“¡Heeeey, suave Lluvia! ¡Arriba, Muñeco!”, le dice con cariño Edwin Solá Galarza a dos de sus mejores amigos. Son apenas las diez de la mañana, y la expresión en la cara de Edwin sirve de premonición para lo que será un día de relajación, de gozo y de alegría en familia.

“Tú no sabes lo que es esto para mí, para nosotros”, comenta de inmediato al bajar la cuesta de su marquesina en el Barrio Cañaboncito en Caguas. Lo acompañan dos inseparables amigos: Lluvia, una yegua blanca con unos hermosos ojos azules, y Muñeco, un corpulento ejemplar color marrón.

“A estos dos yo le debo muchas horas de alegría y de paz. Montamos a caballo en familia y nos vamos de cabalgata por distintos pueblos, monte adentro. Es bien relajante. Montas, te das la cervecita, compartes con la familia, en fin, toda una terapia”, expresa Edwin, perito electricista de profesión pero jinete de vocación, mientras le pasa la mano por la crin a Lluvia.

Esta es la receta de la felicidad de Edwin y de los suyos. Afuera de la casa de Edwin se encuentra parte de su familia inmediata. Se han reunido allí para salir en caravana hacia Aibonito. Allí están sus primos, Eliezer Galarza Rivera y Billy Joe Galarza Santiago, junto a su esposa Giselle Rivera y su hija pequeña Yarieliz. También han llegado su tío Antonio Galarza Ruiz, su pana del alma Raúl “El Cuba” Falcón y su compinche de alegría, Fabián Reyes. Y, claro está, también están sus padres, Francisco Javier Solá Ramírez y Gina Galarza Ruiz.

“Para Edwin, los caballos siempre han sido sinónimo de alegría”, nos narra don Francisco. Recuerdo cuando Edwin compró su primer caballo. Él tenía once años, pero ya trabajaba en una finca de pollos.

“Cada vez que pasábamos en carro por una de estas calles me decía: ‘Papi, mira el caballo, mira el caballo’. Yo le dije: ‘Pues ahora que trabajas, tú pones la mitad y yo pongo la otra mitad’ y así fue que compró su primer caballito”, explica.

Aquel primer caballo se llamaba Sayurí. Después de eso, “esto se volvió parte de mi vida”, recordó Edwin. Afirma que para un día de cabalgata como este domingo de mayo, se levanta a las siete de la mañana para darles comida temprano a los ejemplares, bañarlos, esperar que se sequen y que reposen para ensillarlos.

“Lluvia lleva un año conmigo y Muñeco lleva seis. Esto me desconecta de todas las presiones, se siente uno que está viviendo”, exhala Edwin.

“Cuando nos vamos de chinchorreo por ahí, pa’l monte, allí sí que se desconecta uno, allí sí que uno se siente que está viviendo”, interrumpe “El Cuba” Falcón, dejando escapar una carcajada.

El “Cuba” es puro gozo. Es uno de los que lidera la caravana, que ahora sale en auto, con los caballos dentro de remolques en ruta al Barrio Rabenal de Cidra, donde los espera otro grupo de amigos. De ahí pasarán a Aibonito, al sector El Juicio, donde otra amante de las cabalgatas, Selena Liz Burgos, los espera con un suculento almuerzo de arroz, pollo guisado, ensalada de coditos y flan de queso hecho en casa, “porque no puede faltar el postre”.

Allí, en el sector El Juicio, se une al corillo Daniela Joan Ortiz Figueroa, de 15 años de edad, y su mamá Joan Figueroa, junto a Julio García.

“Daniela monta desde que estaba en mi pipita”, sonríe Joan cuando le preguntamos de su hija, que ya sabe manejar el ejemplar que le toca como toda una veterana.

“Esta es la mejor terapia que yo he visto para los niños. A veces ella está agobiada por algo, o molesta, con coraje, y llega a la casa y lo primero que hace es irse en su caballo. Ahí rápido se calma”, explicó Joan.

Joan y Daniela le dan otro matiz a la caravana, compuesta mayormente por hombres. Salimos del Barrio El Juicio y comienza el chinchorreo en ruta a la primera de la que serán varias paradas para el grupo, la barra de Don Jerry, en el puente de Barranquitas. ¡¿Ah, pero y “El Cuba”?! ¡Algo le pasó!

“Ahí se me salió una herradura, pero eso yo lo arreglo, ahora verás”, expresa “El Cuba” Falcón, siempre jovial. “Estas son cosas que pasan. Esto es como si a uno se le vaciara una goma. Hay que gozarse esto también y no desanimarse”.

Las filosofías de “El Cuba” responden a una alegría indeleble que va de la mano de este pasatiempo suyo de montar a caballo. De hecho, él entiende que esto, más que una terapia, forma parte del propio fenómeno conocido nacionalmente como el chinchorreo boricua.

“Ven acá, ¿cómo tú crees que empezó eso que ustedes llaman ahora chinchorreo? Nosotros llevamos haciendo esto de siempre. El carro antes era para transportación a sitios lejos. Ahora se usa para el chinchorreo, se usan los Jeeps, se usan los fourtracks, se usan las motoras. Pero el chinchorreo original surge a caballo”, apunta “El Cuba”.

Y así prosiguió su jornada este peculiar corillo de la cabalgata. En esta ocasión, la receta para la felicidad viaja a caballo.