La felicidad para dos madres fajonas
Conoce cómo dos madres sonríen desde la lucha por sus hijos sordociegos

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“Cuando uno tiene un hijo con impedimentos severos, cuando espera un hijo sano, uno llora…¡Ay, bendito! Lloras lágrimas de sangre. Pero cuando conoces gente con situaciones similares dices, ‘mira, deja de llorar ya’. Y, entonces, disfrutas todos los momentos que puedes…La felicidad es que ellos estén bien”, soltó Rosa Cursino, madre de Nelsito, un hombre sordociego con alma de niño.
Desde hace poco más de 20 años, Rosa asiste con su retoño a la Asociación de Padres de Niños, Jóvenes y Adultos Sordociegos, donde ha logrado forjar lazos de amistad, de familia, y ha encontrado una red de apoyo que le enseña a diario a sobrellevar las dificultades.
Rosa, viequense de nacimiento y radicada en la ciudad del chicharrón, es una maestra que ha dado todo por su hijo. En el 1979, cuando se asomó en la Isla una epidemia de sarampión alemán, Rosa quedó infectada durante la etapa temprana de gestación. Su primogénito, entonces, se adelantaría a las 36 semanas y nacería a los seis meses.

“Él nació bien…Chiquitito, de lo más lindo. Pero a los 15 días le dio un paro cardíaco. Ahí empezaron a investigar y descubrieron que era un bebé con rubéola. Y ahí empezó la odisea”, contó compungida pero con una media sonrisa que, más allá de resignación, esconde gratitud y un infinito amor.
Nelsito, a sus 35 años de edad, como una de las consecuencias de su condición, ha perdido la vista de a poco. Su mamá no vacila en admitir que, al llegar a la asociación, “la vida cambió diametralmente”, y que al cabo de un tiempo, cuando llegaron sus otros dos hijos, el hogar se llenó de alegría y solidaridad.
Sin embargo, reconoce y agradece, siempre, que halló un buen hombre que no la abandonó tras el diagnóstico de su adorado Nelsito, que ha sido un padre excepcional y que halló en la asociación una red de apoyo que le ha enseñado a reír y ser feliz con el bienestar de su tesoro.
Esa suerte, la de contar con un padre desprendido para su hijo, no la tuvo Magaly Reyes, una veterana militar, amiga entrañable de Rosa. A ella, su esposo, un maestro de profesión, la abandonó cuando se enteró del complicado cuadro clínico de Ricardo, su primer hijo.

Magaly estuvo activa durante la década del 80 en una base en Alemania. Allí contrajo el silente sarampión, o virus de la rubéola, durante las primeras semanas de embarazo.
“Yo le vi unas manchitas negras en la piel y rápido se lo dije al doctor. Ellos se volvieron locos. Yo no entendía lo que estaba pasando”, dijo la madre, oriunda de Cataño. Al poco tiempo se enteraría que su bebé también contrajo el virus de la rubéola.
Diagnosticado con padecimientos del corazón, cataratas y problemas en los huesos de sus oídos, Ricardo también llegaría, de la mano de su mamá, a la asociación, y se hermanaría con Nelsito.
Familia para Magaly es Rosa y los demás padres y madres de los adultos y jóvenes que, por años, allí han convivido.
Ambas mujeres, que han sufrido los rechazos y las miradas de reojo, encuentran en las caricias de sus hijos el amor, la fuerza y, sobre todo, la felicidad.

Esa felicidad brota cuando Ricardito, con suma ternura, se acerca a quienes le rodean y acaricia sus rostros, como buscando conocerlos a falta de miradas. Les abraza, les toma la mano y sigue su camino. Y Magaly, sonríe.
Esos gestos, piensan, les hacen admirar la felicidad, las hacen sentir especiales. Ellas, reiteran, son felices. No obstante, ponerle palabras a esa cualidad no les resultó una tarea sencilla.
“Me siento como en un certamen de Miss Universe”, chistó Magaly. Pero a su modo, encarando las dificultades y estrechando abrazos todos los días, aseguran experimentar ese sentimiento. “Somos felices”, afirmó Magaly con la sonrisa amplia, antes de disponerse a servirle el postre a Ricardito, que ya se vestía de impaciencia.

Este contenido comercial fue redactado y/o producido por el equipo de GFR Media para Panadol.