NOTA DEL EDITOR: El siguiente texto es una columna escrita por el director del Departamento de Alto Rendimiento del Comité Olímpico de Puerto Rico, Jaime Lamboy. El autor también formó parte de la Junta de Gobierno de la Federación de Baloncesto como miembro del interés público del 2010 al 2013.

El tema de turno en nuestro país no es otra cosa que la eliminación de Puerto Rico en la primera ronda del Mundial de baloncesto.  Imagino que situación similar ocurrió en España cuando La Roja, entonces campeones del fútbol, quedó fuera de la Copa Mundial FIFA, también en primera vuelta.  Las conversaciones que se dan en estas situaciones suelen girar en torno a quién es el culpable del mal desempeño, qué cabeza debe rodar y se centra muy poco en analizar los problemas de fondo. 

Luego de la eliminación, e incluso antes, ya se hablaba de quién debió haber ido en lugar de quién, que si el cuerpo técnico es el culpable, que si el médico del equipo debe ser de tal o cual especialidad, que si la gerencia es pobre, que si el Baloncesto Superior Nacional termina muy tarde, que si hubo muchos viajes previo al Mundial.  Todos esos ángulos de análisis, ciertos o no, pasan por alto el elemento central al que se enfrentó nuestra selección en España: el mundo también juega.

Una vez se confeccionó el equipo, que clasificó al mundial por derecho bien ganado, mostré mi complacencia con la escuadra.  Creo que el escogido fue adecuado, el mejor talento disponible fue evaluado y fueron a España los que mejor se ajustaban a la propuesta de juego del cuerpo técnico.  Ahora bien, por dar un ejemplo de la desventaja a la que nos enfrentamos, pongo al relieve el hecho de que nuestros jugadores no pudieron ajustarse al enfrentamiento físico de sus rivales.  Los equipos que nos derrotaron tenían una ventaja clara en términos de personal: jugadores universales de estaturas superiores que dominaban dos y tres posiciones y que podían anotar desde múltiples espacios. 

El dominio de estatura de nuestros oponentes no eran únicamente en las posiciones de pívot.  Las defensas y los aleros superaban cómodamente en estatura a los nuestros, sin verse sacrificadas sus destrezas de velocidad y agilidad.  Esta situación nos provocó serios problemas en la ofensiva puesto la defensa contraria podía intercambiarse los jugadores a defender, evitando así quedar atrapados en nuestros intentos de cortinas.  Los nuestros, en cambio, no podían hacer lo mismo, no porque no quisieran, sino porque al hacerlo se creaban situaciones nefastas de “miss-match”.

Llevamos tres mundiales sin pasar a segunda ronda.  Tres mundiales, con tres dirigentes distintos, con varios presidentes federativos, con jugadores diferentes.  Solo Carlos Arroyo y Daniel Santiago han estado en los tres mundiales.  Hemos batallado contra 12 países, acumulando récord de 4-11.  El análisis merece más que sólo echar culpas y buscar responsables.  El análisis obliga a preguntarnos cómo podemos cambiar los resultados.  El análisis debe dirigirse a pensar cómo podemos hacerlo distinto. 

Nuestro baloncesto merece un análisis serio, ponderado, moderno.  Las alternativas están a nuestra mano, siendo una de ellas la fórmula que llevó a nuestra selección Sub17 al quinto puesto del mundo hace sólo un mes.  Queda mucho básquet en nuestro país, pero nunca olvidemos que el mundo también juega.