Carolina. El diccionario de la Real Academia Española define la palabra entereza, entre otras cosas, como integridad, fortaleza y firmeza de ánimo.

En Puerto Rico, el ex lanzador de las Grandes Ligas José “Cheo” Rosado puede ser visto como un sinónimo de ello y su historia contada como un ejemplo ese nivel de vida.

Y es que el deportista que se puede decir era un fenómeno del béisbol no pudo alcanzar aquello que sus habilidades permitían porque una mala práctica en una operación de hombro en el 2000 le echo a perder una carrera que fue demasiado corta.

Antes de ser intervenido, Rosado había tomado las Grandes Ligas por asalto. Hizo su debut en las Mayores el 12 de junio de 1996 a los 21 años y ese mismo año terminó cuarto en las votaciones para el Novato del Año de la Liga Americana tras terminar su campaña con los Reales de Kansas City con balance de 8-6 con 3.21 de efectividad. Un año después –y luego también en el 1999– fue participante del Juego de Estrellas e hizo historia junto a Sandy Alomar, Roberto Alomar, Iván Rodríguez, Joey Cora, Bernie Williams y Edgar Martínez al obtener la victoria del único juego en la historia en la que todas las estadísticas oficiales meritorias para el resultado tuvieron a un boricua como protagonista.

Por decirlo de otra forma, Rosado parecía tenerlo todo. Hasta que llegó el año 2000. Una molestia en el hombro requirió que se sometiera a un procedimiento bien rutinario del cual no debían existir mayores riesgo. Pero no fue así.

“Se hizo la operación. Me preparé para lanzar. Hice mi rehabilitación en Kansas City y resultó que el doctor que me había hecho la operación, a parte del trabajo que me tenía que hacer, hizo otra cosa. Me apretaron la cápsula, algo que iba contra la naturaleza de mi brazo que era uno suelto”, explicó Rosado, quien entonces tenía 26 años.

La intervención daño para siempre el hombro del lanzador zurdo natural de Dorado. El mal practice detuvo demasiado joven una carrera que pudo haber sido grandiosa y sobre todo haberle ganado mucho dinero. Para entonces recién había firmado un contrato que le pagó $5.5 millones por dos años. Con el paso de los años, Rosado ni nadie sabe cuánto dejó de ganar.

¿Qué pensaste cuando supiste que por una mala práctica nunca volverías a lanzar?

“En el momento que me surge esa situación, nunca me pregunté por qué a mí. Cuando sucedió y miraba a otros lanzadores, nunca dije: ‘mira ese muerto ahí’. (De que ese procedimiento) cambió mi vida, la cambió. Ya el momento más difícil de establecerme en las Grandes Ligas lo había pasado. En el momento fue impactante no poder competir”, recuerda con sinceridad.

¿Perdonas al doctor que te hizo la mala práctica?

“No puedo decir que lo culpo”, aseguró con un taco en la garganta y los ojos aguados. “Eso es como en una práctica. En la práctica nosotros tiramos bullpen y fallamos. ¿Queremos fallar? No, no lo queremos hacer. Por todo esto es que te hablo de Dios. Él es mi fortaleza y sin él esto hubiese sido inhumano”, expresó Rosado.

Rosado recuerda que el proceso fue difícil porque a la edad de 26 años todavía dentro de él vivía un lanzador deseoso de competir. Incluso hoy es así.

“Tengo 39 años y aún sigo con el deseo de competir. Se lo cuento a otros que han lanzado y me dicen: ‘Cheo, no creo que a los 39 tengas deseos de lanzar’. Yo no tuve la oportunidad (de desarrollarme más), todavía dentro de mi hay una lanzador”, subrayó.

Nuevas oportunidades

La entereza en un ser humano queda mejor probada ante la adversidad. Ahí es donde Rosado deja un ejemplo singular. Luego de su abrupto retiro, en lugar de echarse a lamentar y amargarse la vida, éste optó por perseguir una carrera como coach. En eso es que ha centrado su nueva etapa en el béisbol.

Pero, ¿cómo acallas ese deseo de lanzar que hay dentro de tí?

“Le doy gracias a Dios por la oportunidad que me está ahora brindando. Le pido a él que me de la fortaleza y hasta el momento he visto que lo que sucedió en mi vida era lo correcto. Lo que a mí me hubiese gustado. He visto la manos de Dios a través de esto. Grande e increíble”, dijo Rosado, quien se desempeña como coach de lanzadores en la Gulf Coast League para los Yanquis de Nueva York.

“Una vez una persona me dijo: ‘José, tu sabes que si a Dios le importa que 100, 200 o 500 personas lograran ese sueño, algo que tu lograste, a través de ti usándote como puente. Yo me decía: ‘¿Esta persona no entiende que yo quiero lanzar?’. Pero, en el camino aprendí que no se trata de mí. Aprendí que no es que yo reciba esa bendición, que lo importante es que otro la reciba. Estoy bien, soy feliz con lo que estoy haciendo. Lo único que le digo a Dios es: ‘gracias por darme esta oportunidad de dar una información que alguna vez recibí y que fue de bendición’”, continuó.

Constantemente haces referencia a Dios y la importancia en tu vida, ¿esa fe en él vino desde antes o fue a partir de tu lesión?

“Tengo ese principio (de creer en Dios) de mis padres. (Luego) de la mala situación, de la mala práctica y de no poder lanzar he podido aprender a escucharlo a él, he podido ver poner su mano. No hay otra cosa. Al final del día, no hay otra cosa que no sea él”.