forma que le iba a lanzar el relevista, el jardinero central de los Piratas, Andy Van Slyke, quien ese año ganaría su quinto Guante de Oro seguido, le hizo un gesto a Bonds, el jardinero izquierdo, para que se acercara y se moviera un poco hacia su izquierda.
Pero Bonds, ya con ínfulas de estrella, le respondió con una grosería: “mostrándole el dedo”.
Cabrera, claro, conectó entonces un hit hacia el área donde Bonds hubiera estado si hubiese hecho caso, y los pasos adicionales que éste hubo de dar para recoger y tirar la bola fueron los que permitieron que el lento Sid Bream anotara desde segunda la carrera de la victoria.
La última imagen que aún tienen prendida del recuerdo con alfileres sangrientos los fanáticos de los Piratas, que en Puerto Rico eran y son muchos gracias a Clemente, fue la que mostró a un Van Slyke sentado sobre el terreno con la gorra cubriéndole la mitad del rostro mientras los Bravos festejaban su pase a la Serie Mundial.
Un periodista escribió luego que cuando fue al camerino de los Piratas dos horas después, Van Slyke, quien tardaría 19 años en contar lo que realmente pasó, era el único que seguía allí, sentado frente a su cubículo con la mirada perdida en el espacio.
Qué apropiado, pues, que los Piratas retornen ahora a los playoffs llevados de la mano por otro jardinero central. ¿No?