Un milagro de vida Ramón Ramos Manso
El baloncelista sufrió un fatídico accidente en el 1989.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 13 años.
PUBLICIDAD
Loíza. Cuando Ramón Ramos Manso sufrió aquel fatídico accidente de auto en Portland, Oregon, la madrugada del 15 de diciembre de 1989, ningún médico que le atendió le daba grandes expectativas de vida. De hecho, fueron muchos los que dudaron de que, de permanecer vivo, algún día aquel gran jugador de baloncesto pudiera salir del estado comatoso en que se encontraba, sobre todo por los golpes sufridos en la cabeza que le causaron graves daños cerebrales.
La noticia del accidente caló hondo en todos los que le conocían. Gracias a sus cualidades humanas y a su excelso desempeño deportivo en los tableros de la NCAA, con la Universidad de Seton Hall; en la Liga de Baloncesto Superior de Puerto Rico, con los Indios de Canóvanas, y en la Selección Nacional, Ramos había dejado una huella indeleble en todo aquel que compartió con él hasta ese momento. Además, el accidente ocurrió en un momento en que se aprestaba a iniciar una carrera en la NBA con los Trail Blazers de Portland, equipo que le firmó como agente libre luego de que se graduara con altos honores de Seton Hall.
“Lo vimos en intensivo y yo por poco me caigo para atrás, porque tenía cables por todos lados. Tenía tubos por dondequiera. Era algo impresionante. Estaba totalmente en coma”, recordó Ramón Ramos Rivas, padre del ex jugador, sobre el momento en que vio a su hijo tendido en una camilla por primera vez luego del accidente de automóvil. “Lo que impresionaba era todo lo que tenía encima para mantenerlo vivo. Lo tenían vivo artificialmente”.
Han pasado poco más de 21 años de aquel trágico accidente y hoy, Ramos, de 43 años, continúa su lucha. Los pronósticos iniciales no se cumplieron, pues el canovanense no sólo logró salir del estado de coma en el que quedó por largos meses tras el accidente, sino que camina, habla y hasta resuelve problemas matemáticos de relativa complejidad. Además, mantiene una salud estable dentro de su condición, lo que le permite llevar una vida cercana a la normalidad bajo la supervisión constante de sus padres, Iluminada Manso y Ramos Rivas, con quienes vive y quienes no han cesado de asistirlo desde que se accidentó.
“Comparando lo que pasó, y lo que nosotros vimos, él está mucho mejor y sobrepasó las expectativas. Sinceramente, hay que estar conscientes de eso”, declaró Ramos, padre, que estimó en un 60 a un 70 por ciento la recuperación de su hijo.
“No puedo decir más arriba, porque tendría que ser completamente independiente, como tomar decisiones propias”, sostuvo.
Para quienes vieron al fornido jugador en sus tiempos de gloria como baloncelista, hoy día les podría parecer una paradoja el mirar su cuerpo encorvado. Una conversación con Ramón fluye bien cuando se trata de recordar lo ocurrido en su vida antes del accidente, mas, como secuelas a las lesiones que sufrió su cerebro, se le hace muy difícil recordar algo que le sucedió apenas hace dos minutos.
“Yo jugaba con Seton Hall y tenía que correr duro para los dos lados de la cancha. Era fuerte. Aaaah”, menciona Ramón sin esfuerzo.
'¿Cuál es tu jugador favorito?', le preguntamos.
“Michael Jordan", contestó.
‘¿Y de Puerto Rico?’
“Me acuerdo de Ramón Rivas, que jugó con Boston”, dijo sonriente.
La vida de Ramos cambió para siempre aquella noche de diciembre del 89. El ex jugador salía de un juego de los Trail Blazers ante los Warriors de Golden State en el que no vio acción, pues sufría de una lesión. Ya de madrugada, Ramón se trasladaba por una carretera de Portland cuando su carro 300ZX patinó en un tramo helado y salió disparado de la carretera. Los oficiales que acudieron a la escena reportaron que Ramos viajaba a una velocidad de entre 84 a 102 millas por hora al momento del accidente y que no usaba el cinturón de seguridad.
Ramón quedó en estado de coma tras sufrir un trauma cerebral, colapso pulmonar y varias fracturas en diferentes partes de su cuerpo.
“Fue bien fuerte. Yo me puse bien mal”, relata cabizbaja Iluminada, madre del jugador.
“Fue tan desastroso. Fui preparado para lo peor”, contó Ramos, padre, quien junto a su esposa se trasladó rápidamente al hospital donde se encontraba Ramón en Portland gracias a la asistencia del equipo de los Trail Blazers.
Luego de un año lleno de oraciones, un cuidado intenso y terapias constantes en hospitales de Estados Unidos y Puerto Rico, finalmente Ramón comenzó a dejar su estado semivegetal y comenzó a dar muestras de mejoría y a caminar.
Hoy, la vida de Ramón es bastante sedentaria. Aunque puede ponerse de pie solo y moverse sin mayores complicaciones, el ex alero de 6’8” de estatura prefiere quedarse quieto en la acogedora residencia que comparte con sus padres en la urbanización Santillana del Mar en Loíza, donde se pueden observar los aparatos de oxígeno y la máquina de terapias respiratorias que usa a diario.
“Antes yo lo llevaba a caminar y hasta a correr por la playa, pero ahora no pasan 15 minutos y ya viene desespera’o buscando sentarse”, apuntó el padre, quien solía llevarlo a sesiones de terapia física, que fueron mermando paulatinamente debido a los cambios anímicos del ex jugador.
Pero, los constantes episodios de agresividad de Ramón, quien tiene dos hermanas, Josefina, de 34 años, y Mercedes, de 45, han quedado atrás. Según narraron sus padres, suele estar de buen humor la mayor parte del tiempo.
Además, le encanta hacer palabragramas y suele ver mucha televisión. Ve las noticias o algún juego de baloncesto, y en ocasiones va a ejercitarse a la bicicleta estacionaria cuando “está de ganas”, dice su madre.
Primera Hora: ¿Estás viendo los playoffs de la NBA?
“Sí, los estoy viendo”, contesta Ramón sentado en la sala de su residencia. “Vi a Boston. Mi equipo favorito es Portland (ríe y hace vítores)”.
PH: ¿Ya no estás caminando?
“En ocasiones. A veces”, se le alcanza a entender de su grave tono de su voz.
¿Te sientes bien con mamá y papá?
“Aaaaah (levanta el dedo pulgar y ríe)”.
Ramón suele hacer todas sus actividades rutinarias solo, como asearse o ir al baño, aunque siempre con la mirada atenta de sus progenitores, que llevan 45 años de casados.
“Él se baña solo, pero hay que velarlo porque si lo dejas se queda enjabonándose el pecho. Se viste solo, pero hay que asistirlo porque por ejemplo una vez lo dejamos que se vistiera porque íbamos para la iglesia y vino con la Biblia vestido con pantalones cortos”, contó el padre entre carcajadas.
“Él a veces fantasea, inventa cosas. Te puede decir que está jogueando o que está practicando”, añadió.
Su atracción por los números no ha mermado -estudió contabilidad en la universidad-y con su reloj busca satisfacer su espíritu competitivo, ya que le gusta monitorear el tiempo que le toma completar las cosas que hace.
PH: ¿Por qué te tomas el tiempo, Ramón?
“Es interesante. Yo tomo el tiempo a ver si lo hago rápido”, contestó luego de mirar su reloj de pulsera.
Los padres de Ramón han limitado sus salidas de esparcimiento, pues sufre de convulsiones. Los episodios comenzaron en 1996, aunque no son frecuentes.
“A nosotros nos parece una eternidad, pero duran como tres minutos. Cuando le da la generalizada, cae al piso y empieza a estremecerse y el cuello lo dobla hacia atrás. Al principio yo luchaba con él, pero ahora lo que hacemos es que le tiramos una colcha en lo que se controla. Luego tarda como una hora en recuperarse”, narró Ramos, padre.
Pero, en las pocas ocasiones en que sale de su hogar, a Ramón le reconoce mucha gente, incluso niñosy adolescentes que nunca le vieron jugar. También, ocasionalmente le llaman por teléfono o le visitan algunos ex compañeros de clase.
Para mantener su salud estable, Ramos visita a alrededor de seis médicos: un neurólogo, un cardiólogo, un neumólogo, un oftalmólogo y terapeutas del habla. Además, consume una serie de medicamentos cuyos costos ascienden a cerca de $1,000 mensuales, según su padre.
No obstante, gracias a varios beneficios a los que cualificó Ramón por sus días en la NBA -en la que no llegó a debutar como jugador activo-, así como por un plan de incapacidad del Seguro Social, la carga económica para los padres ha sido menor. Luego del accidente, la Asociación de Jugadores de la NBA le otorgó un dinero ($200,000 aproximadamente) derivado de un seguro. Además, los Trail Blazers, así como la Universidad de Seton Hall, han organizado varias actividades para recaudar fondos para él.
Según explicó Ramos, padre, decidió comprar su actual hogar y un auto a nombre de su hijo para despejar posibles problemas económicos futuros cuando ellos falten. El plan de cuido para Ramón contempla, además, un relevo familiar.
“Ya la cuesta se está empinando y mientras más tiempo pasa, es más difícil. Nosotros estamos pendientes, pero cuando minen nuestras fuerzas, pues tanto las hermanas como los sobrinos, se encargarán de él”, narró Ramos, padre.
Luego de más de dos décadas de grandes sacrificios para cuidar de Ramón, sus padres lucen resignados a que su hijo ya no experimentará mayores mejorías. Pero, más que todo, lo que les importa es que al menos su hijo vive.
“Sinceramente, van 21 años, yo creo que (Ramón) llegó a un tope. Sería un milagro que llegue a ser autoindependiente, pero ya llegó a un tope, y ahora vamos en retroceso por la edad, tanto para él, como para nosotros, y tenemos que estar preparados día a día. Expectativas en mi caso no las hay. Para mí, la cuesta se va empinando más y hay que estar preparados”, sostuvo en tono sereno Ramos, padre..
“Yo lo veo bastante bien”, dice por su parte, Iluminada, mientras lo mira con ternura. “Él es un milagro de Dios”.
“Cuando me monté en el avión para ir a verlo la primera vez, pensé: ‘Dios, ayúdalo a que pueda recuperarse’. Yo creo que el milagro se dio ahí. Yo soy de los que pienso que Dios te da oportunidades, pero nosotros tenemos también que obrar. Mucha gente le gusta dejar todo en manos de Dios, pero hay que responder haciendo otra parte. Nosotros le pedimos y tenemos que hacer el compromiso de ahora, que es el de bregar con él. Ya Dios nos dio la oportunidad, ahora nos toca a nosotros”, aseveró Ramos, padre.
Sin duda, aquel trágico accidente deparaba un nuevo destino para Ramón, quien lejos de líneas competitivas, ahora libra una batalla en la que la familia, el amor, la fe y la esperanza han jugado un papel clave para aferrarse al tesoro más preciado: la vida.